1.
Me piden ustedes1 que reflexione sobre el "fin del sentido" a partir de la cuestión "¿puede aún mantenerse la creencia en el Arte?"
Si es una pregunta, cosa que no creo, es una vieja y mala pregunta. El fin de la historia, el fin de las ideologías, el fin del Arte, el fin del sentido,... son cuestiones enojosas que, en el mejor de los casos, conducen a discusiones motivadas por la energía de la desesperación y, más frecuentemente, por vanidades e intereses. Si se trata, tal y como yo creo, d la afirmación de que ya no podemos mantener la creencia en el Arte, entonces no se dirige a mí. No puedo imaginar a su o sus autores lo suficientemente malvados como para pedirme me suicide.
¿Esa afirmación se dirige, quizá, a todos aquellos que llegan tras la fabricación del Arte? ¿Críticos, conservadores, comerciantes, comisarios, coleccionistas, amateurs, periodistas; comisarios-tasadores, consejeros artísticos, ingenieros culturales, etc., quienes, por múltiples razones, y en un momento dado, frente a una situación que les oprime, pueden dudar de la feliz necesidad de su trabajo o querer defender otros intereses? La actividad de pintar no me sitúa el el punto a partir del cual "esperamos" alos otros, menos aún a propósito de una creencia en el Arte. que esa afirmación se dirigiera a mí me chocaría profundamente: las palabras "mantener" y "creencia", atribuidas al Arte, resuenan como un juicio, como una respuesta, como una voluntad, como un orden. El "se puede todavía" da a entender que antes se podía y que ahora ya no; el Arte no era sino una fe entre otras muchas, nosotros sus apóstoles, manteníamos su creencia, y bien terminó.
Ya no es necesario-¡Malo! Como si la necesidad del Arte se decidiera por decreto, de arribabajo. Como si la cuestión-afirmación fuera evidente. ¿Hemos de creer que acontecimientos tan considerables, tan catastróficos, hayan tenido lugar, y que, en consecuencia, sea necesario abandonarlo todo?
La cuestión no es buena, encubre una afirmación, no se dirige a mí, y la necesidad del Arte jamás obedeció a creencia alguna, ni a ningún orden, ni a un decreto ni a una opinión. Y por tanto, su amistosa provocación al debate me despierta el apetito de buscar con ustedes nuevas cuestiones sobre problemas nuevos.
¿Qué este invierno no nieva en diciembre?-¡Catástrofe! Lloramos por la falta d ganancias de los comerciantes de la montaña, cantamos la felicidad del paseo, de la cura de reposo, de los juegos para los niños, de las buenas mesas, del aire puro de las cumbres, para llenar los hoteles y las grandes superficies. Se invoca el impuesto de solidaridad para los siniestrados de las estaciones, inyectando totalmente sobre las pistas y sobre las pantallas de televisión una dosis de nieve artificial, para mostrar la buena voluntad de los lugareños. ¿Nieva en febrero?-¡Catástrofe! Las avalanchas se suceden, las carreteras se cortan, las pistas se tornan impracticables, hay ya tres muertos. Lloramos por la falta de ganancias de los comerciantes de la nieve. ¿Hay nieve y sol?? ¡Catástrofe! Tenéis que hacer cola en el telesilla, los monitores están desbordados, no hay suficientes camas, los vagones están sobrecargados, los accidentes son inevitables. Lloramos por la falta de ganancias de los comerciantes de tiempo libre.
¿Llueve este verano? ¡Catástrofe! Las playas se abandonan, se desanconseja bañarse, nos recuerdan que siempre hace bueno en algún sitio, las cosachas se pudren antes de la colecta y se aguarda con temor inundaciones. Lloramos por la falta de ganancias de los comerciantes d ela mar y de la tierra. ¿Brilla el sol este verano?- ¡Oh Catástrofe!! Es la sequía, los bosques arden, los animales son abatidos, va a faltar el agua en la costa, lloramos por la falta de ganancias de los comerciantes de las olas, del sol y del aire que respiramos.
La naturaleza es una catástrofe. Como la huelga, como la revuelta. ¿Cómo nosotr@s? La dirección es única y obligatoria: libertad de precios, libertad de productos y d su consumo. Todo lo que molesta la libre circulación de dinero es una catástrofe. La paranoia es total y contagiosa. ¿Se trata de una banal y sistemática dramatización para "fidelizar" al telespestador, al auditor, al lector? ¿Existe un complot? ¿Simple regulación de los flujos económicos? ¿La tentativa de O.P.A. sobre todo lo que se mueve tiene por consecuencia el fin del sentido? ¿Lo que se dice de las cosas es más importante que las cosas mismas? ¿El índice CA. 40, el TOP 50 y la audiencia indolente han ocupado, definitivamente, el lugar del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo? ¿Es verdaderamente un mal? ¿Tan importante es que lo sea? ¿Difundir la idea del fin del sentido ayuda a superar la crisis?
Todas las vanguardias artísticas del siglo han querido cambiar la percepción del mundo. Todas, sin excepción, ven cotizar su propuesta en la bolsa del Arte. ¿Existe una relación causa-efecto? ¿Hay contradicción? ¿Qué conclusiones hay que sacar de ello? ¿Es una victoria? ¿Para quién? ¿Es una derrota? ¿Por qué? ¿Es un juego? ¿Una comedia? ¿Una tragedia? ¿Para quién? ¿Es una cuestión interesante? ¿Para quién? Hay siempre un sabio para probar la existencia de Dios. ¿Vamos a encontrar uno para probar y legitimar el fin del sentido? ¿Tiene el sentido un principio y un fin? ¿Está en expansión o en contradicción? ¿Es finito o infinito? ¿Hay agujeros negros en el sentido? ¡Venga venga, circulen!-. No hay nada que ver. Por aquí, paguen y salgan por aquí.
Cuando estoy rodeado por cuervos en un campo de trigo, la naturaleza me parece excesiva y caótica. Cuando Van Gogh pinta el campo de trigo con cuervos ("¿quién ha visto cómo en esta tela la tierra equivale a la mar?", Artaud) es perfectamente razonable y abierto al sentido: "Estoy completamente en una disposición de casi demasiada calma, en el estado necesario para pintar eso", escribe Vincent a su madre y a su hermana. Si Vincent está loco y la naturaleza es razonable, eso es muy fastidioso, incluso molesto, eso tiene sentido. "Hay circunstancias en las que más vale ser vencido que vencedor". Vincent pinta los Lirios y sabe, al escribir estas palabras, que nada abolirá jamás su sentido, que los miles de millones sin fin no tienen sentido, que el sentido no tiene precio. Habría que decirle a Vincent que la tragedia era una farsa, que los miles de millones son falsos, que el cuadro sigue sin pagarse, que únicamente su cuadro es verdadero. Riamos, Vincent, riámonos de toda esta necedad. "Hay algo dentro de mí, pero ¿qué es?", "¿En qué podría yo ser útil, para qué podría yo servir?", "Yo busco expresar el paso desesperadamente rápido de la vida moderna", escribe Vincent.
La evidencia de todos los posibles vuelve indecente y estúpida toda cuestión.
"Cuando no tengo más rojo utilizo el azul", dice Picasso. El rojo puede fallar, el azul servirá igual de bien para el asunto. No se trata de un color, se trata de una tarea en curso. El desarrollo de una tarea conlleva y da pleno sentido por desplazamiento del interés del rojo hacia una fuerza más grande que sería el curso de las cosas. Tomar el azul no sustituye al rojo que falta, pero permite la expresión del sentido. El rojo no tiene sentido en sí, y el acabarse del rojo nonesel acabarse del sentido. Coger el azul no tiene en sí sentido, pero sí tomar el azul para continuar eso que el rojo, agotado, no puede ya hacer, para operar un ligero desplazamiento, un cambio de tono, para abrirse pasaje en el que zambullirse y crear el movimiento que va a dar sentido. No podemos dar sentido a eso que creemos incontorneable, pero sí a lo que buscamos o a lo que encontramos.
"Esto no es una pipa", escribe Magritte bajo la imagen pintada de una pipa. ¿Esto no es una pipa? ¡Pero entonces! ¡Eso no tiene sentido! ¿Es seguro una pipa lo que usted representa ahí, sobre la frase? ¿Se burla usted de mí? Sí, me río de usted y de sus certezas, puesto que usted se ríe de mí y de mis pinturas. Si sus convicciones no dan ningún sentido a mi vida, mis pinturas pueden darle un sentido a la suya: mire a su alrededor lo real, y no lo que de ello se dice, esto es una imagen de televisión y no lluvia o buen tiempo, esto es un crimen y no un manchón de sangre, es la miseria y no una estadística. Esto es un cuadro y no una pipa.
Cuando pongo rojo sobre la tela blanca, ese rojo no es nada y la tela no es blanca. Ese rojo no es monocromo inmaterial, ni un símbolo, ni una vanidad, ni un fuego, ni la huella de una desesperación. Ese rojo está solo, nada le ilumina, nada le apaga, nada le anima, no es nada mientras sea sólo un rojo, no tiene sentido, no es más que un vago trazo de pintura. Pero su pintura establece un nuevo hecho e inaugura un proceso, tiene un valor. La tela no es blanca sino negra, negra de todo aquello que han hecho los otros, negra de todo lo que yo hago, negra de todas mis certezas. Ella no requiere más que ser rehabilitada. El rojo y el negro son parte de un proyecto que no tiene precedente, y del que no conozco la continuación. El rojo comienza por borrar, después blanquea, libera la tela de todas las negruras pesadas que la cubren. Burbujeante, resplandeciente, el rojo piafa de impaciencia y no soporta más su soledad. Pide, suplica, exige un verde, aunque sea pequeño, ahí arriba, en el ángulo, y el verde aparece, complementario, indispensable, en la vida del rojo: bailan y omponen nuevas figuras, y ya se preguntan con quién compartir sus luchas y sus amoríos. El amarillo, el violeta, el naranja y el azul se precipitan y mezclan sus vitalidades, por fricciones sucesivas, por movimientos voluntarios e ineluctables, por accidentes y alegrías, de las que el propio desarrollo no significa ninguna otra cosa que el sentido en construcción.
GÉRARD FROMANGER, Sienne, febrero de 1990
Post-scriptum. -¿En qué medida es usted el autor de su representación?- yo no tengo representación del mundo. Yo soy el autor de aquello que busco. El mundo no es ni un espectáculo ni una representación. Yo soy en el mundo, no ante el mundo.
* * *
2.
Bruce Nauman (pintor, escultor, videasta, conceptual, performan, "art maker" desde todo punto de vista) y su esposa Susan Rothenberg (pintora) viven juntos en el desierto de Nuevo México. Cada tarde, tras una jornada de trabajo en sus talleres respectivos y vecinos, se juntan, en la casa que comparten frente a los talleres. Comienzan siempre por intercambiar e interpretar sus experiencias del día. Ellos encarnan la cohabitación feliz de todas las técnicas que producen el arte contemporáneo.
Para ellos no existe ruptura ni jerarquía entre pintura, vídeo, concepto, performance, neón, tenazas, martillo, soldador, sierra, brocha. Ninguna preferencia exclusiva por la pintura o el vídeo, ningún rechazo de lo otro, sino al contrario, una comunidad abierta a todas las técnicas.
Marcel Duchamp ironiza sobre los pintores tóxico-dependientes de la terebintina, pero pinta toda su vida. El azul es tan necesario para Yves Klein y Jacques Monory como el blanco para Piero Manzoni y Robert Ryman, es el soporte (el chasis) y la superficie (la tela) lo que se analiza, desmantela y reestructura; los neones de Bruce son multicolores y los cabellos de Susan están espesos y grises de pintura. Que se arme de un cuchillo (Daniel Pommereulle), que gire alrededor (Gerhard Richter) o caiga dentro (Anish Kappor), siempre es del bote de pintura de lo que se trata. Para el frente nacional de los enterradores del arte contemporáneo (Baudrillard, Clair-Regnier, Fumaroli, Domeq, Mavrakis, Revol, Held), la cosa se comprende tal que así: Jackson Pollock es un "borracho", Andy Warhol un "impostor", Daniel Buren un "falsificador oficial", Jean-Pierre Raynaud un "impotente", "el arte contemporáneo francés ya no tiene sentido ni existencia" (J. Clais), se denuncia el "complot del arte" (Baudrillard), "mi hijo también puede hacer eso", conocemos el estribillo, tods nosotrs somos uns degenerads.
La calumnia, la exclusión y el odio oscurecen su sentido comercial. Ellos gustan de una pintura que adule sus cabecitas, una pintura llena de certezas y de buen gusto, que mete en vereda; una pintura de siempre y como siempre, la que derriba las puertas abiertas. Execran la pintura comtemporánea, esa que "turba" (Braque), que "siente bajo el brazo" (Picasso), que "resiste frente al periódico de la mañana" (Breton), esa que derriba las puertas cerradas.
La pintura contemporánea no es un media, ni un poder, ni una ciencia. No tiene nada que comunicar, nada que vender, nada que disponer. No informa, no adula a nadie, no hace propaganda ni publicidad. No es ni documental ni ficción, ni corta ni larga, ni pequeña ni grande, es una "cosa" en sí que no habla más que de ella misma, y que no puede hablar de ninguna otra cosa que no sea ella misma. Si habla de otra cosa ya no es pintura contemporánea. La pintura contemporánea es un núcleo duro, radical, necesario y suficiente. Y es por esta total singularidad que habla a los otros. No habla sino de pintura, por tanto habla de todo a todos.
La pintura contemporánea nada tiene que conquistar ni defender. Cuando hace la guerra es por mantequilla , hace reír (Eduardo Arroyo) o morir (Jean-Michel Basquiat), y no obstante es atacada desde todas partes. Sin territorio y sin poder, se la desea y se la asesina. Es un pueblo pleno de batallas internas (figurativas/abstractas, geométricas/líricas, conceptuales/materialistas, esculturas/environnements, pinturas/performances, etc.) que no se resiente con nadie, a nadie ataca, nada impone. Ella no da resultados exactos, descubrimientos útiles, ninguna ecuación, ningún teorema, y sin embargo los "comités científicos" la calibran, la administran y la juzgan: "Conmigo están ustedes a salvo de ser engañados" (Rosalind Krauss). Por tanto no es ni un truco ni un hallazgo, ni una mistificación ni una impostura, y no obstante se la insulta.
Pero muy rápido la pintura no imita a nadie, a nadie combate, a nadie engaña. Ella espera ese punto de no-retorno a partir del cual se avanza, se desbroza, se busca y se encuentra, se deviene un@ desconocida, un@ extraña, se desembarca y se turba, se aparece y se obstruye, se inventa y se molesta, se ilumina y se indispone, se encanta y se incomoda, se cautiva y se mete miedo.
Un cielo inmenso aplasta como una mosca un Manhattan irrisorio. Un cielo pinta como la carcasa de un autobús la puerta de un vagón de mercancías o el costado de un navío, y grita: Yo no soy un cielo sobre una ciudad, yo no soy bello-ni alegre- ni triste, ni alba ni crepúsculo, no tengo nada que decir y ustedes jamás me han visto, y no obstante me escuchan y me reconocen. Yo he nacido de la última lluvia. Estoy aún húmedo del vientre de mi madre, soy una pincelada absolutamente nueva, soy como soy y como tú eres, como es él, como somos nosotros, como vosotros sois, como son ellos.
Es necesario tener en mente la dicha de Susan saliendo del taller para decirle a Bruce: "Hoy he tenido una idea fantástica que trastorna toda mi pintura". ¡Había, simplemente, tenido el coraje, para ella extraordinario, de poner por primera vez un toque rosa sobre la ventana de la nariz de un caballo! Es necesario retener la desesperación de Bruce saliendo del taller para decirle a Susan: "hoy no he hecho nada" Solamente había esbozado veinte ideas nuevas, y ninguna le satisfacía. (Continuará)