Documentos de la lucha de l@s trabajador@s temporales del Cirque du Soleil (Madrid, 1999-2000)

texto inconcluso en el que se analizan los inicios del trabajo clandestino de un grupo de trabajadores temporales del Circo.

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Qué sabe nadie
clandestin@s en el Circo del Sol

Durante la estancia del Circo del Sol en Madrid (finales de octubre de 1999 - 10 de enero de 2000) los trabajadores contratados a través de la empresa de trabajo temporal Manpower para desempeñar diversas tareas en las instalaciones que la multinacional del espectáculo situó junto al Vicente Calderón, protagonizamos un conflicto laboral del que poco o nada se ha sabido fuera de los ambientes militantes de la ciudad. Las penosas condiciones laborales impuestas por el Circo y Manpower, así como las reivindicaciones y las medidas de presión colectiva adoptadas por los temporales, que estuvieron a punto de desembocar en la primera huelga de trabajadores contratados por una ETT, apenas encontraron repercusión en los medios de comunicación, que silencian e ignoran sistemáticamente la realidad del mundo del trabajo. La experiencia sin embargo constituyó un hito tanto para los trabajadores que en ella nos vimos implicados como para las organizaciones, colectivos e individuos que luchan contra la precariedad y cuya colaboración fue determinante en el resultado final del conflicto. Demostramos que incluso donde las condiciones parecen más desfavorables es posible intervenir políticamente y cambiar el curso de los acontecimientos. Ahora resulta imprescindible dar a conocer lo ocurrido, para evitar que una experiencia de la que todos hemos aprendido caiga en el olvido.

Si esto no es precariedad ¿qué es?

En octubre, antes de que el Circo del Sol llegara a Madrid, Manpower, que tiene un contrato con la empresa canadiense para toda la gira europea (y que con 900.000 trabajadores repartidos en un gran número de países es la segunda ETT más grande del planeta), se encargó de contratar a las más de 70 personas que debían cubrir las plazas de acomodadores, ayudantes de cocina, camareros, fregaplatos, limpiadores, relaciones públicas, taquilleros, vendedores de souvenirs y vendedores de helados y champán.

Los anuncios que la ETT publicó en diversos periódicos o en los tablones de algunas facultades y escuelas de teatro solicitaban personas con un buen nivel de inglés -"el idioma oficial del circo".

El contrato firmado por los seleccionados establecía que, excepto los taquilleros, que cobrarían 671 ptas., el resto de los trabajadores ganaría 651 ptas. brutas a la hora. Las pagas extras, la parte proporcional de las vacaciones, algunos pluses... todo iba prorrateado en esa cantidad. No había ningún suplemento especial por trabajar en horario nocturno o en días festivos. Tampoco un plus para gastos de transporte. A pesar de que nuestro contrato era de 30, trabajaríamos una media de 25 horas y los horarios se elaborarían semanalmente. Ciertos días, aunque no trabajásemos, tendríamos que estar disponibles por si a última hora era requerida nuestra presencia. Las horas extras se cobrarían como horas normales. Los descansos -obligatorios- no se pagarían. El primer mes sería de prueba.

La mayoría de nosotros nos incorporamos al trabajo entre el 30 de octubre y el 6 de noviembre. Pronto los supervisores nos hicieron ver que nuestras funciones no eran únicamente las establecidas en el contrato.

Para empezar, debíamos asumir que nuestra imagen era también la imagen del circo y adaptar tanto nuestro aspecto como nuestro comportamiento a una serie de pautas. La mayoría de nosotros teníamos que vestir pantalones negros, que no fuesen vaqueros, y zapatos del mismo color. Los camareros, además, debían ponerse una camisa blanca. El circo facilitaba dos piezas del uniforme de trabajo: chaleco y la pajarita (el resto de la ropa, teníamos que traerla de casa los trabajadores, sin por ello recibir ningún tipo de compensación económica). Además, nuestro trabajo no consistía "sólo" en vender entradas, servir refrescos o acomodar al público en sus localidades, sino de hacerlo en todo momento como si fuésemos una parte más del circo: debíamos hablar como el circo quería que hablásemos -con "extrema amabilidad"-, debíamos decir lo que el circo quisiera que dijésemos -"Cirque du Soleil" y no "Circo del Sol"- y debíamos mentir como el circo quería que mintiésemos -pese a que nuestro contrato duraba hasta el 10 de enero, los primeros días teníamos que decir a la clientela que "estaríamos" en Madrid sólo hasta comienzos de diciembre, para que luego se pudiese anunciar que, debido al gran éxito obtenido en el mes de noviembre, el circo prorrogaba un mes más su estancia en la ciudad.

Por otra parte, estábamos sometidos a un régimen de trabajo que en diciembre Francisco Lazo, director de recursos humanos de Manpower en España (el puto amo), definió como "polivalencia funcional", y del que fueron su más clara y patente expresión las palabras que una supervisora dijo a una taquillera que se negó a pasar la aspiradora poco antes de despedirla: "Tú tienes que hacer todo lo que yo te pida". Así pues, los taquilleros limpiaban su oficina al finalizar su jornada, los acomodadores se ponían detrás de la barra en los intermedios de cada función, los camareros vendían discos y CDs al final del espectáculo, los vendedores de souvenirs limpiaban la "carpa de servicios" mientras el público veía la función... y todos debíamos colaborar en caso de que una emergencia obligase a evacuar el circo.

Fue durante los primeros días cuando nos enteramos de que no podríamos ir a la cafetería-restaurante con el resto del personal más que los días de doble función: es decir los fines de semana. Para nosotros el circo había instalado un área de "descanso" propia, que no era otra cosa que una gran tienda de plástico, con algunas mesas y una máquina de café y otra de coca-cola.
Fue en aquel entonces también cuando los camareros se percataron de que tenían el agua racionada. El agua del grifo no era muy recomendable, puesto que las tuberías provisionales que el circo utilizaba no garantizaban la salubridad de su contenido; así pues todos debíamos beber agua mineral. En algunas zonas el circo instaló grandes depósitos de agua potable, no así en las zonas aledañas a la carpa en la que se encontraban las barras. En cada barra (en la que trabajaban en cada espectáculo al menos 8 personas), se dejaban 3 litros de agua mineral para que el personal bebiese. En varias ocasiones tal cantidad se agotó y los supervisores se negaron a facilitar más con el argumento de que en otras ciudades siempre había sido suficiente.

Por desgracia las condiciones de trabajo del personal temporal del Circo del Sol no constituyen un caso aislado en el panorama laboral del estado español. Desde hace unos años las empresas de trabajo temporal, el prestamismo laboral y los empleos precarios no han hecho más que proliferar. De ello tienen buena cuenta la mayor parte de los jóvenes que en algún momento se han visto obligados a trabajar. En este caso, sin embargo, había dos elementos que no dejaban de producir estupor entre quienes primero comenzamos a organizarnos.

En primer lugar, el precio de las entradas y de todos los productos que se vendían en el interior del circo era extraordinariamente alto. 7.900 ptas. costaban de media las localidades. Por la mayoría de los refrescos se pagaban 350 ptas., por la cerveza 400, por la botella de 20 ml. de agua 300, etc. Con lo que ganábamos a la hora, si hubiéramos querido, no hubiéramos podido comprarnos ni dos envases de palomitas de los que se vendían en el recinto. Era evidente que el circo ofrecía un espectáculo para todos los públicos pero no para todo el público.
En segundo lugar, durante los primeros días, los medios de comunicación no hicieron más que alabar el espectáculo y la organización del Circo del Sol. Sin duda, ciertos números de Quidam, el diseño de las instalaciones o el hecho de que sobre el escenario no se maltraten animales, son dignos de mención y loa. Lo que nos indignaba era que los periodistas se concentraban sólo sobre estos aspectos e ignoraban uno que para nosotros era fundamental: la situación de maltrato y explotación que estábamos sufriendo los trabajadores temporales. Aunque sabíamos que el mundo del trabajo no tiene cabida en el discurso oficial, no podíamos dejar de sorprendernos ante la increíble capacidad de abstracción que tienen algunos para concentrarse sobre determinados elementos de la realidad e ignorar sistemáticamente otros.

El Sindicato Clandestino y los "de fuera"

Indignados y rabiosos, 6 temporales relacionados en mayor o menor medida con la izquierda radical madrileña, decidimos organizarnos para tratar de "hacer algo". A partir de la segunda semana de noviembre comenzamos a reunirnos periódicamente. Así dimos vida a lo que más tarde, algo pomposamente, llamaríamos "Sindicato Clandestino del Circo del Sol" (SCCS).
En nuestra primera asamblea acordamos orientar nuestra actuación en tres direcciones: 1) tratar de mejorar nuestras condiciones laborales haciendo presión desde dentro; para ello tendríamos que entrar en contacto con otros trabajadores y organizarnos con ellos; 2) denunciar públicamente nuestra situación y presionar de este modo al circo a dejar de contratar a través de una ETT; un objetivo que sólo podría alcanzarse trabajando conjuntamente con colectivos y organizaciones interesadas en luchar contra la precariedad; 3) asesorarnos legalmente para conocer nuestros derechos y saber con certeza si la explotación que estábamos sufriendo era legal o no: necesitábamos un abogado. El punto en el que más avanzamos los primeros días fue el del contacto y la coordinación con "grupos externos". La coordinadora Lucha Autónoma y los colectivos que asisten al grupo de precariedad que se reúne en el CAES entendieron que esta era una oportunidad única para llevar a la práctica un discurso contra la precariedad que hasta el momento no había dado sus frutos en el terreno de la práctica. El apoyo de estas organizaciones y de otros muchos grupos e individualidades, como veremos más adelante, fue crucial en el desarrollo del conflicto. Pero al menos tan importante como la implicación de todos estos sujetos en las acciones que promovimos fue el saber que lograron transmitirnos gentes con una gran experiencia en el campo sindical, y sin cuyas enseñanzas difícilmente hubiésemos podido desenvolvernos como lo hicimos durante los primeros días.

En el CAES nos dieron al menos dos consejos fundamentales. El primero: que en el circo no reveláramos a nadie, hasta no estar seguros de que fuese conveniente, la existencia del sindicato. En un trabajo precario como era el nuestro las garantías jurídicas y laborales con las que cuenta la mano de obra son más bien escasas, y al tándem Cirque du Soleil - Manpower no le hubiera supuesto ningún problema tomar medidas contra un pequeño y aislado grupo de personas decididas a protestar. Había pues que moverse con cautela y evitar que pudieran identificarnos o, mejor aún, que pudieran saber que existía un núcleo organizado de trabajadores. Cuánto más nos diluyésemos entre el conjunto de la plantilla, cuanto menos nos "canteásemos", tendríamos mayores posibilidades de obtener algún fruto de nuestra labor militante. Pero la semiclandestinidad no era simplemente un modo de evitar posibles represalias: mientras nadie supiera que "se estaba preparando algo" podríamos actuar con mayor libertad.

Fueron estas consideraciones las que nos llevaron a constituirnos como "Sindicato Clandestino", un nombre sin duda muy pretencioso para un grupo formado por 6 personas, pero que sin embargo evidenciaba una característica esencial de nuestro trabajo militante: el estar ocultos. Como en décadas pasadas, la eficacia y la propia seguridad obligaban a actuar en la sombra, aunque por suerte, esta vez, sólo parcialmente.

El segundo de los consejos fue el pensar las relaciones laborales como un "campo de batalla". En una confrontación bélica los oponentes no dejan lugar a la improvisación y definen su estrategia en función de la relación de fuerzas existente y de las consecuencias que de sus acciones esperan obtener. Nosotros debíamos hacer lo mismo: establecer una línea de actuación ajustada a la situación en la que nos encontrábamos, que en este caso era de tremenda debilidad: 6 trabajadores + movimiento autónomo madrileño vs. multinacional del espectáculo + multinacional del trabajo temporal-. Por ello estábamos obligados a conocer los puntos débiles de nuestros oponentes (chapucería, necesidad de salvaguardar una imagen, autoritarismo...), para tratar de explotarlos al máximo; a planificar cuidadosamente nuestras acciones para que dieran los frutos deseados; en definitiva, a jugar con la mayor habilidad las pocas cartas que teníamos en nuestras manos.

Con el tiempo el sindicato fue modificando su esquema inicial de trabajo. A medida que se fueron sucediendo los acontecimientos nos vimos obligados a asumir que era imposible establecer una distinción clara entre las líneas que nos habíamos marcado: del mismo modo que la denuncia pública de la explotación ejercida por el tándem Circo del Sol - Manpower iba a estimular y potenciar la organización y la reivindicación de los trabajadores, la lucha de éstos por mejorar su situación iba a servir para romper, aunque fuese mínimamente, el silencio sobre sus condiciones de trabajo y para enturbiar las relaciones entre la empresa usuaria y la empresa prestamista de trabajadores. Asimismo, los contactos con organizaciones políticas externas nos permitirían encontrar una asesoría legal que posteriormente resultaría indispensable a la hora de proporcionarnos información sobre como organizarnos y como formular nuestras reivindicaciones.

¡Vaya ambiente!

Todo hubiera sido muy distinto si desde un primer momento el resto de los trabajadores se hubiese posicionado ante el tándem Cirque du Soleil - Manpower del mismo modo en que lo hicimos nosotros, o, al menos, si el descontento y la indignación que sentíamos y que nos había llevado a organizarnos hubieran encontrado alguna forma de expresión. La realidad sin embargo era bien otra. A primera vista el panorama parecía desolador.
Por un lado, un alto porcentaje de la plantilla se identificaba de alguna manera con el circo. Había quien no necesitaba trabajar y había decidido hacerlo en esta ocasión sólo para sentirse parte del "Cirque du Soleil" durante unas semanas (por fortuna, eran pocos). Había mucho estudiante de teatro necesitado de dinero que, antes que trabajar en algún otro lugar, prefería hacerlo en el mundo del espectáculo y empaparse, aunque fuese sólo fregando platos, del glamour y la magia que rodean este ambiente. Había por último un gran número de "curritos" y estudiantes con poco dinero pero con ganas pasarlo bien en un ambiente tan peculiar... No hay que olvidar que, pese a las penosas condiciones laborales, el circo no era peor que muchos de los trabajos a los que los jóvenes estamos habituados. Además trabajar allí significaba la oportunidad de entrar en contacto con una realidad diferente y admirada, cosa de la que luego se podía presumir en público (todo el mundo nos decía: "¡Qué suerte! ¡Estás trabajando en el Circo del Sol!"). Tanto los administrativos de Manpower como los supervisores eran conscientes de la buena imagen que el circo tenía entre los trabajadores y trataban de fomentarla. Cada tanto, estos últimos, nos invitaban a fiestas a las que iban los artistas y nos pagaban una consumición. Todos pudimos ver el espectáculo al menos una vez. Y a todos se nos ofreció presentarnos como candidatos en el proceso de selección del nuevo personal fijo del circo, un puesto anhelado por más de uno porque implicaba la posibilidad de sumarse a la compañía e irse de gira por toda Europa.
Por otra parte, el miedo, la desesperanza y el individualismo que están presentes en gran parte de la sociedad española de fin de milenio (la "sociedad de las oportunidades" de la que habla el último vídeo electoral del PP) eran también sentimientos y actitudes dominantes entre los trabajadores temporales. Da la impresión de que la sociedad ha interiorizado hasta tal punto la derrota del movimiento obrero y de los primeros movimientos sociales de la "Democracia" que la mayoría de las personas no sienten ninguna confianza hacia las iniciativas que tratan de promover algún tipo de respuesta colectiva ante las injusticias de la vida cotidiana. Este sentimiento parece agudizarse todavía más en el caso de la gente joven, que apenas ha experimentado la acción colectiva y que no tiene casi ningún referente cercano de conflictos y movilizaciones que hayan dado algún fruto positivo. Si aceptamos estas premisas resulta bastante lógico que a la mayoría de los trabajadores del circo, sin ser por ello defensores del "sálvese quien pueda", les costase ver la realidad desde otro punto de vista que no fuese el exclusivamente individual y, por tanto, les fuera prácticamente imposible imaginar un escenario distinto, construido a partir de la unión de nuestras fuerzas.

Pero también es verdad que en más de un caso los prejuicios nos jugaron malas pasadas y nos llevaron a clasificar a ciertas personas del lado de los "esquiroles" o de los "pasivos" por el sólo hecho de no compartir los mismos valores o el mismo estilo de vida. Los esquemas rígidos y las categorizaciones absolutas no sirven de nada a la hora de hacer política y mucho menos a la hora de hacer sindicalismo. La gente no es reducible a una esencia del tipo bueno / malo, izquierda / derecha, revolucionario / esquirol, etc. Todos estamos llenos de contradicciones y modificamos nuestro comportamiento constantemente. Además, no damos a los mismos hechos la misma significación. Por eso una persona que escucha Lisa Sanfield, se obsesiona hasta tal punto por hacer bien su trabajo que es capaz de enfadarse con sus compañeros por creer que "pasan de todo" y que vota al PP, no tiene porque estar necesariamente del lado de los malos. Puede ocurrir, y ocurrió, que a la hora de movilizarse para protestar contra una situación injusta sea una de las más implicadas. No tener en cuenta que a veces las cosas no son sólo lo que parecen o, mejor, son mucho más de lo que parecen, estuvo a punto de llevarnos a renegar de la mayoría de nuestros compañeros y a optar por métodos de protesta minoritarios que sin duda hubieran acentuado nuestro aislamiento inicial.

Se trataba de tender puentes entre el resto de los trabajadores y nosotros. Había que descubrir si en el fondo nos animaban los mismos deseos comunes. Curiosamente, el hecho de actuar en la clandestinidad favoreció esta labor. Lo que era en principio una medida de seguridad se convirtió finalmente en una pieza clave de nuestra intervención.
La estrategia de la clandestinidad, que consistía, por un lado, en no revelar que los miembros del sindicato nos conocíamos entre nosotros, que militábamos o habíamos militado en colectivos de la izquierda radical o que íbamos a los conciertos y a las fiestas de las casas y centros sociales okupados, y, por otro, en evidenciar nuestro descontento sólo en la medida que el resto de los trabajadores lo hacía o la situación lo permitía, no sólo fue útil para evitar la represión sino también para impedir que nuestros compañeros nos clasificasen como un grupo de exaltados y pudiesen así justificar el no hacer caso de lo que les dijésemos. Por desgracia, no sólo nosotros tenemos prejuicios, sino que es la sociedad entera quien los padece, y para la mayoría de nuestros compañeros no era lo mismo "otro trabajador más" que "un okupa". En este caso, a pesar de todo, el descargarnos de ciertos elementos de nuestra identidad resultó más enriquecedor que empobrecedor. Pues sirvió para favorecer ciertos procesos colectivos y no entrañó ninguna renuncia significativa: se trataba de no decir ciertas cosas, no de cambiar de personalidad.

Primer asalto

Las primeras semanas fueron las más duras para el sindicato. Nuestro trabajo militante todavía no había dado ningún fruto y a veces resultaba muy difícil convencerse de que las cosas podían cambiar. Sin embargo, el deseo y la necesidad nos impulsaban a seguir adelante. En ningún momento dejamos de "movernos": todos los lunes nos reuníamos y en algún momento contactábamos con los grupos "de fuera" para comunicarles cómo evolucionaba la situación. Observábamos minuciosamente el funcionamiento interno del circo y escribíamos sobre ello y sobre nuestras condiciones de trabajo. Luego, hacíamos circular los textos entre los grupos interesados, para que en su seno se fuese tomando conciencia de lo que ocurría y de la necesidad de implicarse en ello. También, diseñábamos posibles acciones y valorábamos su conveniencia o no. Y, como no, tanteábamos sutilmente a nuestros compañeros para saber cómo sentían y experimentaban su faceta de trabajadores temporales. La mayoría eran conscientes de lo mal que nos pagaban, pero casi ninguno creía que pudiésemos conseguir un aumento o algo parecido, así que trataban de pasarlo lo bien y de ahorrarse problemas. Cuando alguna situación se hacía particularmente molesta, ciertas personas protestaban, pero lo hacían individualmente y se lo tomaban más como desahogo personal que como un intento de modificar efectivamente ciertas condiciones laborales.
El último viernes de noviembre, sin embargo, sentimos que las cosas empezaban a cambiar y no precisamente por obra de la casualidad. Por fin nuestros esfuerzos comenzaban a cuajar. Ese día 15 personas repartieron en la entrada del circo un panfleto sin firma, aunque redactado por nosotros, en el que se denuncian las condiciones de trabajo del personal temporal. La acción fue un éxito por muy diversos motivos.
Para empezar, nos demostraba a nosotros mismos y a los grupos "de fuera" que nos apoyaban que teníamos una cierta capacidad de "hacer cosas". En segundo lugar, dañaba enormemente al circo en uno de sus pilares fundamentales: su imagen. El circo, como empresa del espectáculo, vive de su imagen, vende su imagen y sabe que tiene que cuidarla mucho más de lo que lo hacen otras empresas. Desde luego, tras la lectura del panfleto, había que hacer un auténtico ejercicio de malabarismo intelectual para seguir creyendo que este circo mantenía todavía el mismo espíritu "alternativo, nómada y marginal" que tuvo en sus orígenes. De hecho, el texto hizo mella en el sector más sensible del público y se notó: las ventas, tanto de refrescos y palomitas como de productos de merchandising, disminuyeron sensiblemente y el trato hacia los trabajadores fue mucho más atento. El circo debía tomar nota de que abusar de los trabajadores tiene sus consecuencias y, sin duda, la tomó.
Por último, el reparto de panfletos significó un punto de inflexión positivo en las relaciones entre los temporales y el tándem circo - Manpower. El texto fue muy bien acogido por la mayoría de los trabajadores, que sentían, con sorpresa y alegría, que por fin alguien reparaba en su situación y le ponía palabras a una realidad que hasta el momento había permanecido ignorada. La chispa encendió la mecha y en el "descanso" un numeroso grupo de trabajadores plantó cara al representante de Manpower en el circo, un incompetente que en ese momento trató de convencernos de que la ETT no se quedaba con parte de nuestro sueldo y, que tras ser "vilipendiado" por la mayoría de sus interlocutores, perdió toda autoridad para lo quedaba de circo en Madrid. Mucho más inteligentes fueron los supervisores del circo que, pese al nerviosismo que les produjo el reparto, actuaron con bastante normalidad ante nosotros. Aún así, el "idilio" se había roto y a partir de entonces muchos trabajadores, al sentir ese respaldo del exterior, dejaron de conformarse con las invitaciones y los "regalos" del circo y adoptaron una actitud reivindicativa.
Habíamos acabado con el "buen rollito" empresarial, ese que se basa en encubrir las relaciones de dominio y explotación con un manto de pseudocolegueo y pseudoamabilidad. Habíamos conseguido que los temporales comenzaran a sentirse parte de un sujeto colectivo con necesidades, deseos e intereses, opuestos a los del tándem circo - Manpower. Habíamos construido una nueva situación: los temporales estábamos ahora en una posición de fuerza: nuestros oponentes se vieron obligados a reconocer que de esa masa de trabajadores podían salir algo más que quejas y malas caras: auténticas iniciativas capaces de generar más de un problema. A partir de entonces iba a comenzar una nueva historia, del todo diferente a la que ya conocíamos. Las respuestas a nuestro envite iban a dejar claro que las cosas habían cambiado.

Una de cal y otra de arena

Dos días después del reparto de panfletos, en estricto cumplimiento de la normativa interna del circo, un supervisor despide a una trabajadora de la tienda de merchandising por llegar tarde por tercera vez. Los trabajadores del área de servicios del circo -la carpa pequeña en la que están las barras, la tienda y los "relaciones públicas"- conocen la noticia en el mismo momento en que se está produciendo y se forma un pequeño revuelo. La gente deja sus actividades y se hacen corros para hablar de lo que está ocurriendo. Algunas personas se acercan para escuchar las palabras del supervisor. Hay cierta indignación pero nadie sabe qué hacer. Finalmente el despido se consuma y los trabajadores vuelven a sus puestos.
Nuestra incapacidad de responder al despido sin duda tranquilizó al circo. Los supervisores confirmaron lo que ya sospechaban: detrás del panfleto podía haber algún o algunos temporales, pero en cualquier caso, los responsables del libelo no contaban con la suficiente fuerza "dentro" como para alterar significativamente el equilibrio existente. Con todo, el despido no amilanó a quienes lo presenciaron. La mayoría de los trabajadores lo interpretó como un gesto de prepotencia que significaba el definitivo fin del "buen rollito" pero ante el que poco se podía hacer. No fue, sin embargo, considerado como una medida ejemplar destinada a acallar las quejas y protestas de los trabajadores y, en consecuencia, nadie dejó de levantar la voz.
Los camareros eran ya los que menos se callaban. Días antes del reparto, bajo la amenaza velada de perder el trabajo, habían sido obligados realizar los trámites para la obtención del "carnet de manipulador de alimentos", un documento que el Ministerio de Sanidad exige a todo aquel que trabaja con comida y que el circo y Manpower no tuvieron en cuenta al contratar al personal. Bien entrado noviembre una inspección de dicho ministerio descubrió que muy pocos trabajadores tenían el carnet e impuso al circo una semana de plazo para corregir tal situación, so pena de cerrar el establecimiento en caso contrario. En lugar de idear una solución colectiva y razonable ante esta necesidad -muchas empresas organizan el curso que habilita para la posesión del carnet en el propio lugar de trabajo y remuneran a sus trabajadores por asistir a él- los representantes del circo y de Manpower dieron un plazo a los camareros para obtener el documento. De no hacerlo, no podrían seguir trabajando. Así que hicieron los trámites, pero no se callaron. Se quejaron ante los supervisores y ante el representante de Manpower, se rieron de este último cuando en compensación por las molestias causadas ofreció invitarles a una copa, y se siguieron quejando... hasta que, para calmar los ánimos, Manpower anunció que se pagarían como horas de trabajo las dos horas que dura el curso de manipulador de alimentos.
Sin duda, 1.240 ptas. (lo que ganábamos por dos horas de trabajo) no son nada. Y sin embargo para una gran parte de los trabajadores significó mucho. Era la primera vez que alcanzábamos alguna de nuestras reivindicaciones. La presión conjunta que ejercieron el reparto de panfletos y las quejas de los camareros hicieron ceder a Manpower. Ello demostró a muchos trabajadores que era posible cambiar las cosas. Sólo era necesario actuar colectivamente...

Sobre la acción política

En el movimiento autónomo hubo no poca gente que tuvo dificultades a la hora de comprender nuestro modo de actuación. Desde nuestro punto de vista ello obedeció fundamentalmente a dos factores que se encuentran estrechamente relacionados: 1) la escasa intervención de muchos colectivos en el terreno laboral y el consiguiente desconocimiento de las particularidades que la acción política presenta en ese terreno, y 2) cierta estrechez de miras que lleva a concebir la acción política siempre en los mismos términos, independientemente del contexto en el que ésta se inscribe.
Una acción es o no kañera sólo en función del contexto en el que se produce. A veces algunos descuidan esta obviedad y pasan por alto todas las iniciativas que no tienen que ver directamente con manifestaciones, sabotajes o actos de reapropiación colectiva. Olvidan que este tipo de acciones son el resultado de proceso político mucho más complejo o, peor aún, consideran que todo proceso debe desembocar necesariamente de la misma manera.
En su momento el reparto de panfletos fue la acción más kañera que podríamos haber hecho. Produjo unos resultados que bien difícilmente hubieran podido producir una mani o un sabotaje. De alguna manera días antes habíamos intuido la importancia que podía llegar a tener y por eso nos costó tanto tiempo y tantos quebraderos de cabeza redactar los cinco párrafos del texto del panfleto (del mismo modo que una mani hay que prepararla bien: un grupo de seguridad, una pancarta en la cabecera, abogados alerta por si hay problemas, etc... a un panfleto hay que dedicarle también atención: hay que pensar a quien va dirigido -en este caso al público y a los trabajadores-, que reacción se espera obtener -en este caso que el público desapruebe la política laboral del circo y que los trabajadores no se sientan tan solos-, y en consecuencia que se va a decir y como se va a decir lo que se dice -teniendo en cuenta el tipo de público que iba al circo y la despolitización de los trabajadores de poco hubiera servido utilizar el lenguaje kañero, por no decir "macarra", que emplean muchos colectivos en sus panfletos o publicaciones: ello hubiera producido más rechazo que otra cosa-). Más tarde utilizaríamos métodos "más duros", como por ejemplo pintadas contra el circo en las cercanías de un bar en el que se celebraba una fiesta del circo, y barajaríamos acciones que desde luego no quedaban del todo amparadas por la ley; pero lo que nos decidió finalmente a llevar a cabo la una y a desestimar las otras fueron siempre los resultados y los efectos que esperábamos obtener y no la mayor o menor "dureza"/espectacularidad de las acciones.

¿Qué está pasando?

A principios de diciembre se abre un periodo de incertidumbre en el que resulta ciertamente complicado comprender lo que esta pasando. En el circo el clima se ha enrarecido y se suceden acontecimientos de uno y otro signo que sabemos interpretar. Es difícil no dejarse dominar por la ansiedad y establecer con la suficiente claridad cuáles serán nuestros próximos pasos.

La llegada del nuevo mes trae consigo un reparto de panfletos fallido, el despido de una trabajadora del sindicato y varios intentos frustrados de celebrar una asamblea de trabajadores.
El primer día del mes los miembros del sindicato esperamos impacientes en nuestros respectivos puestos de trabajo ver entrar nuevamente al público con uno de nuestros panfletos bajo el brazo. La desilusión es grande cuando comprobamos que el reparto no está teniendo lugar. Sin embargo, no tenemos más remedio que disimular nuestro estado de ánimo y esperar a que acabe la jornada para enterarnos de lo ocurrido. Y efectivamente es sólo a la noche cuando nos informan de que a la cita del reparto solo han acudido cuatro personas y que el reducido contingente ha decidido prudentemente suspender la acción.
Se nos hace muy duro tener que esperar a la siguiente semana para convocar a los grupos implicados a un nuevo reparto y decidimos organizar uno tres días después contando con los contactos directos que tenemos cada miembro del sindicato. Por suerte las estructuras informales responden y la convocatoria tiene éxito, pero esta vez acuden menos personas y el circo llama a la policía. Los "agentes del orden" desplazados al lugar no pueden impedir que se repartan los panfletos puesto que no es una actividad ilegal. Aún así toman los datos de algunos de los participantes en la acción y les comunican que se les impondrá una sanción administrativa por ensuciar la vía pública. Tal sanción ha sido de hecho tramitada y en la actualidad lo único que ha impedido que no se hiciese efectiva ha sido un recurso presentado por los sancionados.
El reparto cumple su función: recuerda al circo que la presión no cesará hasta que las cosas no cambien y anima a los trabajadores. Sin embargo nos hemos quedado con un mal sabor de boca por el reparto frustrado y por la amenaza de sanción.
Es durante la segunda semana de diciembre cuando una taquillera del sindicato es despedida por negarse a pasar la aspiradora.

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