AD NAUSEAM Panfleto contra el ghetto político en Granada
.:no es nada
personal (introducción):.
"La
verdad jode pero curte." (Makinavaja)
Lo que sigue
se refiere a una dinámica colectiva, establecida
en la ciudad de Granada por quienes se dicen
enemigos del Capital, el Estado, el
Patriarcado, Esto y lo Otro. Puede interesar a gente de
fuera, en la medida en que refleje situaciones
análogas en otros lugares, o arroje luz sobre
ellas; pero queda claro que es una reflexión
surgida de circunstancias particulares, las de
una ciudad tan particular como ésta, y por lo
tanto su interés es sumamente limitado.
Quien no haya pasado por estas experiencias,
probablemente no entenderá bien de qué
hablamos, y será poco lo que este
escrito pueda aportarle, a no ser una especie de
"vacuna" para no meterse en ciertos
berenjenales.
En cuanto a
las reacciones que pueda provocar este texto,
habrá quien vea por fin expresado abiertamente
todo el malestar que le rondaba. Habrá
también quien se lo tome como un ataque personal,
al ver cuestionada su imagen y/o sus esfuerzos
voluntaristas, y querrá saber quién o
quienes han escrito esto, a fin de saber a qué
mensajeros hay que matar. Por último,
los habrá que piensen que su grupo, cualquiera
que sea, apenas incurre en los vicios
aquí señalados. Éstos
deben saber que si su grupo sólo puede
identificarse parcialmente en esta crítica
general, sin duda puede (y debe) ser sometido a
una crítica particular aún más
demoledora.
Nos negamos
a hablar de "movimiento", puesto que a fecha
de hoy no lo vemos por ningún sitio. Hablaremos
en su lugar de "antagonismo
político" y del "ghetto". Por
antagonismo político entendemos un conjunto de
personas, grupos, discursos y prácticas
que se presentan como opuestos a la totalidad o una
parte del orden social existente, desde valores
igualitarios y no jerárquicos. En Granada, como
en tantos otros sitios, el antagonismo político
cristaliza en un ghetto: un ambiente que, bajo
el pretexto de tal antagonismo, institucionaliza unas
relaciones basadas principalmente en la
estética. La cualidad del ghetto que salta a la
vista es la incapacidad de crear cualquier
dinámica social, o incidir en las ya
existentes. Sin embargo, al crear una apariencia
espectacular de "movimiento", el
ghetto impide la formación de un
movimiento real, atrapando y anulando el potencial de
muchas personas y de momentos/fragmentos de
intervención política verdadera. El ghetto
no se puede entender limitadamente como
una lista concreta de grupos e individuos. Es
más que eso: es una dinámica que
fluctúa, que a veces se expande y
otras retrocede. Es una red de relaciones y
actitudes móviles, es decir, en eterno movimiento
hacia ningún sitio.
Nuestras
palabras serán duras, pues si no tenemos nada
contra nadie en particular, tenemos todo contra todos
en conjunto, mientras ese conjunto no se dibuje
de otra manera. No es que seamos más listos que
nadie: cuanto atacamos lo hemos vivido y
reproducido exactamente igual que cualquiera. Por ello
sabemos bien de lo que hablamos. Es sólo
que nuestra paciencia tiene un límite, y ha sido
ampliamente rebasado.
Una
última aclaración: por comodidad empleamos
el masculino genérico. No por ello está en
nuestro ánimo excluir a las mujeres, que
no se libran de nuestra crítica.
.: la
ausencia de una tradición de lucha. comentarios
sobre la historia de granada :.
Granada es
una ciudad de servicios y un centro administrativo,
nunca ha tenido un peso industrial, y por ello
ha carecido de un movimiento obrero fuerte.
Aún así en los años 30 hubo, como
en el resto del país, una
exasperada agitación social, pero hoy de
aquel pasado no quedan vestigios. Nadie recuerda el
asalto e incendio del abominable diario IDEAL y
del teatro Isabel la Católica, ni ningún
otro episodio de los muchos que tuvo entonces la lucha
de clases. Son muy pocos los que saben que el
actual parque temático del Albaicín fue
antaño un orgulloso barrio proletario,
cuyas iglesias ardían periódicamente, y
que fue el único en resistir durante días
al levantamiento fascista y militar. Hoy, si se
recuerda aquello, se dice que resistieron porque eran
"republicanos", lo que quiere decir que
eran "demócratas" como los de
ahora pero un poco más exaltados, y probablemente
votantes del PSOE. Nadie se atreverá a
decir con todas las letras lo que eran muchos de
aquellos hombres y mujeres: revolucionarios,
simplemente. Nadie cometerá tampoco la
incorrección política de recordar a todos
los maquis que en la postguerra más negra
lucharon por mantener viva la llama en esta
ciudad y su provincia, pagando casi siempre con la
vida.
No es
suficiente matar a las personas, a menudo es preciso
borrar también su memoria, porque sin memoria no
hay tradición de lucha. Cuando hablamos
de una ciudad sin tradición de lucha, no estamos
hablando de la ausencia de un especial estado
de ánimo: como si las revueltas las inspirasen
las musas, y esas musas se hubieran olvidado
de nosotros. Estamos hablando de la
inexistencia, debida a factores bien concretos, de un
tejido social combativo, capaz de establecer
una continuidad -por débil y precaria que sea-
entre sucesivas fases históricas y las luchas que
las acompañan, y sobre todo de
transmitir la memoria y la experiencia colectivas.
nbsp;Ese tejido
existió en Granada, pero fue exterminado, en el
sentido literal del término. Se diría que
aquí sólo fusilaron a
García Lorca, cuando fue sólo uno
más entre miles de personas, la mayoría
bastante más comprometidas y luchadoras
que él. Hasta cuando se han decidido a celebrar
oficialmente al poeta ("año Lorca",
1997-1998) lo han hecho conmemorando su
nacimiento, y no su muerte, que se produjo sin duda en
circunstancias demasiado incómodas para
tenerlas en cuenta en los tiempos que corren (como nota
al margen, diremos que tampoco se
acordó nadie de la condición de
homosexual de Lorca). Los herederos políticos de
sus asesinos estuvieron en primera fila
en todos los actos del aniversario, y
aún se permitieron, mientras controlaban el
ayuntamiento, eliminar del cementerio municipal
la tapia de los fusilamientos, llena aún de
agujeros de bala. Remataban así la limpieza a
fondo iniciada el 18 de julio de 1936.
Las luchas
de los años 60 y 70 fueron, en Granada y en toda
España, una feroz ofensiva contra la miseria
moral y material de la dictadura, y en gran
medida contra su prolongación bajo formas
"democráticas". Pero su
recuperación para la imaginería
democrática ha sido igualmente brutal: ahora
resulta que aquí todo el mundo luchaba por
la democracia, es decir, por lo que a fecha de
hoy se entiende por democracia. Derrotados aquellos
movimientos al final de los 70, y promocionados
muchos de sus dirigentes a gestores del sistema en la
nueva etapa, es posible tergiversar
fácilmente el sentido de sus luchas y afirmar
que, de hecho, vencieron. Así, en el monumento
levantado después de tantos años
a los albañiles asesinados en Granada en 1970, es
bien visible la palabra sagrada.
Ya sabéis cuál.
Son
sólo formas particulares que adquieren en Granada
la amnesia y el ocultamiento generalizados. Cuando
los desposeídos no somos capaces de
guardar nuestra memoria y afirmar su verdad, ocurre que
la memoria oficial -la de los vencedores- ocupa
todo el campo. Esa memoria se caracteriza por el
falseamiento, y muy especialmente por
la negación y el ocultamiento
sistemático del conflicto. Es una historia
edulcorada, que pretende hacer creer que la
paz social es algo así como un estado
natural, y no el resultado momentáneo de una
larga serie de batallas, que unos pocos han
ganado y muchos hemos perdido.
En realidad,
esa historia oficial no es más que el
vacío que deja la memoria colectiva. Esa amnesia
general, concretada en la ausencia de una
tradición de lucha, es la primera
condición que permite la constitución del
ghetto. Sólo puede ser derribada por una
dinámica real de lucha, y como es evidente no es
el caso.
.: el
estudio os hará libres :.
Granada es
una ciudad inmóvil: una capital de provincias
aburrida, beata y firmemente reaccionaria. Sobre
esta realidad de fondo, la coincidencia de
varios aparatos culturales y sobre todo la Universidad
proyectan un espejismo, una apariencia de
ciudad joven, dinámica e incluso bohemia. Esa
burbuja universitaria es autosuficiente, y jamás
se toca con la Granada profunda. En la burbuja,
los estudiantes configuran un mundo propio, mundo aparte
donde los haya. En este mundo es donde el
ghetto tiene su hueco. Es, literalmente, un ghetto
dentro de un ghetto.
Cualquier
joven que llegue a la Universidad de Granada con unas
mínimas inquietudes se verá fuertemente
atraído por el ghetto. Y ello porque le
ofrece la posibilidad de "hacer algo" y dar
salida a esas inquietudes, y a la vez
una cierta cantidad de gente con la que poder
relacionarse a diversos niveles: de amistad, sexual,
lúdico, etc... algo fundamental en una
ciudad que desconoces. Esta naturaleza de "club
social" es fundamental en el ghetto,
pero queda en segundo plano por las apariencias
que despliega el activismo. Además, al venir por
lo general de pueblos y ciudades más
pequeñas que son otras tantas balsas de aceite, a
muchos de los recién llegados les parece que
en Granada existe un gran movimiento, o por lo
menos un "movimiento" digno de tal nombre.
Ciertamente,
en el ghetto no sólo hay estudiantes, pero ellos
son uno de los factores determinantes del
mismo, porque le dan carta de naturaleza como
esfera separada y aislada del conjunto social.
Condicionados por circunstancias que
repasaremos a continuación, condicionan a su vez
la dinámica entera del antagonismo
político en Granada, dinámica a
la que se pliegan personas en otras circunstancias
vitales (trabajo/paro u otras). De
todas formas, vamos a señalar que la
mayoría de la gente que empieza a currar y se
aparta del ámbito universitario,
se aparta también radicalmente del
ghetto. A menudo esto se justifica por la falta de
tiempo y el cansancio, y estos juegan su papel,
pero nosotros pensamos más bien en una
reacción lógica al verse catapultados a
una realidad distinta a la Universidad. Una
realidad bastante más cruda y ajena por completo
a los discursos del ghetto, totalmente
inoperantes fuera de la disneylandia universitaria.
¿Qué define a un estudiante?
Más o menos esto: "El estudiante es un ser
dividido entre un estatuto presente y
un estatuto futuro netamente separados, y cuyo
límite va a ser mecánicamente traspasado.
Su conciencia esquizofrénica le permite
aislarse en una <<sociedad de
iniciación>> (...) Ante el carácter
miserable, fácil de presentir, de
este futuro más o menos próximo
que lo <<resarcirá>> de la vergonzosa
miseria del presente, el estudiante
prefiere volverse hacia su presente y decorarlo
con encantos ilusorios. La misma compensación es
demasiado lamentable como para que atraiga; los
días que sigan no serán alegres y,
fatalmente, se sumergirán en la mediocridad. Por
ello se refugia en un presente vivido
irrealmente" (Mustafa Khayati, "Sobre la
miseria en la vida estudiantil", 1967).
Estas palabras siguen hoy vigentes. El
estudiante vive en una separación completa del
"mundo real": su mundo es
irreal desde un principio, porque está
formado íntegramente por otros estudiantes, que
reproducen hasta el infinito esa "sociedad
de iniciación" gobernada por reglas propias.
Esa separación se ve reforzada, en una ciudad
como Granada, por la omnipresencia de la
burbuja universitaria, que configura
prácticamente dos quintas partes de la
población.
Su
apreciación irreal de las cosas y la aparente
permisividad en la que vive, convierte a todo estudiante
con un vago sentimiento de rebeldía en
receptor ideal de cualquier ideología
política que esté envuelta en un halo
de romanticismo, generosidad y
"lucha", por mínima que sea su
elaboración y su contrastación con la
realidad social. Todo ese idealismo estudiantil
carece en Granada, como hemos visto, de una
tradición de lucha con la que
poder confluir, que le transmita los ritmos y
el "mapa" de la ciudad, y lo integre en ellos.
Así las cosas, queda aislado en
la esfera universitaria, condenado a girar
eternamente sobre sí mismo sin ningún
punto sólido de referencia.
El
carácter universitario del ghetto no deja de
retroalimentarse. Son todas las dependencias de la
Universidad y sus múltiples
prolongaciones en forma de bar los escaparates
privilegiados de su propaganda, junto con el centro de
la ciudad, escenario principal de la vida
social del estudiante. Esta focalización de la
actividad en el ámbito universitario se
debe, más que a la comodidad de los militantes, a
la certeza interiorizada de que sólo ahí
está su público.
Llegados a
este punto, alguno podría pensar que nos
guía un desprecio completo hacia el estudiante
como tal. Ese desprecio se ha dado a veces en
el ghetto desde una idealización
típicamente intelectual del trabajo y del
trabajador manuales, heredada de la vieja
política. Era por tanto, en el límite del
absurdo, un autodesprecio que no podía
sino incrementar la esquizofrenia de algunos
militantes. Estas formas de pensar a nosotros ya nos dan
risa. Aquí estamos simplemente
describiendo, con toda la precisión que podemos,
las circunstancias del estudiante, y si son
tan patéticas no es precisamente por
culpa nuestra. Somos conscientes de que cualquier
subversión general en/de la ciudad de
Granada pasa necesariamente por la figura del
estudiante, entre otras. Pero para ello es de todo
punto imprescindible que los estudiantes asuman
de una vez cuál es su condición, y dejen
de aceptar el rol de redentores del resto de la
humanidad que el ghetto les ofrece bajo diversas
fórmulas.
¿Cuál es la
"condición" del estudiante? Es tan
sólo la alienación que domina su vida de
manera completa, sin ser más que otra
forma particular de las muchas que adquiere la
alienación generalizada. Esa alienación
comienza en la sujeción económica
familiar, al margen de todas las ilusiones que el
estudiante quiera hacerse sobre
su independencia. Se concentra en su
sometimiento a todos los enajenantes mecanismos y
rituales académicos, de los cuales el
más alienante -por cuanto memorizar un texto para
olvidarlo poco después tiene muy poco que ver con
un aprendizaje real- y a la vez el más
escandaloso -por cuanto en él el carácter
autoritario, represivo y jerarquizador de la
enseñanza se presenta ya sin velos- es el examen.
Culmina su alienación en el consumo compulsivo de
cualquier droga que se tercie, y en la
diversión masificada en los bares o en la calle.
En este sentido, algo tan absurdo como
el botellón no es más que una
manifestación no reglamentada -y por tanto
sorprendente para los bienpensantes-
del absurdo general de la vida estudiantil, y
como tal es refractaria a cualquier intento de
racionalización, e indestructible para
los resortes de represión/integración
convencionales.
Precariamente puesto a salvo de la autoridad
paterna, por el expediente del alejamiento
geográfico, el estudiante pasa a
someterse a otra autoridad más abstracta pero
igual de absoluta: la del profesor. En manos de
éste está el futuro
académico, que algunos aún identifican con
el futuro a secas, y su autoridad en clase llega a
adquirir una cualidad casi metafísica...
Quien haya cursado cualquier carrera nos
entenderá. A veces, por someterse, el
estudiante puede llegar a someterse incluso a
su casero, que le impone humillantes y pintorescas
muestras de vasallaje. La vida del estudiante,
en fin, está llena de detalles sórdidos:
desde el hacinamiento en el autobús hasta el
alcohol de garrafón que le venden por
doquier, pasando por la suciedad que invade el piso al
esfumarse la figura materna...
Todo esto es
alienación, o miseria si se quiere, y no tanto
material -que a menudo también lo es- como
moral. Jamás es atacada por los
pseudoagitadores burocráticos de la Universidad
(llámense CUDE, Sindicato de
Estudiantes o lo que haga falta). No es
atacada, entre otras cosas, porque no es percibida en la
hegemonía de la falsa conciencia, si no
es como un sentimiento individual de malestar. Ni
siquiera los sufridos estudiantes del ghetto
la perciben colectivamente, ocupados como
están en asaltar las estrellas y recrearse en la
contemplación de su propia radicalidad.
Y como no perciben su alienación como el problema
colectivo que es, la toleran.
La
alienación estudiantil, por tanto, tiene rasgos
específicos. Pero un rasgo específico del
estudiante es también su asombrosa
capacidad para evadirse de ella, como supo ver Khayati.
En este punto hay que empezar a hablar de
la estética.
.:
objetos que sirven para ser contemplados. la
estética es el ghetto :.
Esa
evasión de los estudiantes adquiere a veces
formas más refinadas que la de la simple
borrachera (aún así, la forma
más ampliamente practicada). Puede pasar por la
adopción de un rol determinado en el marco de la
"sociedad de iniciación"
estudiantil , una falsa identidad que tiene algo de
autoafirmación adolescente y que se proyecta
al exterior, : el bohemio, el artista -es digno
de ver cómo florecen y se marchitan los artistas
en esta ciudad-, el marginal, el radical, etc.
Esas identidades, extendidas a un número mayor o
menor de gente, acaban
constituyendo círculos cerrados, y el
ingreso en esos círculos pasa necesariamente por
la asunción de las convenciones que
los regulan. Para entrar en unos hay que
escribir poesía, en otros hay que disfrazarse de
carrilano, y así sucesivamente. Una
serie de apariencias, en resumen. Todos esos
círculos tienen, además, espacios de
reunión muy concretos, que sirven como
reclamo, punto de visibilización y elemento
aglutinador
Todos esos
círculos son pequeños ghettos, de los
cuales nuestro ghetto es uno más, pero portador
-sólo él- de
una contradicción: formalmente no aspira
a separarse del resto de la realidad social, sino a
transformarla. Toda su base, su estructura, sus
condiciones de existencia, le llevan a aislarse en
sí mismo; pero toda(s) su(s) ideología(s)
está(n) supuestamente orientada(s) a una
intervención social general. El resultado
sólo puede ser la esquizofrenia, y
sobre esto volveremos más adelante.
Lo que nos
interesa ahora son las convenciones que rigen el ghetto
político. Lo político, al no estar ligado
a una confrontación real con lo
existente, se diluye en un montón de poses y
actitudes superficiales y, sobre
todo, fuertemente autorreferenciales. Formas
concretas de hablar, vestir, divertirse... cuya
aceptación suele ser requisito previo
para ingresar en el ghetto, para ser aceptado y
reconocido en su seno. No se trata de ser radical -cosa
harto difícil, puesto que sólo se
puede ser radical en la práctica- ni de estar
fuera de la sociedad -cosa
sencillamente imposible-, sino de
aparentarlo.
En la
vestimenta, por ejemplo, encontramos diferentes
tendencias que a veces se superponen, pero que tienen
en común un carácter
deliberadamente "marginal" (en el sentido de
minoritario) y con las que ingenuamente
se pretende exteriorizar un supuesto rechazo de
las convenciones sociales imperantes, ignorando
deliberadamente que hace ya tiempo que el
sistema aprendió a neutralizar cualquier ataque
estético. Todas estas tendencias -desde
el estudiado desaliño hasta formas
atenuadas de uniformización- coinciden y se
articulan en un mismo punto:
la ostentación de lemas, símbolos
e imágenes de indudable tono "radical".
Y, huelga decirlo, autorreferencial, por cuanto
al común de los mortales tales iconos les suenan
a chino mandarín, o en el mejor de los casos a
ecos de una guerra muy lejana. No obstante,
cumplen a la perfección su función real,
que no es propagandística, sino consiste
en separar y diferenciar -aislar, en
definitiva- al integrante del ghetto, y reforzarlo como
objeto que sirve para ser contemplado, y no
como sujeto con el que se puede establecer una
comunicación. Por lo demás, estos
aspectos indumentarios están sujetos a
modas, como ocurre en cualquier otro ámbito
social. De hecho, aunque el ghetto
está cerrado sobre sí mismo, lo
atraviesan las mismas modas y tendencias que al cuerpo
social en su conjunto. Si "afuera",
por ejemplo, se extiende el consumo de pastillas y
cocaína, éstas se harán
invariablemente presentes en cualquiera de los
saraos -fiestas, conciertos...- organizados en aras de
la causa justa de turno. Por decirlo de
algún modo, las puertas del ghetto no
pueden abrirse hacia fuera, pero se abren
fácilmente hacia dentro.
Para quienes
buscan esta apariencia física diferenciada como
prolongación de un determinado estado de
conciencia política, se trata
esencialmente de reafirmar en la superficie unos
principios supuestamente interiorizados, y que
por lo tanto deberían plasmarse en una
práctica cotidiana. Pero, como veremos, es
imposible que se plasmen en una práctica
que transforme nuestras vidas, y por eso mismo necesitan
imponerse con fuerza en lo visual, en una
suerte de eterna maniobra de
distracción. El gregarismo del ghetto,
exactamente igual de conformista que el del
botellón o el de los boy-scouts, exige
esa identificación visual inmediata con el clan,
y tenderá a castigar sutilmente, bajo
la forma de bromas continuas o (con más
frecuencia) de una mayor dificultad para relacionarse, a
aquellos que se resistan a asumirla. Queda
claro que respetamos el derecho de cada cual a vestir
como le d´r la gana, pero nos rebelamos
contra la pretensión de darle a ese gesto, de
forma consciente o inconsciente, una trascendencia que
no tiene.
Todos estos
elementos estéticos se han desarrollado en un
segundo plano dentro de un antagonismo político
cada vez más desligado de una
dinámica real de lucha. Terminan por ser
hegemónicos cuando esa desvinculación se
hace total al hilo de ciertas transformaciones
históricas. Se apoderan entonces del antagonismo
político, ya vacío de contenido,
y lo hacen derivar definitivamente en ghetto. A partir
de ese punto sin retorno, los elementos
estéticos inician una carrera
independiente y solitaria, evolucionando por sí
mismos en función de las misteriosas reglas de
la moda y escudándose en discursos casi
siempre muertos o vacíos.
Este proceso
ha seguido ritmos distintos allá donde se ha
producido. Un hito general es, sin duda, el triunfo del
"sí" en el referéndum
sobre la OTAN, a partir del cual toda una izquierda
pretendidamente revolucionaria, ya
muy debilitada por el "happy end" de
la Transacción, ve hundirse su última
tabla de salvación e inicia un declive
definitivo hacia la marginación y el
aislamiento totales (si bien se trata de un espectro
bastante más amplio, deberíamos
citar las emblemáticas siglas del
Movimiento Comunista y la Liga Comunista
Revolucionaria). Aquel amplio movimiento tuvo
sin embargo una importante prolongación en la
estrategia antimilitarista de la Insumisión. De
hecho, en el caso de Granada, el punto sin
retorno que señala el inicio del reinado sin
trabas de la estética es la desintegración
del movimiento antimilitarista (formado
aquí por MOC, CAMPI y Plataforma Por la
Insumisión) en los años 96-97. Si
bien esta desintegración vino dada a
nivel general por la dificultad de la desobediencia
civil a la hora de afrontar un ejército
profesional, en Granada coincidió ya con el fin
de un típico "ciclo ghetto" y con la
existencia en su seno de un fortísimo
elemento estético que pugnaba por imponerse
(¿os suena el "buen rollo"?). Con
aquella forma de lucha, por débil que
fuera, desaparece la última dinámica de
enfrentamiento real, objetivo, con las instituciones.
La
estética en sentido amplio (ropa, música,
lenguaje, convenciones en las relaciones
personales...)lo es todo en el ghetto: es el
ghetto mismo. Es su reclamo principal, el factor de
atracción que funciona con mayor fuerza, muy
por encima del discurso político. Exige
a sus integrantes una serie de rasgos determinados, de
los cuales el primero es la juventud. Su efecto
inmediato es asociar cualquier voluntad de
transformación social a la juventud como estado
fugaz y transitorio, y a un aparato
estético completo que mucha gente no
estará dispuesta a asumir debido a su edad,
al contexto social en que se mueve o
sencillamente a sus gustos. Esto permite además
que los medios identifiquen toda clase de
iniciativas antagonistas con sujetos ficticios
claramente disociables del conjunto social como
"tribus urbanas", "okupas",
etc. Cualquier potencial de verdadero antagonismo que
pueda gestarse dentro del ghetto se verá
frenado por esta barrera que truncará su
desarrollo. Por lo demás, es evidente que la
militancia en cualquier grupo es vivida
generalmente como participación estética,
jamás asociada a una opción vital y
ética.
.: la
ideología como espejismo :.
A estas
alturas, está claro que el ghetto es una especie
de ectoplasma, perteneciente al campo de la
"acción", en la medida en que
sus integrantes lo construyen en la práctica al
establecer entre sí una serie de relaciones.
Aunque estas relaciones se basan en un juego
completo de apariencias, no podemos olvidar que
están condicionadas por una serie de
discursos políticos. Estos discursos dan lugar a
la formación de distintos grupos, integrados por
los partidarios de tal o cual opción,
que a fin de cuentas son siempre la misma: la del
ghetto. Los grupos adquieren diversas formas y
grados de organización, desde el simple colectivo
nucleado en torno a una asamblea
periódica hasta fórmulas
más estructuradas que agrupan a una mayor
cantidad de gente o se articulan con grupos similares
en otros territorios. Las actividades de estos
grupos, a su vez, regulan la vida colectiva del
ghetto.
Al abordar
el análisis de los grupos, hay que atender a
varios aspectos que se relacionan estrechamente pero
se pueden diferenciar sin grandes
complicaciones: la ideología que los sustenta;
una mecánica interna que
podríamos llamar "privada"; su
actuación pública y un grado intermedio
entre ambas que se corresponde a las relaciones
entre los grupos dentro del ghetto. Empezaremos
por el nivel más abstracto, el de la
ideología.
Ya se ha
dicho que la militancia es vivida generalmente como
participación estética, casi nunca
política. Es difícil que sea
vivida como participación política porque
el ghetto carece de cualquier proyecto político,
entendido aquí como orientación
en el marco del conflicto, y no como verdad revelada que
contiene la promesa de un
futuro resplandeciente. Dispone tan sólo
de algunos discursos ideológicos bastante burdos,
pero perfectamente acabados y autosuficientes
-puesto que se agotan en sí mismos-, que
sólo pueden ser aceptados con fe religiosa bajo
el aspecto de ideología, o rechazados en
bloque.
¿Por
qué empleamos despectivamente el término
"ideología", y por qué las
despreciamos todas soberanamente? Una
ideología es una visión idealizada del
mundo, completamente separada de la experiencia
cotidiana y vital de quien la sustenta, en la
cual nada indica que aquella pueda realizarse. Quien
abraza una ideología verá como
entre esa "verdad" teórica y
su experiencia directa surgen continuos roces y
desajustes, pero los obviará como quien
rehuye afrontar un problema desagradable: el
problema ineludible de realizar la teoría. La
reacción típica será volverse
aún con mayor énfasis hacia la
ideología consoladora, luz entre tinieblas, dando
lugar a un grado mayor o menor de dogmatismo. A
esta continua huída hacia delante, esta actitud
de desterrar de forma automática e inconsciente
los aspectos conflictivos a un segundo o tercer
plano, para refugiarse en lo abstracto, la llamaremos
falsa conciencia. No sabemos si empleamos bien
el término situacionista.
Cualquier
ideología adquirida exige un auténtico
despliegue de activismo. "Activismo" es
también para nosotros un término
negativo. El activismo surge cuando en la ausencia de
proyecto los medios se convierten en fines per se.
La actividad queda vacía de sentido y
contenido. El activismo no contempla los efectos
posibles de la actividad -pues sabe que
serán nulos-, ni sabe valorar ésta en el
marco de una relación dialéctica entre la
acción, su contenido, su emisor, su
receptor y el contexto que los contiene a todos. En
resumen, no atiende bien ni mal al aspecto
cualitativo de la actividad, sino
únicamente al cuantitativo: cuanta más
mejor. El activismo deviene en el único
discurso realmente operativo del ghetto, puesto
que es el único que los grupos pueden aplicar en
la práctica. Es su
único proyecto. Por eso se convierte en
la ideología superior que unifica a todas las
ideologías del ghetto y al ghetto mismo:
todos sus -ismos confluyen y se reconocen en el
activismo.
.:
relaciones dentro de los grupos :.
En otro
punto nos extenderemos sobre las actividades del ghetto.
Vamos a entrar ahora en el análisis de los
grupos en su nivel concreto más bajo: el
de su mecánica interna. La ideología de
los grupos no se puede entender simplemente
como la adscripción a un -ismo determinado. Si
los hay que se presentan como comunistas,
anarquistas o nacionalistas químicamente
puros, otras ideologías del ghetto quedan
sólo vagamente definidas, lo justo para
dar pie a la formación de un grupo.
Quien entra en el grupo asume formalmente su credo, que
no por primario es menos indiscutible. A partir
de ahí, con tal de permanecer dentro del grupo y
del ambiente, reprimirá cualquier duda y
se convencerá a sí mismo para
comulgar con las ruedas de molino de sus postulados:
falsa conciencia. La incapacidad manifiesta
para incidir en lo social es soslayada por un triple
mecanismo: culpar a diversos "monstruos"
externos (los Medios, la Represión,
etc); considerar que la gente está
alienada-engañada-adormecida-etc (o sea, que la
gente es tonta); y lanzarse a una espiral de
activismo lo más intensa posible. Puesto que el
ghetto prácticamente desconoce el
conflicto, no sabe que éste -así agrupe a
decenas o a miles de personas- es vivido en
términos cualitativos y
no cuantitativos: como espiral
dialéctica, y no como acumulación lineal
de cada-vez-más-gente. Su imagen ideal
de "movimiento" es aquel que agrupa a
mucha gente sobre las ideologías que habitan en
su seno, pero no sabe imaginar dicho
"movimiento" como práctica subversiva.
Entiende el movimiento como reproducción
extensiva, en lo social, de sus convenciones
estéticas.
Por tanto
los grupos justifican su existencia, dedicada al
mantenimiento del ambiente, por la lucha en pos de
la realización de tal o cual
ideología. Dicha ideología, además
de ser mito fundacional del grupo, se convierte en
factor limitador de su práctica al
obligarla a encajar en unos esquemas dogmáticos
bastante rígidos, y por
supuesto estériles. Unos tienen como
referente a un proletariado decimonónico hoy
finiquitado -en este caso, la ideología es
el fósil que ha dejado el reflujo de las
masivas luchas del pasado-, otros a un pueblo andaluz
supuestamente oprimido por el simple hecho de
ser andaluz, otros la "liberación de
espacios" (?), otros la
"antiglobalización" (??), y
así sucesivamente. Son incapaces de
profundizar en el análisis y la teoría,
porque las categorías que emplean
son completamente inoperantes en ese nivel, y
de ahí la pobreza de su discurso, que se limita
por lo general a una serie de frases hechas y
palabras-fetiche. Los grupos jamás dejan de dar
palos de ciego, porque ninguna de
las abstracciones mencionadas existe, pero la
ideología les obliga a orientar su
práctica en función de ellas. Privada
esa práctica de cualquier base real, se
convierte en simple activismo: la repetición ad
nauseam de un discurso vacío, con el
soporte de una serie de actos ritualizados que
analizaremos. Esos actos permiten el mantenimiento del
ghetto, y son a la vez sus gestos
públicos. Dentro del grupo, militancia es
activismo, y éste es vivido de forma diferente
por dos clases de militante que describiremos
como dos tipos "puros", pero entre los cuales
se da en la práctica
una gradación: central y
periférico.
Para el
periférico la militancia es ante todo la
participación estética de la que
hablábamos más arriba. Por ello
se siente realizado con la ostentación
sobre su cuerpo de los signos visuales del ghetto, con
la asistencia frecuente a sus actos gregarios y
con la obtención de la etiqueta del grupo en el
que ha entrado. Entiende, a menudo
con sinceridad -casi diríamos que con
lucidez-, que la lucha se agota en estos aspectos que
aseguran la pertenencia al ambiente y el acceso
a las gratificaciones que éste proporciona.
Así, da sólo una importancia secundaria a
las pesadas obligaciones del activismo. En el
ritual de la asamblea, es decir, en el momento en que es
públicamente reconocido y visualizado
con más fuerza (pues al tomar la palabra
concentra momentáneamente la atención),
opinará sobre cualquier cosa y
fácilmente asumirá responsabilidades. De
esta manera afirma su identidad como
integrante del grupo y del ghetto. Pero a la
hora de llevar a la práctica el compromiso
adquirido es muy probable que se olvide, o se
quite el muerto de encima de la forma más
rápida y menos cuidadosa posible, o que lo
rechace por completo. Dejar colgados a los
demás integrantes del grupo no le supone un gran
problema, puesto que él sólo se
mueve cuando le apetece: el activismo es un
hobby como otro cualquiera, en el que no tiene nada que
ganar ni que perder. En el momento en que ese
pasatiempo le aburre definitivamente, momento que llega
con el más mínimo cambio vital
(acabar la carrera, empezar a trabajar, tomar pareja,
cambiar de amigos, etc), lo abandona sin
mayores complicaciones. Este abandono puede
producirse de forma brusca o gradual. Además, a
menudo se siente intimidado por los militantes
centrales, y ello le impide asumir plenamente su
responsabilidad.
El otro tipo
de militante, al que denominamos "central", es
diametralmente opuesto. A simple vista se caracteriza
por una convicción ideológica
mucho más fuerte e interiorizada que la del
periférico, que le lleva a priorizar el
trabajo político por encima del simple
"dejarse ver" que motiva a aquel. Sin embargo,
observado bajo el microscopio, su caso adquiere
tintes más oscuros. Si para el militante
periférico el activismo es participación
estética, para el central es lisa y
llanamente una compulsión. El activismo se
convierte en motivo central de su vida, y la identidad
política en su única identidad.
Se encubre así un vacío íntimamente
sentido, o se efectúa una fuga de problemas
personales que no se quiere afrontar, o ambas
cosas a la vez. El militante central es
básicamente un adicto a la militancia, como
hay adictos al juego o al trabajo. Sufre un
complejo de responsabilidad que convierte en
obsesión permanente el que los actos del
grupo salgan bien -es decir, como él considera
que deben salir-, que el grupo crezca
numéricamente, que su propaganda se haga
visible, etcétera. Frente a todos los
demás encarna el rol narcisista del militante
responsable y agobiado, puntal del grupo, que
siempre está en todas partes, haciéndolo
todo. La vida política del militante
central siempre es más larga que la del
periférico, puesto que para él la ausencia
del activismo puede fácilmente
descubrir aquello que oculta: la nada o
cualquier clase de pesadilla privada. Su abandono puede
darse por diversos factores, generalmente de
forma muy brusca (el clásico "queme"),
e incluso dar lugar finalmente a la negación
radical de todo lo afirmado en la etapa
activista. Para el militante central, este abandono es
vivido como un conflicto personal, doloroso en
mayor o menor grado, ya que le obliga a enfrentarse a
sí mismo y emprender una
trabajosa reconstrucción de su
identidad.
Ambos
extremos existen y son aberrantes. Pero repetimos que se
trata de tipos "puros" y que ambas
orientaciones -militancia como
participación estética o como
compulsión- son matizables y pueden darse
mezcladas, en proporción e intensidad
variables, en un mismo individuo. Tal como la hemos
desarrollado hasta ahora, esta división
funciona en un plano individual, es decir,
atiende a cómo vive interiormente cada uno su
"vida política". Establecido esto,
cabe preguntarse de qué manera se
trasladan esas actitudes al conjunto del grupo.
Si hablamos
de militantes "centrales" y
"periféricos" es, obviamente, porque en
todo grupo existe un centro y una periferia en
cuanto a la distribución de la capacidad de
decisión. Todo grupo, por informal que se quiera,
tiene al menos una estructura básica: la
de dos círculos concéntricos. En el
círculo central podemos ubicar al o los
militantes centrales, que ejercen un liderazgo
de facto sobre los que se encuentran en el
círculo externo. En algunos
grupos autoritarios que forman o han formado
parte del ghetto, ese liderazgo viene sancionado por
estatutos e ideología -con base casi
siempre en la odiosa concepción leninista del
"partido"-, y por lo tanto tiene un
carácter formal. Sin embargo, la inmensa
mayoría de los grupos del ghetto se pretenden
antijerárquicos, y por ello en su seno
los liderazgos son informales. El liderazgo
informal es un tema tabú en el grupo, o bien se
acepta con tal naturalidad que es
invisibilizado: es tan evidente que a nadie se le ocurre
cuestionárselo, así como en el cuento de
Poe el mejor escondrijo para la carta robada es
el lugar más descaradamente visible. Sin el
liderazgo informal que lo dinamiza el grupo no
podría sobrevivir, y por ello es tolerado y
encubierto. Los militantes nuevos que van entrando,
careciendo por lo general de experiencia
política, lo toman por el funcionamiento natural
del grupo y contribuyen así
a perpetuarlo.
El liderazgo
informal es ejercido generalmente por militantes
centrales que a ojos de los demás son
personas "carismáticas". Este
carisma puede cifrarse en una serie de atributos muy
concretos: capacidad de hablar en
público, dedicación,
identificación total con el grupo... Se tiende a
considerar tales atributos como rasgos
personales, específicos, de un militante
determinado. Rasgos concretos de su carácter que
él ha decidido aplicar a la
actividad política y que le han
conducido a ocupar esa posición central. Esta
creencia encubre la justificación del liderazgo.
En realidad esos atributos no tienen una
existencia previa a la vida política del
líder: son adquiridos durante
ella. Empujado por la compulsión de la
militancia, acaba irremediablemente convertido en un
militante experto. Desarrolla unos rasgos que
acaban siendo mitificados como elementos de carisma y
atributos del militante
modélico, perpetuando así el
liderazgo informal.
A esta
situación se llega por un mecanismo bastante
perverso. Viene a resumirse en que el militante central,
en virtud de su complejo de responsabilidad,
asume múltiples tareas, sobrecargándose a
veces de trabajo hasta extremos irracionales.
Va concentrando en sus manos todos los resortes de la
gestión del grupo: desde el uso de
los medios técnicos hasta los más
diversos contactos, pasando por las sutilezas
ideológicas de su discurso. Todo ello
va convirtiéndose en un saber
esotérico que tiende a compartir cada vez menos
con los demás. Por ello, cada vez
son más las tareas que sólo el
militante central puede resolver, llegando a darse el
caso de que los demás no tienen nada que
hacer, porque él lo hace todo. Su voz es la
única autorizada, puesto que es el único
que sabe realmente de lo que se está
hablando. Interiormente, teme que los demás hagan
las cosas, pues no sabrían hacerlas bien. Y si
el líder tiende a acaparar todo el
trabajo para satisfacer su compulsión, el resto
de los militantes tienden a
delegar cómodamente en él, y son
perfectamente incapaces de actuar y decidir por
sí mismos. No se les pasa por la
cabeza "usurpar" las funciones del
dirigente, y si se les pasa suelen ser
rápidamente desalentados. Si el rol oficial de
los militantes periféricos es el de
participantes en el grupo, el que juegan realmente y que
realmente les gratifica es el de espectadores
que son a la vez elementos del decorado. Sólo
participan efectivamente en el despliegue
de apariencias que domina las relaciones dentro
del ghetto: de ahí que vivan la militancia como
participación estética.
El
funcionamiento del grupo está atravesado por este
problema del liderazgo y por otro no menos grave:
la frustración que provoca el constatar,
día tras día, que la práctica
desarrollada tiene una nula incidencia social, y que
el discurso no tiene la más
mínima conexión con la realidad social.
Más aún, la realidad misma del grupo
muchas veces no tiene la más
mínima correspondencia con sus posiciones
teóricas. En este sentido no sería
difícil rastrear, en la historia del
ghetto, sindicatos sin actividad sindical, grupos
obreristas formados íntegramente por estudiantes;
grupos anarquistas de afinidad con fuertes
liderazgos y/o nula afinidad en su seno; grupos
nacionalistas andaluces acomplejados por la
evidencia de que aquí (con todos los matices que
se quiera) se habla exactamente el mismo idioma
que en Madrid; casas okupadas que quisieron ser
"centros sociales" y han terminado siendo
salas de fiestas; y cosas similares. Y de
manera más general, grupos con unos discursos tan
vagos, errados o superficiales que
jamás encontraron ninguna
aplicación práctica, más
allá de la simple propaganda que se justificaba
por sí misma y que justificaba la
existencia del grupo.
Todos los
grupos viven en esta contradicción, y todos se
dedican con ahínco a ignorarla, desarrollando su
actividad en un círculo vicioso de
autoafirmación. Ello da lugar a un estado
permanente de esquizofrenia: una escisión entre
lo que ven realmente los miembros del grupo y
lo que quieren ver; entre lo que son realmente y lo que
fingen ser; entre lo que se dice y lo que se
hace, en definitiva. Esta situación
llevaría al grupo -y por extensión al
ghetto- a una crisis terminal inmediata, si no
fuera por el mecanismo ya analizado de la falsa
conciencia. Éste permite, generalmente,
salvar las apariencias y seguir como si nada. Hace
posible que muchos sigan
indefinidamente recreándose en sí
mismos, fingiéndose "en lucha" y sin
cuestionarse nada. Algunos, como mucho, harán
débiles esfuerzos por extender su
propaganda a barrios más "populares"
que "estudiantiles" como el Zaidín, la
Chana o el Polígono de Cartuja, donde
encontrarán invariablemente que la gente -vaga
categoría aplicada a toda la
población externa y ajena al ghetto- no
los entiende o pasa de ellos.
Aún
así, todo grupo se ha visto o se verá en
algún momento obligado a enfrentarse a su
miserable realidad. No queda entonces
más remedio que emprender esa tarea de titanes,
último recurso donde los haya: la
autocrítica. Para que se llegue a este
punto suele ser necesario un grado de frustración
colectiva bastante alto. Cuando un grupo
hace consciente la esquizofrenia en la que vive
y se decide finalmente a abordar el problema, se
cuestiona invariablemente su práctica,
pero jamás su discurso ni mucho menos aún
su existencia. De hecho, el mayor peligro de la
autocrítica, en todo momento y lugar, es
precisamente éste: que puede llevarse en
última instancia hasta
la autodisolución. Rota la
convención que prohíbe exteriorizar la
propia frustración, tienen lugar
auténticas terapias de grupo que sirven
más que nada de catarsis, y que nunca llevan
hasta el final la racionalización del problema:
nunca llegan a revelar la existencia del
ghetto, ni la imperiosa necesidad de su
liquidación. Se hace una autocrítica
parcial y se reorienta la práctica sobre
las mismas bases -ideología, búsqueda del
crecimiento cuantitativo, etcétera- sin
tocar jamás el problema de fondo, que
subsiste y se perpetúa. Tales autocríticas
no son sino reconstituciones de la
falsa conciencia, abolida por un instante para
volver a levantarse con mayor ímpetu. Ese
cuestionamiento radical no se hace jamás
porque se carece de herramientas teóricas para
efectuarlo, y porque los árboles no dejan ver el
bosque: el ghetto sólo es visible a
priori desde fuera, jamás desde dentro.
.:
relaciones entre los grupos :.
Los grupos
pueden tener ideologías bastante diferentes y
hasta opuestas, que sólo coinciden vagamente en
algunos puntos. Pero como el ghetto consiste
básicamente en gregarismo constituido en torno a
unas convenciones estéticas, se pueden
relacionar fluidamente mientras las relaciones
personales entre miembros de grupos distintos
sean buenas. Si por el contrario son malas, no
faltarán argumentos ideológicos para la
descalificación mutua. La
tónica dominante, y no por casualidad,
es el "buen rollo" entre los grupos: cada uno
puede sostener su ideología y no chocar
jamás con los demás, porque al fin y al
cabo todo es una representación y no hay nada en
juego. En el mundo platónico de las
ideas hay sitio para todas las ideas.
Ese
"buen rollo" aparente es necesario para la
realización de los actos colectivos que regulan
la vida del ghetto, actos que por su
carácter ritual y por desarrollarse en la burbuja
universitaria no tienen ninguna consecuencia real, y
por tanto son un decorado idóneo para
escenificar la unidad. La unidad es uno de los grandes
mitos del ghetto. Convirtiendo en dogma el
axioma de que "la unidad hace la fuerza" se ha
llegado a constituir en más de una
cabeza un auténtico sectarismo
antisectario, que conduce a tachar a bocajarro de
"sectario" a cualquier grupo que
se cuestione la necesidad o la conveniencia de
juntarse con éstos o aquellos, o critique
abiertamente las posiciones de otro grupo. El
sectarismo antisectario es básicamente una
reacción de defensa. Lo que subyace es un
problema de supervivencia para el ghetto: esas
actitudes "sectarias" pueden provocar su
fragmentación en microghettos, uno
por cada grupo hostil a los demás, y si
esto es posible en grandes ciudades como Madrid o
Barcelona, no lo es de ningún modo en
Granada, donde el antagonismo político se
encuentra sumamente comprimido. En la ausencia de
proyecto político, las alianzas o
rupturas no pueden darse en base a consideraciones
tácticas o estratégicas reales, ni a
un encuentro fluído y natural en el
camino de la lucha. Se ha optado, por tanto, por una
especie de tolerancia amorfa y relativista,
según la cual todo vale mientras no se lleve a la
práctica.
Esta
opción puede rastrearse hasta las
"tertulias" organizadas por el Colectivo
Zapatista en 1998 , al comienzo del presente
ciclo ghetto. En aquellas "tertulias" se
dieron cita decenas de grupos, cada uno de su padre y de
su madre, pertenecientes a eso que el zapatismo
había designado como "sociedad civil".
Se trataba de generar en el seno de esa
"sociedad civil" lo que por entonces se
llamaba una "red": unas relaciones
horizontales de cooperación, o
algo así. No quedaba muy claro para
qué había que cooperar. Pero había
que unirse. De hecho, los mayores
debates tuvieron lugar en torno a la
cuestión "¿qué nos une?",
cuando hubiera sido bastante más productivo y
honesto afrontar el problema contrario:
"¿qué nos separa?".
Estábamos entonces en pleno auge del buen rollo:
un momento, difícil de entender ya hoy,
en que las relaciones entre estudiantes se dieron de una
forma sorprendentemente expansiva y abierta
(aunque el tiempo reveló que en su mayor parte
aquello era pose, y pronto se fosilizó en
una moda "alternativa" cuya
última derivación es la presente
invasión de las rastas). El caso es que el buen
rollo equivalía al buen tono, y
exigía la máxima cordialidad y
simpatía. Por ello en las "tertulias"
se obró por lo general con
cuidado exquisito para no ofender a nadie. Las
"tertulias" se murieron finalmente de
aburrimiento, como todas las iniciativas del
ghetto, pero fueron significativas porque en ellas se
reconoció y objetivó abiertamente, por
primera vez en Granada, la
desorientación generalizada del antagonismo
político. El reconocimiento de nuestra
desorientación
común permitía establecer un
relativismo según el cual a pesar de nuestras
diferencias todos podíamos tener razón,
porque los hechos no nos la daban a ninguno.
Ese
relativismo, fruto de todas las dudas de un
negrísimo momento en que el levantamiento
zapatista era literalmente la única
esperanza, se consolidó como "tolerancia
amorfa" entre grupos. Es decir, una especie de
pacto tácito de no criticarse
jamás unos a otros. Ese mismo espíritu
imbuyó el funcionamiento de lo que hoy es el CSO
190. Fijar esa tolerancia mutua fue el
único logro del Colectivo Zapatista, debido a que
el EZLN supo discernir, con mayor lucidez que
nadie por entonces, las condiciones del momento. No fue
poco para un grupo del ghetto. Fue el
mismo tipo de intervención cualitativa
que pretendemos nosotros -pero en un sentido
radicalmente diferente- con este escrito. Otra
cosa es el resultado efectivo que tuvo aquello, que con
el tiempo se ha revelado políticamente nulo.
No
pretendemos hacer historia grupuscular, historia
aburrida donde las haya, pero es necesario fijar la
genealogía de las cosas que nos rodean y
que nos pueden llegar a parecer inmutables, naturales y
eternas. Esa tolerancia entre grupos
parecía en su día bastante prometedora.
Por lo menos era una novedad, visto el páramo en
que nos había dejado el fin de la
Insumisión. Degeneró bien pronto, como no
podía ser de otra forma, en tolerancia amorfa
e incondicional, en sectarismo antisectario.
Fue el elemento final que permitió la
constitución del ghetto tal como hoy
lo conocemos, al integrar el aislamiento
individual de cada grupo en un sólo aislamiento
colectivo, cuya
unificación práctica sólo
podía darse en el terreno de la estética.
Y desde mucho tiempo atrás existía una
estética "radical" disponible
para ello, así como por primera vez había
un modelo para las relaciones mutuas. Ese modelo estaba
en el imperio generalizado del buen rollo, con
base en la omnipresencia de la burbuja universitaria. La
extinción de cualquier dinámica
de lucha, y aún de su memoria y de las
enseñanzas que pudieran extraerse de ella,
permitió a partir de ahí la
deriva autónoma del ghetto. Ésta es
nuestra historia.
No es
necesario decir que el buen rollo entre grupos es
también una apariencia. Es imprescindible para
la perpetuación del ghetto, y por lo
tanto no deja de escenificarse públicamente. En
privado quedan las críticas
más venenosas y el desprecio mutuo, por
cuanto cada uno está convencido de poseer la
ideología superior. Es hilarante pasear
por ciertos callejones y observar cómo los
miembros de unos grupos van tachando o alterando de
forma insultante las pintadas
autorreferenciales de otros. El problema es que se
necesitan, y lo saben, porque la
actuación de cada grupo es una
actuación de cara a los demás, que son su
único público. Es significativo que en los
momentos verdaderamente críticos, que
han sido aquellos en que el ghetto se ha visto metido en
un enfrentamiento real y ha experimentado un
grado de represión directa desacostumbrado en
Granada, la unidad haya saltado por los aires
y hayan salido a relucir todas las tensiones
larvadas. Tales momentos han sido dos: la lucha por la
readmisión del delegado de la CNT en el
Parador de Turismo (febrero-abril del 2000), y el
intento de cierre del CSO 190 por parte de la
policía local (mayo del 2001) . En ambos casos se
dieron fuertes tensiones -que no vamos a analizar-
entre elementos del ghetto,
prácticamente incapaces de actuar
unánimemente fuera del terreno estético,
al verse en una lucha que realmente
ponía algo en juego y en la cual muchos de sus
discursos debían verificarse. Los
grupos, como ya dijimos, no son el ghetto por sí
mismos. El ghetto está precisamente en la trama
de relaciones que les da lugar y que a la vez
se genera en torno a ellos. Si mañana todos los
grupos "antagonistas" de
Granada desaparecieran sin más, el
ghetto político volvería a reconstituirse
con otros grupos y con idéntico contenido,
porque sus bases son más profundas. Los
grupos sólo son su núcleo más
estable, porque dan un soporte organizativo a
las relaciones que lo conforman, y sus
actividades son el marco que permite el despliegue de
todas las apariencias.
.: hacer
algo :.
Está
dicho que los grupos del ghetto se caracterizan por la
impotencia. Apresados como están en sus
corsés estéticos e
ideológicos no pueden, literalmente, hacer nada.
Y sin embargo, algo tienen que hacer para justificar su
existencia. Todos sienten la necesidad de
"hacer cosas", de entregarse al activismo,
pero ante ellos se abre un abanico
de posibilidades bastante limitado.
En primer
lugar, la simple actividad propagandística
-pintadas, carteles, publicaciones, etcétera- que
no conduce por sí sola a ninguna parte.
La propaganda del ghetto es, en su mayor parte,
propaganda de sí misma. La propaganda
es casi siempre un acto de autocomplacencia,
reafirma una y otra vez el discurso cuya
realización práctica no
puede siquiera vislumbrarse. Por lo general,
sólo convence a los fieles, a los ya convencidos
previamente en el terreno estético.
En cuanto a
los actos públicos, habría que distinguir
entre los de carácter político y los
puramente lúdicos. Entre los primeros,
destaca la manifestación. Habría que
dedicar un análisis aparte a la crisis terminal
de la manifestación como forma de lucha:
tuvieron sentido mientras la calle fue algo más
que un simple lugar de paso, cuando era
el espacio social por excelencia. Hoy, cuando
la calle se ha convertido en territorio del
tráfico rodado, de la publicidad y la
mercancía, ha perdido todo su carácter de
amplificador de la protesta. El único escenario
de las relaciones colectivas, el punto de
encuentro y reconocimiento generalizado, es ahora el
consumo. Él domina las
calles vaciándolas de contenido social y
convirtiéndolas en un simple apéndice, en
galería de escaparates, en gran
vestíbulo de todas las tiendas. En este
sentido, la calle ya no nos sirve, no mientras la
sigamos entendiendo como un terreno neutral del
que podemos servirnos. Las calles, hoy, son parte
integrante del problema al que nos enfrentamos: no
es ya que reflejen los valores del sistema,
sino que forman parte de él activamente. Son una
de las líneas que habremos de tomar por
asalto, y esto no puede hacerse paseando ingenuamente
por ellas al grito de "no
nos mires/únete". Tomar las calles
no consiste tampoco en llenarlas de barricadas
voluntaristas y destruir todo lo posible antes
de tener que retirarse. Sólo colapsando los
ámbitos -físicos, pero también
mentales y simbólicos- de
socialidad mediatizada y mercantilizada que
impone el sistema, la calle volverá
espontáneamente a ser lugar de
encuentro entre iguales. Entonces, el fuego y
los escombros embellecerán ese territorio
colectivo, ese patio de recreo sin
verjas. Cuando toda la calle sea una fiesta
espontánea, generalizada y sin reglas, sabremos
por fin que por fin hemos tomado las calles.
Sólo
en este sentido se pueden tomar las calles. En las
calles enemigas de hoy, el espectáculo
ritualizado de la manifestación es
pintoresco en el mejor de los casos, y ridículo
en el peor. Las manifestaciones son casi
siempre puros gestos de impotencia, quienes
acuden a ellas no tienen ni idea de cómo
obtendrán aquello que reclaman,
pero tienen muy claro que no lo
obtendrán manifestándose. De las
manifestaciones en días de guardar (1 de mayo, 20
N, día de Andalucía, etc),
doblemente rituales, ya no queremos ni hablar. Las
manifestaciones son actos
de autoafirmación, de autocomplacencia
estética y militante, y su única utilidad
práctica es que la policía fiche
y fotografíe a los asistentes. Eso y
encontrarnos a los amigos para tomar luego unas
cañas.
Lo mismo
puede decirse de la hermana pobre de la
manifestación, la concentración, convocada
cuando no se confía en reunir ni un
mínimo de gente para no caer en el
ridículo. Vagamente conscientes de la inutilidad
de "manifestarse", los miembros del
ghetto se esfuerzan a veces en dotar a la mani con un
carácter lúdico, no se sabe muy
bien con qué objeto. Un ejemplo como cualquier
otro: un algo llamado "Foro Social Otro Mundo Es
Posible" convoca no hace mucho una
concentración contra la "guerra"
-masacre unilateral, diríamos- de
Afganistán, bajo el lema "tambores
por la paz". La movilización consiste en que
los asistentes lleven un tambor y hagan ruido todos a
la vez, "por la paz". Sobran
comentarios. Podríamos citar otros mil ejemplos,
pero preferimos correr un estúpido velo.
Las
manifestaciones casi siempre son convocadas por motivos
externos a la realidad que se vive en Granada.
Suelen surgir cuando por un estímulo
mediático el ghetto siente la necesidad inducida
de "hacer algo", y su impotencia
le empuja a la manifestación buscando
por lo menos un gesto simbólico. Así, en
los últimos dos años hemos
tenido manifestaciones a favor del pueblo
palestino, contra la "globalización"
(?), la agresión imperialista contra el
pueblo afgano, la desagradable visita de
Berlusconi a la ciudad... El ghetto, en su vacío,
siente siempre la necesidad de recoger
estímulos y ejemplos externos. Se tocan mil temas
en los que jamás se profundiza, porque no se
puede profundizar ni teórica ni
prácticamente, y porque el público se
aburre pronto y necesita algo nuevo que justifique lo
de siempre. Luego los militantes se consuelan
engordando mentalmente la cifra de asistentes y
rastreando las menciones en prensa, tele o
radio de la "movilización", suponiendo
que las haya.
No en vano
los temas preferidos del ghetto son aquellos que tienen
eco mediático: lo fue la insumisión, lo
fue la okupación, lo es
últimamente la "globalización"
(?), y así sucesivamente. Si se presenta una
buena oportunidad mediática para una
manifestación, no es extraño que aparezca
la burocracia de IU imponiendo sus modos
y maneras. Cuando decae el interés
televisivo, decae a su vez el interés militante,
porque no existe aquí un movimiento
capaz de dotarse de razones propias. Además, se
reconozca o no, uno de los objetivos prioritarios de
la mayoría de acciones del ghetto es
lisa y llanamente salir en la tele o en la prensa. Los
medios hipnotizan, y sigue vigente la absurda
idea de que salir en ellos conduce a algún sitio.
Un personaje de El Padrino (III) afirma,
con arrogancia de poderoso: "Quien
construye sobre el pueblo construye sobre barro".
Nosotros, que no compartimos
esta opinión, afirmamos que quien
pretende construir sobre los medios sí construye
sobre barro.
El ghetto
hace que cualquier germen de lucha sea abortado o
degenere en moda espectacular. Incapaz de
intervenir, recrea sin cesar modelos externos
de éxito mediático, por si alguno le saca
milagrosamente de su impotencia y porque mola
estar en el candelero, no digamos ya salir en la tele.
Un buen ejemplo puede ser el mencionado
Foro Social Otro Mundo Es Posible, una
clásica sopa de letras: si en Génova
tienen su Foro y salen por la tele,
nosotros aquí también. Ya
sólo falta que en sus patéticos actos
aparezca un folklórico Bloque Negro local, a
romper algún escaparate y reproducir la
dicotomía buenos/malos ante los periodistas del
repugnante diario IDEAL. Tales importaciones
irreflexivas nunca conducen a nada: el camino del ghetto
está sembrado de multitud de ellas,
que fueron abandonadas como juguetes rotos
cuando las invadió el aburrimiento. A la hora de
importar modelos, cada fracción del
ghetto tiene su meca: unas miran a Euskadi, otras a las
okupaciones de Barcelona, otras a un
pasado "glorioso" que jamás va
a volver...
Pero los
actos del ghetto que tienen mayor éxito son sin
duda los de carácter festivo. El pretexto de la
financiación ha terminado dando lugar a
un entorno lúdico completo. Fiestas, conciertos y
demás se organizan para sacar dinero
para esto o lo otro, pero lo cierto es que
cobran vida propia y se acaban convirtiendo en las
ocasiones sociales del ghetto por excelencia,
donde todo el mundo se deja ver. Esos actos
tenían lugar en diversos bares o salas
(¿cómo olvidar aquellos
míticos conciertos organizados por el CAMPI o la
CNT en el antiguo Rey Chico, cuando Los Muertos de
Cristo aún no cobraban a cuarto de kilo
por actuación?); en las Cruces de Mayo antes de
que el ayuntamiento del PP las depurara a
fondo; o en el mismísimo Corpus Christi, donde la
caseta de la CNT sigue impartiendo
lecciones magistrales de improvisación,
y la de Acción Alternativa de profesionalidad
hostelera, única herencia del viejo MC.
Hoy tienden a concentrarse en el CSO 190, desde
la consolidación de dicho espacio como
alternativa nocturna. En estas ocasiones el
despliegue estético es abrumador, y son
quizá el mejor momento para ver al ghetto en
acción. No hace falta decir que
cualquier fiesta o concierto bien organizados
está mucho más concurrido que cualquier
acto netamente político. Estas
actividades lúdicas, que en principio tienen
carácter secundario como fuente de
financiación, se convierten en actos
centrales del ghetto, regulando su vida entera.
Estas tres
variantes -propaganda, acto político
"público" y acto lúdico-
consumen la mayor parte de las energías
del ghetto. Muchos militantes han sentido en
algún momento la frustración que provoca
repetir, ad nauseam, los mismos gestos
ritualizados que no conducen a nada, pero ninguno -que
sepamos- ha hecho consciente aún la necesidad
de romper radicalmente la asfixiante
dinámica creada.
.:
¿el fin de un "ciclo ghetto"? :.
El ghetto no
es dialéctico: desconociendo el conflicto y el
choque con la realidad, no hay hitos en su camino
que marquen cambios cualitativos, avances ni
retrocesos. Por ello, carece de memoria y vive en un
presente eterno.
Ahora bien,
que el ghetto carezca de percepción del tiempo no
evita que el tiempo actúe sobre él. Su
vida se desarrolla en ciclos sucesivos, al
término de los cuales las formas (colectivos,
discursos, puntos de encuentro, etc) se ven
alteradas para que el fondo (la realidad de un
movimiento espectacular dominado por las
apariencias) permanezca inmutable. Tales ciclos
se dan en un nivel particular -dentro de los grupos- y
en otro general, que afecta al ghetto en su
conjunto.
Dentro de
los grupos, el ciclo viene dado por un proceso de
formación-crecimiento-desintegración; o
bien por el relevo generacional y la
sustitución de unos militantes
"quemados" por otros "de refresco",
en el caso de grupos más estables. Estos
pequeños procesos cíclicos entran en
relación con un ciclo general a cuyo
término los rasgos externos del ghetto
se ven transformados. Así, el discurso
hegemónico y animador del ciclo anterior se
verá agotado, olvidado y sustituido por
uno nuevo; desaparecerá una cierta cantidad de
grupos y aparecerán otros nuevos, de los
cuales algunos se consolidarán y
heredarán el protagonismo; militantes
periféricos del ciclo anterior se verán
promocionados a militantes centrales de la
nueva etapa, mientras que los antiguos militantes
centrales tenderán a desaparecer
del ambiente y dispersarse... De los factores
mencionados, los que a nuestro juicio determinan el paso
a un nuevo ciclo son el agotamiento del
discurso y el relevo determinado por el cansancio y la
dispersión de toda una generación
de militantes. Esta permite, dicho sea de paso,
que se desconozca prácticamente todo del ciclo
previo, que es como si jamás hubiera
existido: presente eterno.
Si en
Granada el ciclo anterior estuvo marcado claramente por
la Insumisión, como práctica y como
aglutinador estético; el presente ciclo
lo ha estado por la okupación del CSO 190
vertebrando distintas iniciativas, y de
manera más amplia por una
exaltación subyacente de la "unidad"
como objetivo a cualquier precio. Un tanto al margen
de estos procesos ha quedado la CNT,
organización anclada en una práctica
semisindical sin perspectivas, con un
pie dentro del ghetto y otro fuera. De hecho la
CNT, (que es una de las bestias negras del sectarismo
antisectario, cualquiera sabe por qué)
constituye en sí misma y a nivel nacional un
ghetto aparte, digno de un análisis
particular.
Diversos
indicios nos hacen preguntarnos si estamos ante el fin
de otro ciclo general del ghetto. Así nos lo
sugiere el visible agotamiento del CSO 190 y el
recambio de militantes que percibimos en muchos grupos.
De producirse una "debacle" similar a
la que siguió a la desintegración del
movimiento antimilitarista, esperamos sinceramente que
el "ciclo ghetto" que se cierra sea
el último. Ése es nuestro
empeño.
.: nunca
más volveremos a ser simpáticos
(epílogo) :.
¿Y
ahora qué? Ni siquiera nosotros lo sabemos.
Aspiramos a la reconstrucción del movimiento
revolucionario en las presentes condiciones
históricas (llamadlo posfordismo,
espectáculo, neoliberalismo o lo que sea, pero
por favor, no lo llaméis
"globalización"). Ni más, ni
menos. Pero es pronto para decir con precisión
cuáles serán los rasgos de
ese nuevo animal colectivo y salvaje. Lo que
sí sabemos es cuáles han sido los errores
del pasado: la esclavitud estética, la
fijación por el crecimiento cuantitativo, y todas
las dimensiones del ghetto que hemos ido
analizando. Intentaremos no volver a tropezar
en esas piedras. Queremos decir con esto que no se trata
de, llegado un momento en el que crees haber
visto la luz, construir la "piedra filosofal de la
revolución" (por negación, en base
a todos los errores pasados ), sino de, en
función precisamente a ese análisis,
desprendernos del miedo a aplicar
una crítica contundente, consciente y
continua a nuestras experimentaciones y obrar en
consecuencia.
Cualquier
movimiento real se constituye poco a poco, por la base,
actuando con paciencia en las
condiciones existentes; y cualquier paso en ese
sentido tiene más valor cualitativo que mil
gestos espectaculares.
¿En
qué se traduce esto para el caso concreto de
Granada? El primer acto subversivo será
necesariamente la liquidación del
ghetto. Este escrito es el primer gesto abierto,
consciente, en ese sentido. Por nuestra parte todo
está dicho. Cedemos a un amiguete la
ultima palabra:
"¿Alguna vez te has encontrado
con un revolucionario que no tenga un proyecto
revolucionario? ¿Un proyecto que
está definido y presentado claramente a
las masas? ¿Qué reza de revolucionario
sería aquella que pretendiera destruir
el esquema, la envoltura, el fundamento de la
revolución? Golpeando los conceptos de
cuantificación, clase, proyecto, modelo,
misión histórica y otras antiguallas
similares, uno podría correr el riesgo de no
tener nada que hacer, de ser obligado a actuar
en la realidad, modestamente como cualquier otro. Como
millones de otros que están construyendo
la revolución día a día sin esperar
el signo de un fatal vencimiento de plazos. Y para hacer
esto se necesita coraje."
¡¡AHORA O NUNCA,
COMPAÑER@S: DESTRUYAMOS TODAS LAS
APARIENCIAS!!
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