El
anillo de oro:
inteligencia colectiva y propiedad intelectual
:. Pierre Lévy
Pensar a un tiempo, con los mismos conceptos, la inteligencia colectiva
y la economía del conocimiento, tal es el proyecto teórico
que sostiene este artículo. Dentro del cuadro general, quisiera
sugerir que el capitalismo informacional que se inventa hoy día
en la cybercultura se dirige hacia una cierta forma de comunismo,
pero un comunismo paradójico, puesto que no excluiría
la propiedad privada del principal medio de producción contemporáneo:
la idea. El conocimiento humano deviene el principal factor de producción
de riquezas, mientras que los servicios e informaciones que engendra
tiende a convertirse en los bienes esenciales cambiados en el mercado.
Continuamos y se continuará siempre vendiendo y comprando
objetos materiales. Pero las mercancías ponderosas se producen
a partir de ideas, que vienen ellas mismas de procesos de búsqueda
y de desarrollo. Ellas manifiestan estilos estéticos que
contribuyen intrínsecamente a su valor, e incorporan agenciamientos
complejos de competencias entre colaboradores, proveedores, socios
y consumidores; cristalizan toda una coordinación compleja.
Su coste implica pagos periódicos sobre patentes y derechos
de autor, gastos de formación, de marketing, de publicidad,
de comunicación, etc. La materia se sobrecarga de información.
Las cosas son acumuladores de conocimientos.
El uso de una información no la destruye, y su cesión
no hace que quien la tenía la pierda. Añadamos a esto
que la extensión del cyberespacio vuelve todos los signos
virtualmente omnipresentes en la red, disminuyendo notablemente
su coste de reproducción o de acceso. Desde ese momento,
el postulado de la escasez de bienes pierde su pertinencia, lo que
cuestiona los fundamentos de las teorías clásicas,
y debe animarnos a imaginar nuevas formas de pensar los fenómenos
económicos. Es por esto que, sin excluir otras aproximaciones,
propongo aquí afrontar el capitalismo informacional como
la forma que toman hoy día los fenómenos cognitivos
a escala colectiva. En esta perspectiva, la economía
devendría (con la antropología, la filosofía,
la psicología social, la robótica social, la vida
artificial, la ecología, la teoría de los juegos,
etc.) una de las disciplinas concurrentes a la comprensión
de la inteligencia colectiva. Entre los hechos que me animan a seguir
esta línea de pensamiento quisiera señalar que las
empresas de la llamada «nueva economía» obtienen
la mayoría de sus rentas de servicios intelectuales, copyrights,
licencias y patentes. Su actividad cotidiana consiste en un arriesgado
proceso de aprendizaje y de búsqueda colectiva. Su posición
es de mobilización de redes, de animación de comunidades
virtuales y de concurrencia planetaria en el cyberespacio. Por otro
lado, las universidades y laboratorios públicos razonan como
empresas, registran patentes, venden sus servicios intelectuales,
etc. Dicho de otro modo: existen cada vez más semejanzas
entre el trabajo en la nueva economía y la actividad de la
comunidad científica (que tiende a recuperarse), incluso
con el tipo de trabajo creativo tradicionalmente practicado por
los ciudadanos de la república de las ciencias y de las artes.
Esto no significa, en absoluto, que el mundo del trabajo se transforme
en paraíso, sino que el trabajo cambia de naturaleza al hacerse
progresivamente más creativo, intelectual, relacional, virtual,
problemático... y, de este modo, quizá más
«difícil».
El
triángulo creador de la economía de la información:
ideas, informaciones, moneda
Me
gustaría presentar ahora el triángulo creador de lo
que parece ser la dinámica común de la inteligencia
colectiva y del capitalismo informacional (->
idea ->
moneda -> información ->idea,
etc). Recuerdo que parto de esta proposición: la economía
de la información es la medida colectiva, o social, de la
inteligencia. Ahora bien, la inteligencia es sémios(1),
producción de signos a partir de signos, lenguaje inscrito
en una espiral dialógica y multilógica de creación
de sentido, interpretación infinita de constelaciones de
signos, ellos mismos producidos por interpretación, deducción,
inducción, abducción, derivación, señales,
traducción, cálculo, etc. Que el lenguaje, todas las
formas de lenguaje y de signos culturales no puedan desplegarse
más que en un horizonte social o colectivo, es algo que no
requiere largas demostraciones. El pensamiento colectivo no es otra
cosa que la vida de los signos: sus reproducciones, sus mutaciones,
sus viajes y sus crecimientos. La esencia del signo es la de llevar
sentido, es decir, de suscitar interpretación, de relanzar
la semiosis. Pero, bien entendido, el signo no es tal sino en -o
para- un espíritu o una inteligencia. La inteligencia colectiva
sería entonces el medio del signo, o quizá su sustancia.
(Normalmente se indica la cosa de manera más chata, señalando
el carácter convencional del signo.) A fin de aclarar
la dimensión económica de la semiosis (la vida del
espíritu) distinguiré tres polos -o dimensiones- del
signo, y trataré de desarmar sus articulaciones y sus interacciones.
El
signo es, en principio, idea. En el plano cognitivo, la idea
es una forma, es decir, una cierta estructura de relaciones. Ella
es abstracta: podemos encontrarla, idéntica, en numerosas
ocurrencias, circunstancias, ejemplares, traslaciones, copias diferentes.
Como el inventor de la idea de idea -Platón- expusiera ya
con rigor, la idea es única y estática. Virtualmente
una idea (una obra musical, una imagen, un poema, un teorema, un
programa informático, etc.) no tiene necesidad, para que
la inteligencia colectiva pueda disponer de ella, más que
de estar localizable en una dirección Web. Esto no puede
impedirnos el pensar la idea como un acontecimiento, puesto que
las ideas «aparecen». Pero la invención (o el
descubrimiento, o la creación) de una idea, constituye un
acontecimiento en la eternidad. La idea pertenece a la memoria.
El
signo es también información. En el plano cognitivo,
la información surge del reencuentro entre una memoria individual
(una cierta asociación de ideas) y una idea disponible en
la inteligencia colectiva. En un tiempo y en un momento dado, el
contacto con una cierta forma significante reorganiza una memoria
individual: la información. La información es tanto
más grande cuanto que el «mensaje» (la idea reencontrada)
es improbable, es decir, eficaz en la transformación de la
imagen que el individuo se hace de su entorno. La misma idea puede
producir informaciones muy diferentes, según las circunstancias
y los dispositivos individuales de quienes toman contacto con ella.
La información representa, así, el movimiento efímero
del espíritu, la chispa que nace del choque de las ideas.
Si la idea pertenece a la eternidad, la información se relaciona
con el instante. Así como la idea corresponde a la memoria,
es decir, a la estabilidad (relativa) y a la función acumulativa
del espíritu colectivo, la información corresponde
a la percepción, es decir, al flujo evanescente de las diferencias
que engendran sin fin otras diferencias en la vida del espíritu.
Finalmente el signo es moneda. Sabemos ya que la moneda sirve
para medir el valor de los bienes económicos, y que funciona
igualmente como equivalente general en el cambio. Pero no nos interesa
aquí la función cognitiva de la moneda. Señalemos,
para empezar, que la moneda es signo, signo convencional.
Su carácter puramente semiótico (o «virtual»)
se muestra cada vez más abierto al curso de la historia económica
(lingotes de oro, moneda acuñada por la ciudad o el reino,
moneda fiduciaria, moneda imprimida, moneda sin equivalente material,
moneda electrónica...). Indiquemos seguidamente que los signos
monetarios pueden servir de traductores entre ideas, entre informaciones,
entre ideas e informaciones. Las ideas y las informaciones se venden
y se compran, tienen un precio. El dinero puede servir para explotar
ideas, la información para orientar las compras y las inversiones,
etc. Existen, así, equivalencias y circuitos que transforman
las ideas y las informaciones en dinero, y viceversa.
¿Qué
relaciones unen a la inteligencia y al dinero? ¿En qué
constituye la moneda una dimensión de la cognición?
Si yo dispongo de una cierta suma de dinero, puedo entonces comprar
esto o eso, pero no esto y eso. Debo escoger, o sea, evaluar, jerarquizar
los posibles que se me ofrecen. El dinero simboliza un cierto límite.
Me obliga a hacer frente a la finitud, pero también, al mismo
tiempo, a la cuestión del bien y del mal, de lo mejor y de
lo peor; en una palabra: a las problemáticas interdependientes
del valor, de la elección y de la libertad. Si nada costara
dinero, haríamos cualquier cosa, nada tendría sentido.
El sentido no está solamente relacionado con la forma ideal
y con la novedad informacional, sino que tiene también la
necesidad del precio, del valor, de la elección, de la libertad.
Ahora bien, es precisamente a causa de nuestra finitud, de nuestra
mortalidad, que las cosas tienen «precio», y que se
nos plantea la cuestión de elegir, de lo que vale y de lo
que vale menos. El espíritu no es libre sino frente a la
muerte. El dinero actualiza en la inteligencia colectiva esta libertad
y esta mortalidad. Por la inversión, el dinero figura igualmente
en la apertura al futuro y al otro, a la energía fecunda,
a la excitación y al riesgo. Líbido económica,
dimensión colectiva de la energía psíquica,
el dinero se invierte y se gasta. Representa la dimensión
corporal, emocional, energética, sexual, mortal, pragmática
del pensamiento colectivo, su dimensión de libertad incarnada,
su potencia. Por esta razón es «tabú»,
sucio, rechazado, secretamente deseado, abiertamente adorado, objeto
de todas las envidias, robos y corrupciones.
No
existe inteligencia más que en una circulación continua
entre la memoria, la percepción y la acción. Si la
idea representa la memoria de la inteligencia colectiva, y la información
su percepción efervescente, móvil y distribuida por
todas partes, entonces el dinero tiene lugar como vector de acción
de la inteligencia colectiva: por él pasa la elección,
la evaluación, el compromiso, la finitud y la responsabilidad.
Con
la idea, la información y la moneda, tenemos no sólo
las tres dimensiones de la cognición colectiva, sino también
las del tiempo, que es la vida del espíritu. La idea se mantiene
en la eternidad. La información efímera se evapora,
inasible, sobre el punto del instante. En cuanto al dinero, representa
la transformación, el paso, la bifurcación, la muerte,
pérdida, el nacimiento, la fecundidad de lo virtual.
¿Cómo
se engendran, mutuamente, las tres dimensiones del signo? La idea
atrae al dinero, que sabe que ella le permitirá reproducirse
(el capital se aventura en la búsqueda de buenas ideas),
puesto que las ideas engendran dinero.
Sin ideas, sin conocimientos, sin obras, sin imágenes, sin
memoria organizada, imposible ganar dinero. El dinero, a su vez,
proporciona la energía necesaria (en salarios, por ejemplo)
para producir o buscar informaciones, para explotar ideas. La información,
para cerrar el círculo, alimenta la eclosión de ideas.
Y si nosotros recorremos el círculo en la otra dirección,
descubrimos que las ideas (la memoria) son necesarias para la interpretación
de las informaciones. Son ellas quienes dan sentido al flujo informacional
que las descompone, las entrecruza y las reorganiza. Las ideas extienden
la tela de eternidad sobre la que toman forma todas las figuras
del sentido.
El dinero, por su parte, evalúa las ideas: capitales y contratos
obtenidos, subvenciones recibidas, rentas engendradas por las patentes
y derechos de autor, beneficios adquiridos por la venta de un «producto»
-ideal en su esencia- de la inteligencia colectiva. Esta evaluación
resulta de una multitud de cosas bajo coacción, de una infinidad
de acciones responsables, implicadas, y concretamente encarnadas,
del espíritu colectivo. He aquí este famoso «mercado»
tan detestado, juez inmanente de las ideas, expresión desnuda
del deseo -y escandalosa como deseo- de la inteligencia colectiva.
Finalmente, la información representa el sistema perceptivo
de la inteligencia colectiva. Ella origina el dinero, indicando
a la energía monetaria sus puntos de aplicaciones posibles:
¿Dónde consumir? ¿Dónde invertir? Y
de la ola informacional fecundada por la potencia de la libertad,
emergen las ideas, que suben hacia el cielo inteligible de la noosfera
como las estrellas de un universo en expansión.
La
propiedad intelectual y el anillo de la inteligencia colectiva
Examinemos ahora la cuestión de la propiedad en la economía
de la información. Y, para comenzar, la misma información
(en el sentido riguroso que he tratado de darle más arriba)
¿puede ser objeto de apropiación? La respuesta, evidentemente,
es No. La información, al pertenecer al orden del acontecimiento,
situado y dado, en contexto, forzosamente indisociable de una subjetividad,
puede, sin duda, cumplir el papel de un servicio remunerado (de
formación o de consejo, por ejemplo), pero no de algo de
lo que se es dueño, hablando con propiedad. No podemos ser
propietarios del momento de un proceso. La «disminución
de incertidumbre» de la teoría de la comunicación
es, por naturaleza, absolutamente transitoria y singular. Yo podría
invocar la propiedad de este texto, no de la información
que ustedes saquen de él.
Veamos ahora el caso del dinero. La moneda pertenece al Estado,
pero también a las personas físicas o morales que
la cambian, la acumulan, la invierten, etc. La moneda no funciona
como tal más que porque su propiedad es a un tiempo absolutamente
pública y completamente privada, enteramente personal y totalmente
circulante, sin olor, reciclable, blanqueable, imponible...
Así como la información es inapropiable - por demasiao
volátil - y el dinero simultaneamente privado y público,
la idea, en lo que a ella se refiere, puede ser o bien privada,
o bien pública. La información no pertenece a nadie;
«se produce». El dinero es de todo el mundo y pasa por
alguien. La idea viene de alguien y pasa a todo el mundo. Que no
venga de alguien sino mediante una conexión en el espacio
meta-personal del espíritu, eso es otra historia.
El
principal medio de producción, desde la revolución
neolítica hasta la revolución industrial, ha sido
la tierra. A partir de la revolución industrial eran las
instalaciones técnicas, las fábricas, las máquinas
(incluidas las máquinas agrícolas) lo que permitía
producir en masa los bienes que se vendían en el mercado.
Desde hace algunas decenas de años, y probablemente cada
vez más en el futuro, los principales medios de producción
serán las ideas. De algún modo, las ideas constituyen
una suerte de territorio intelectual a partir del cual se producen
las principales riquezas, exactamente como la tierra desde hace
10 000 años hasta el fin de la Edad Media. Es más
importante hoy día tener un título de propiedad sobre
alguna canción de éxito, sobre un software, sobre
una molécula o una simiente genéticamente modificada
que sobre una parcela de tierra. La vida económica contemporánea
enraiza en el mundo de las ideas. Es por esto que el tema de la
propiedad intelectual adviene al primer plano de la actualidad.
Al final de este artículo esbozaré la tesis según
la cual el capitalismo informacional tiende hacia una cierta forma
de comunismo. Pero no creo que ese inesperado comunismo pueda fundarse
sobre una propiedad colectiva integral de las ideas, esto es, de
los medios de producción contemporáneos. En efecto,
la experiencia histórica muestra, primeramente, que la propiedad
intelectual colectiva - o estática - integral y obligatoria
de los medios de producción se encuentra casi siempre asociada
a la negación de la libertad y de la responsabilidad individual
como libertades políticas. Además, favorece menos
que la propiedad individual el crecimiento y la prosperidad general.
Por el contrario, cuando se escoge libremente, la propiedad colectiva
puede revelarse al mismo tiempo productora y liberadora: monasterios
o kibutz para la tierra, cooperativas para las fábricas,
comunidad científica o software libre para las ideas, etc.
Por
otro lado, conviene recordar que la propiedad individual garantizada
por la ley es una preciosa conquista histórica que no existía
en las diferentes formas de «despotismos orientales»,
y que no está asegurada en los regímenes feudales
o totalitarios. La propiedad intelectual es reconocida por las diferentes
declaraciones de los derechos del hombre, en las legislaciones de
los países más democráticos. Que la protección
de la propiedad privada favorece a los propietarios, de ello no
duda nadie. ¿Pero las desigualdades así inscritas
en el derecho no son preferibles a una situación en la que
la empresa privada, a saber, el nervio de la innovación y
de la diversidad de la oferta económica, se desaliente? Compárese
la situación de Corea del Norte con la de Corea del Sur.
Interesémonos
ahora más particularmente en la propiedad intelectual. Patentes
y derechos de autor, de los que la definición precisa data
tan solo del siglo XVIII, representan grandes progresos en la historia
del derecho, así como en la historia económica, no
solamente porque protegen y alientan a los creadores, sino también
porque al hacer entrar la idea en el circuito económico,
transforman de manera radical la naturaleza misma de la economía.
Hoy día apenas comenzamos a comprender la profunda naturaleza
de esta transformación.
La
propiedad intelectual difiere de otros tipos de propiedad de los
medios de producción. En el caso de las ideas, en efecto,
la propiedad se ejerce sobre porciones de un territorio indefinidamente
extendido, y no sobre un recurso finito - como en el caso de la
tierra - o difícilmente extensible, como en el caso de los
medios de producción materiales. El mundo de las ideas es
infinito. Y jamás será completamente descubierto,
descifrado, balizado, conquistado, cartografiado... y apropiado.
A la extensión virtualmente infinita de sus objetos posibles,
la propiedad intelectual añade otra característica:
su carácter temporal. Tanto patentes como derechos, al cabo
de algunas decenas de años, terminan por caer en eso que
llamamos «el dominio público». Así, los
creadores de ideas no permanecen propietarios (ni ellos ni quienes
han comprado sus derechos) más que por un tiempo limitado.
Xeros no recibe más derechos de autor sobre el procedimiento
de la copia en papel normal. Yo puedo cantar un poema de Victor
Hugo sin pagar derechos a sus herederos. Tarde o temprano, las ideas
acaban por reunirse, gracias a la memoria común de la inteligencia
colectiva, la herencia de la humanidad. De este modo, las ideas
no son apropiadas ni apropiables más que en la zona en la
que precisamente el campo intelectual se dilata -con la frontera-
sobre este límite de conocido y desconocido, en el que la
fuerza de cuestionamiento, la energía creativa y la potencia
financiera alcanza su punto más vivo. Podemos representarnos
el mundo de las ideas como un plano infinito sobre el que se extiende
un anillo. En el interior del anillo: el patrimonio común
de la humanidad; en el exterior, la apertura, la trascendencia,
la intotalizable totalidad de aquello que aún no ha sido
imaginado, demostrado, creado, concebido ni formulado- la interpelación,
la pregunta, la vida. Ni el interior ni el exterior son apropiados.
El anillo móvil, como la albura del árbol, atrae a
la savia energética, afectiva, intelectual y financiera.
El mundo de las ideas crece gracias a este anillo vivo - la inteligencia
colectiva en acto - que se dilata hacia la trascendencia. Es también
en este anillo, y únicamente en él, en donde se aplica
la propiedad intelectual, atrayendo y redistribuyendo los flujos
financieros, canalizando el trabajo y la atención, para mayor
beneficio (simbólico y financiero) de quienes personalmente
han invertido... pero finalmente en beneficio de todos.
El
abandono voluntario de la propiedad intelectual
El razonamiento siguiente: «Puesto que los signos son numerizables,
esto es, ubicables en la red, pertenecen a todo el mundo»
no me parece convincente del todo. La propiedad no sirve únicamente
a los intereses de los poderes (aunque también lo hace, por
supuesto), también juega un papel esencial en la economía
de la inteligencia colectiva. Es bueno que un circuito virtuoso
venga a alimentar, a su término, las zonas del espíritu
colectivo que produce los mejores frutos. Pero si la finalidad última
es la vitalidad de la inteligencia colectiva, la potencia de expansión
de su corona de oro, la propiedad intelectual clásica puede,
a veces, no constituir la mejor solución. En ciertos casos,
una renuncia voluntaria a la apropiación de las ideas
(de los nombres, de los textos, de las imágenes, de las músicas,
de los programas, de los métodos técnicos, etc.) puede
permitir a las ideas producir más sentido y acontecimientos
en la inteligencia colectiva. Incluso puede ocurrir que un autor,
un científico o una información célebre, por
ejemplo, se transforme entonces ello mismo en idea, en icono. Esta
renuncia voluntaria constituye la regla para los científicos
que trabajan en laboratorios públicos sobre cuestiones fundamentales.
En el mundo del software libre, la no-apropiación -debidamente
reglamentada- permite, a todos aquellos que lo deseen, mejorar los
programas. También el uso en la comunidad de músicos
y DJ's que trabajan a partir de muestras. Igualmente podría
citarse el «copyleft», inspirado en el software libre,
que se difunde en medios de artistas. Dicho de otro modo: redes
de cooperadores pueden decidir -voluntariamente- dejar el producto
de su trabajo intelectual en el dominio público, para que
eso acelere el proceso de la creación y de la inteligencia
colectiva. Pero hay que señalar que estas decisiones, de
grupos o de individuos, son voluntarias, y que suponen la
existencia previa, disponible, garantizada por la ley, de la propiedad
intelectual. El caso de Napster es diferente de los que acabamos
de evocar, porque ese dispositivo no favorece necesariamente la
creatividad colectiva, y no viene de una decisión
voluntaria de los creadores. Las prácticas de mutualización
de los recursos informacionales, ciertamente prometen un gran futuro,
pero bajo formas probablemente diferentes de las que hemos visto
desarrollarse en los últimos años. No soy nada original
si digo que será necesario encontrar medios de remunerar
a los creadores.
Comunismo
y capitalismo informacional
Si el capitalismo informacional conduce a una cierta forma de comunismo,
ello no es, a mi modo de ver, porque renunciaría a la propiedad
privada de los medios de producción, es decir, a la propiedad
intelectual, que deviene hoy día la fuente principal
de la riqueza. Mucho menos porque se eliminaría el dinero.
¿Cuáles son entonces los argumentos que me hacen defender
la tesis de una aproximación del capitalismo informacional
a un cierto ideal de comunismo? Me contento con lanzar aquí
algunas pistas con las que concluir este artículo, reservándome
guardar estas ideas para desarrollarlas en una obra futura sobre
la teoría del capitalismo informacional.
1.
Gracias al cyberespacio, los conocimientos que están en el
dominio público jamás han estado tan accesibles y
utilizables como hoy día, y a un costo tan bajo. Toda idea
colgada en cualquier parte de la red es inmediatamente legible en
todas partes, y conectable desde cualquier otra. La libertad de
expresión, de comunicación y de asociación
crecen a ojos vista. La cybercultura favorece el diálogo,
la cooperación, los cambios transversales de todo tipo, una
suerte de «comunismo de la inteligencia» que perfecciona
una inteligencia colectiva en camino, desde el surgimiento del lenguaje.
2. La transparencia del cybermercado nos permite orientar
la economía, escogiendo los productos que mejor corresponden
a nuestros criterios éticos, ecológicos, políticos
y sociales. Esta misma transparencia nos autoriza igualmente a invertir
en empresas que siguen reglas medioambientales, sociales y deontológicas
aceptables.
Combinados con el aumento del accionariado popular, y con el juego
de bolsa a pequeña escala y en línea, los movimientos
convergentes de la inversión socialmente responsable y del
consumo consciente pueden conducir a una verdadera apropiación
colectiva de la máquina económica, pero una apropiación
que, en vez de negarlas, tendría como base la propiedad individual
y la responsabilidad personal.
3.
El capitalismo informacional parece dirigirse hacia el establecimiento
de reglas de juego según las cuales las más competitivas
son precisamente las más cooperativas.
4.
Se tiende a preferir la paz democrática a la guerra, a la
miseria y a las dictaduras, poco propicias a la prosperidad. Se
favorece el reforzamiento de una escala de gobierno mundial que
estará probablemente controlado por una forma u otra de cyberdemocracia
abierta y participativa.
Es
a nosotros a quienes nos toca favorecer las tendencias más
positivas, que se abren paso en la cultura contemporánea,
según nuestra situación, a nuestra manera personal,
con cada uno de nuestros actos.
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1. Sobre el tema de la semiosis y de sus nuevas condiciones
en la cibercultura véase la notable obra de Jean-Pierre Balque
Contextes de l'art numérique, Hermes, París,
2000
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