La sociedad del espectáculo, Guy Debord (1967)
Capítulo 9
La ideología materializada
"La conciencia de sí está en sí y para sí cuando
y porque está en sí y para sí para otra conciencia de
sí; es decir, que no existe sino como ser reconocido"
Hegel, Fenomenología del espíritu.
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La ideología es la base del pensamiento de
una sociedad de clases en el curso conflictual de la historia.
Los hechos ideológicos no han sido jamás simples
quimeras, sino la conciencia deformada de las realidades, y como tales factores reales ejerciendo a su vez una real
acción deformante; con mayor razón la
materialización de la ideología que entraña el éxito concreto de la producción
económica autonomizada, en la forma del
espectáculo, confunde prácticamente con la
realidad social una ideología que ha podido rehacer todo
lo real según su modelo.
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Cuando la ideología, que es la voluntad
abstracta de lo universal y su
ilusión, se encuentra legitimada por la abstracción universal y la dictadura efectiva de la ilusión en la sociedad moderna, ya no es la
lucha voluntarista de lo parcelario sino su triunfo. A partir
de aquí la pretensión ideológica adquiere
una especie de llana exactitud positivista: ya no es
una elección histórica sino una evidencia. En una
afirmación tal los nombres particulares de las
ideologías se desvanecen. La parte misma del trabajo
propiamente ideológico al servicio del sistema ya no se
concibe más que como reconocimiento de un "pedestal
epistemológico" que aspira a estar más allá de
todo fenómeno ideológico. La ideología
materializada carece de nombre propio, así como carece de
programa histórico enunciable. Esto equivale a decir que la
historia de las ideologías ha terminado.
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La ideología, cuya lógica
interna conduce hacia la "ideología total", en el senido de
Mannheim, despotismo del fragmento que se impone como seudosaber
de un todo fijado, visión totalitaria,
se realiza desde ahora en el espectáculo inmovilizado de
la no-historia. Su realización es también su
disolución en el conjunto de la sociedad. Con la
disolución práctica de esta sociedad debe
desaparecer la ideología, la última sinrazón que bloquea el acceso a la vida
histórica.
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El espectáculo es la ideología por
excelencia porque expone y manifiesta en su plenitud la esencia
de todo sistema ideológico: el empobrecimiento,
el sometimiento y la negación de la vida real. El
espectáculo es materialmente la "expresión de la
separación y el alejamiento entre el hombre y el hombre".
La "nueva dominación del engaño" concentrada allí
tiene su base en esta producción, por cuyo intermedio "con
la masa de objetos crece... el nuevo dominio de seres
extraños a los que se halla sometido el hombre". Es el
estadio supremo de una expansión que ha vuelto la
necesidad contra la vida. "La necesidad del dinero es pues la
verdadera necesidad producida por la economía
política, y la única necesidad que ella produce"
(Manuscritos económico-filosóficos). El
espectáculo extiende a toda la vida social el principio
que Hegel en la Realfilosofía de Iena concibe
como el del dinero; es "la vida de lo que está muerto,
moviéndose en sí misma".
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Al contrario del proyecto resumido en las Tesis
sobre Feuerbach (la realización de la
filosofía en la praxis que supera la oposición
entre el idealismo y el materialismo), el espectáculo
conserva a la vez, e impone en el seudo-concreto de su universo,
los caracteres ideológicos del materialismo y del
idealismo. El lado contemplativo del viejo materialismo que
concibe el mundo como representación y no como actividad - y que idealiza finalmente la materia - se cumple en el
espectáculo, donde las cosas concretas son automáticamente dueñas de la vida social. Recíprocamente, la actividad fantaseada del idealismo se cumple igualmente en el espectáculo por la mediación técnica de
signos y señales - que finalmente materializan un ideal
abstracto.
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El paralelismo entre la ideología y la
esquizofrenia establecido por Gabel (La falsa conciencia)
debe ser emplazado en este proceso económico de
materialización de la ideología. La sociedad ha llegado a ser lo que la ideología ya era. La
desinserción de la praxis y la falsa conciencia
antidialéctica que la acompaña, he aquí lo
que se impone a todas horas en la vida cotidiana sometida al
espectáculo; que es preciso comprender como una
organización sistemática de la
"aniquilación de la facultad de encuentro" y como su reemplazamiento por un hecho social alucinatorio. En una
sociedad donde nadie puede ser reconocido por los
demás, cada individuo se vuelve incapaz de reconocer su
propia realidad. La ideología se encuentra en su medio;
la separación ha establecido su mundo.
218
"En los cuadros clínicos de la esquizofrenia",
dice Gabel, "la decadencia de la dialéctica de la totalidad
(con la disociación como forma extrema) y la decadencia de
la dialéctica del devenir (con la catatonia como forma
extrema) parecen muy solidarias." La conciencia espectacular,
prisionera en un universo degradado, reducido por la
pantalla del espectáculo detrás de la cual
ha sido deportada su propia vida, no conoce más que los
interlocutores ficticios que le hablan unilateralmente de
su mercancía y de la política de su mercancía. El espectáculo en toda su
extensión es su "indicio en el espejo". Aquí se pone en
escena la falsa salida de un autismo generalizado.
219
El espectáculo, que es la eliminación de los
límites entre el yo y el mundo mediante el aplastamiento del yo asediado por la presencia-ausencia del
mundo es igualmente la eliminación de los límites
entre lo verdadero y lo falso mediante el reflujo de
toda verdad vivida bajo la presencia real de la falsedad
que asegura la organización de la apariencia. El que
sufre pasivamente su destino cotidianamente alienado es
empujado entonces hacia una locura que reacciona ilusoriamente
ante este sino recurriendo a técnicas mágicas.
El reconocimiento y el consumo de mercancías
están en el centro de esta seudorespuesta a una
comunicación sin respuesta. La necesidad de
imitación que experimenta el espectador es precisamente
la necesidad infantil, condicionada por todos los aspectos de su
desposesión fundamental. Según los términos
que Gabel aplica a un nivel patológico totalmente distinto "la
necesidad anormal de representación compensa aquí
un sentimiento torturante de estar al margen de la
existencia".
220
Si la lógica de la falsa conciencia no puede
conocerse a sí misma verídicamente la
búsqueda de la verdad crítica sobre el
espectáculo debe ser también una crítica
verdadera. Tiene que luchar prácticamente entre los
enemigos irreconciliables del espectáculo y aceptar
estar ausente allí donde ellos están ausentes. Son
las leyes del pensamiento dominante, el punto de vista exclusivo
de la actualidad, que reconoce la voluntad abstracta de
la eficacia inmediata cuando se arroja hacia los compromisos
del reformismo o de la acción común con los residuos
seudorevolucionarios. Con ello el delirio se ha reconstituido en
la misma posición que pretende combatirlo. Por el
contrario, la crítica que va más allá del
espectáculo debe saber esperar.
221
Emanciparse de las bases materiales de la verdad
invertida, he aquí en qué consiste la
autoemancipación de nuestra época. Esta
"misión histórica de instaurar la verdad en el
mundo" no pueden cumplirla ni el individuo aislado ni la muchedumbre automatizada
y sometida a las manipulaciones, sino ahora y
siempre la clase que es capaz de ser la disolución de
todas las clases devolviendo todo el poder a la forma
desalienante de la democracia realizada, el Consejo, en el cual
la teoría práctica se controla a sí misma y
ve su acción. Únicamente allí donde los
individuos están "directamente ligados a la historia
universal"; únicamente allí donde el
diálogo se ha armado para hacer vencer sus propias
condiciones.
Guy Debord: La sociedad del espectáculo. Trad. revisada por Maldeojo para el Archivo Situacionista (1998).
La separación consumada
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