"Somos creadores públicos, no artistas sedientos de festivales y canapés" (Álex de la Iglesia)
El último fin de semana de marzo (27, 28, 29, 30) de 2003 se van a celebrar unos encuentros en Madrid —en el Centro Social Okupado Autogestionado Laboratorio 03 y en la Casa Encendida, ambos en Lavapiés—, organizados por la Universidad Nómada junto a numerosos colectivos y personas del entorno del software libre, la libre distribución de conocimientos, el movimiento estudiantil, los medios alternativos de comunicación, etc., con la intención de imaginar formas prácticas de promover la libre distribución de los saberes y de abrir espacios críticos de debate colectivo inscritos en el seno del conflicto que las nuevas tecnologías de la comunicación, los nuevos derechos reivindicados y las nuevas formas de producción han introducido en el corazón de nuestra organización social.
En un principio, se nos ocurrió que esos encuentros podían darse bajo el título general de "estados generales de la cultura", pero había algo que nos disgustaba profundamente en los discursos de la izquierda "ortodoxa" (mejor que tradicional, ¿o acaso no tiene la izquierda herética una larga tradición de actos violentos, rupturas, reivindicaciones increíbles y estrategias imparables?) sobre la mercantilización de la cultura, algo que parece estar mal enfocado y tener escasa operatividad política, amén de ser asquerosamente elitista. Esos discursos "ortodoxos" lamentan que el "mal gusto" asociado a las "masas" se haya apoderado de la cultura, de la mano de un mercado que banaliza todos los productos para que su digestión rápida deje vía libre a un consumo acelerado, y acaban reclamando siempre al Estado que frene esa colonización intolerable, que comprenda la excepcionalidad de los bienes culturales y colabore activamente a la reconstrucción de un ámbito de la vida (el ocio) donde pueda darse un disfrute de obras de calidad. Este punto de vista es ciego a lo esencial: la cultura no es un ámbito de "obras del espíritu" que uno puede consumir en su tiempo de ocio, sino que también es información, lenguaje, modos de vida, gustos, modas, estilos, etc. Exactamente lo que hoy en día se pone a trabajar, lo que se explota fundamentalmente en nuestro paisaje posfordista, en el que la frontera entre producción y reproducción se difumina ampliamente y el capital devora todos los átomos de nuestra vida cotidiana.
Por tanto, como querían las vanguardias artísticas desde el dadaísmo al situacionismo, la cultura no está de ningún modo desvinculada de la vida cotidiana, aunque la racionalización capitalista vacíe muchas veces de todo contenido fuerte las cualidades creativas y relacionales, sino que es el campo de batalla político. La cultura, entendida en sentido amplio como todo aquello que supera la dimensión instrumental o funcional de la sociedad, es ese océano de historias que atraviesan, conforman, desestructuran y recomponen una y otra vez nuestra percepción, nuestra memoria, nuestra imaginación. Son historias que no están sólo en los libros, como querría hacer creer cierta crítica cultural "ortodoxa", sino también la música, el software, las ideas que van y vienen, la disposición del espacio urbano, etc. Todo lo que nos "educa", todo lo que da forma a nuestros valores (lo que tiene importancia y lo que no), a nuestra imagen del mundo y de nosotros mismos. Ese es el punto de vista de los encuentros de marzo.
Pero, al parecer, algunos quieren que sólo se cuenten sus historias, que la gente pague por ellas mucho más de lo debido, que creamos que sólo algunos elegidos (artistas, pensadores, etc.) pueden crear historias. Son los que están impulsando en todos los terrenos (salud, edición, música, software, etc.) leyes de propiedad intelectual que atentan contra la libre circulación de ideas, amenazando con privatizar el cerebro colectivo y criminalizando la compartición de saberes. Son los que montan meses antipiratería, los que promueven el bombardeo mediático que identifica la cooperación y la circulación de ideas bajo la lógica del don con asaltar barcos y desvalijar a sus pasajeros, los que animan la corrupción de la ciudadanía estimulando la delación sobre copias no autorizadas (Monsanto tiene incluso una línea gratis de teléfono para atender los soplos), los que pretenden privatizar ese océano de historias y secarlo mientras lo van vendiendo, precarizando aún más la vida y el trabajo de los que forman verdaderamente las corrientes profundas que hacen la historia. En el conflicto en torno al copyright hay dos modelos sociales en liza: la cooperación sin mando y la guerra de todos contra todos.
Se fundan en una idea completamente ilusoria de lo que es el hecho creativo, en la figura del "artista individual y propietario" que no debe nada a nadie, algo completamente falso. Toda creación se basa en creaciones de otros, en reelaborar pautas que otros inventaron, en resignificar la enorme herencia de bienes no materiales que compone el patrimonio colectivo: por encima de todo el lenguaje, que todos disfrutan y nadie posee. Como se sabe, Marco Polo copió la brújula, el arte de la seda, la pólvora o el uso del carbón, Shakespeare pirateó una y mil ideas de su contrincante Marlowe, los ordenadores son posibles porque Von Neumann no patentó sus investigaciones en el campo de la informática, el cine es posible porque algunos piratas emigraron a Hollywood para desobedecer la patente de Edison, etc. Una idea de la creación muy alejada de la "inspiración difusa" y el "genio torturado", visiones estéticas del proceso creativo y productos de un marketing (ciertamente efectivo) para "vender" imágenes de "artistas" acompañando a productos (discos, libros, películas). Sin el libre intercambio de ideas no hay cooperación, que es la base material de las actividades creadoras. Y es ese libre intercambio de ideas el que ponen en peligro las medidas oligarcas y represoras en materia de propiedad intelectual: las dificultades cada vez mayores para fotocopiar textos (¡en nombre de la lectura!), las tentativas de legislar y dejar fuera relaciones sociales tradicionales (como prestar un libro, en el caso de los libros electrónicos, o grabar una canción a un amigo), las patentes sobre software que amenazan el progreso de la computación, la apropiación privada y terrorista de bienes comunes como los medicamentos y las semillas, etc.
¿Pero acaso se gastan esas historias de las que hablamos, se gasta la música, las ideas, las formulaciones matemáticas, los poemas? ¿Por qué no iba, pues, a protegerse el libre acceso de todos a estos "bienes infinitos" (sobre todo cuando se exige en casi cualquier trabajo una formación cultural)? Las nuevas técnicas de reproducción digital y transmisión de la información abren posibilidades inéditas al abaratamiento de los costes y a la universalidad del disfrute de las distintas manifestaciones de la creatividad humana. Es mentira que los "derechos de autor" (que son derechos de la industria sobre los autores y sobre los usuarios) protejan la calidad o el libre acceso: sirven sólo para que los productores se aseguren sus beneficios privatizando las "tierras comunales creativas", lo que debiera ser de todos.
Las jornadas de marzo se plantean varios objetivos. Por un lado, un acceso al tema de la propiedad intelectual y la propiedad industrial de carácter más teórico, en el que se van a analizar los diversos fundamentos jurídicos del copyleft, las licencias abiertas de copia, las luchas en el ámbito de las patentes sobre la vida, las fuentes anónimas y colectivas de la creación, etc. Y que incluirá también una aproximación a las nuevas lógicas conflictuales de producción (la llamada producción inmaterial de los brainworkers -trabajadores del cerebro), inscrita en el horizonte del desmantelamiento de la "net economy" (economía de red, economía inmaterial, cooperativa, etc) y la imposición de la lógica de guerra en el corazón de nuestras vidas, la war-economy y sus distintas aplicaciones (orientación de la producción de conocimiento hacia los saberes de guerra y de muerte, estrangulamiento de la cooperación y del libre despliegue de la subjetividad, etc.).
Por supuesto, se hará un repaso también en este contexto a la libertad de información, a la privatización de los saberes en al ámbito educativo y de los medios de comunicación. Entendemos también que estas jornadas tienen un eminente carácter de redimensión de "lo público": el derecho a la libre distribución debería ser una cualidad esencial en universidades, bibliotecas, fonotecas, etc., los sistema abiertos (víricamente abiertos, es decir, que extienden su libertad contaminando otros espacios y productos, haciendo libres a estos a su vez) son la base para un sistema democrático, algo que las nuevas leyes del copyright y su concepción esencial nos niegan, convirtiendo en mercancía cualquier tipo de expresión ciudadana (ideas, melodías, software, imágenes, etc.).
Pero a la hora de organizar los encuentros se ha partido de una perspectiva claramente propositiva: no sólo se trata de analizar y reflexionar en común entre hackers, músicos, editores, distribuidores, activistas de medios de comunicación alternativos, etc., sino también de organizar modalidades de trabajo y distribución que no ahoguen la creación colectiva ni restrinjan el derecho a copia. No queremos componer simplemente un "catálogo de agravios", otro gesto impotente y marginal, sino avanzar políticamente en la elaboración de formas de autoorganización y licencias libres, en los experimentos de libre copia que son viables prácticamente. Redefinir el copyleft en un sentido amplio como un eje fundamental de los movimientos políticos a la altura de estos tiempos que corren a toda velocidad y sus envites políticos.