Antimilitarismo
y conflicto vasco
David Llorente
Parto
de un determinado análisis del conflicto vasco que lo concibe
como un conflicto violento en torno a la soberanía de un
territorio; de raíz, por tanto, fundamentalmente política,
aunque transido de componentes sociales, culturales, etc., que lo
hacen enormemente complejo. Se trata, en todo caso, de una realidad
de violencia viciada de militarismo, con víctimas, dolor
y sufrimiento, a la que el movimiento antimilitarista no puede sentirse
ajeno.
El
conflicto se encuentra en un momento especialmente delicado a raíz
de los acontecimientos de este último verano y corre el peligro
de que permanezca indefinidamente enquistado o de que alcance incluso
más altas cotas de tensión y confrontación,
a no ser que se apueste decididamente por su transformación
para alcanzar un proceso de paz o, al menos, una fase de mayor distensión.
Veamos
cuáles son las claves que han determinado la actual coyuntura:
El
panorama previo al asesinato del concejal Miguel Ángel Blanco
se venía significando por dos cuestiones fundamentales y
relacionadas entre sí: la política penitenciaria de
dispersión de los presos de ETA y el secuestro del funcionario
de prisiones J.A. Ortega Lara.
La
política de dispersión es, como sabemos, contraria
a derecho y carga sobre el preso y los familiares un sufrimiento
añadido -no incluido en la condena- que se deriva de la situación
de lejanía y aislamiento. Pero lo interesante es que el acercamiento
de los presos a las cárceles de Euskal Herria, conforme a
lo dictado por la legalidad y por razones humanitarias, se había
venido convirtiendo en una reivindicación social con creciente
apoyo en un cada vez más amplio y heterogéneo sector
de la sociedad vasca.
Una
investigación sociológica realizada en la Comunidad
Autónoma Vasca y en Navarra, publicada en Febrero de 1995,
señalaba que un 74% de l@s encuestad@s estaba a favor del
cumplimiento de las penas en Euskal Herria, mientras que sólo
un 12’20% se mostraba a favor de la dispersión[1].
Se trataba, pues, de una reivindicación que trascendía
el entorno habitual del MLNV para extenderse por sectores diversos
de la sociedad vasca, como signo manifiesto, entre otros, de que
en ella va tomando cuerpo lo que se ha convenido en llamar un tercer
espacio sociológico. En él se encuadran quienes coinciden
en rechazar el frentismo y la violencia, denunciándola indistintamente
tanto si proviene de ETA como si proviene del Estado, y apuestan,
en cambio, por una solución política del conflicto,
basada en el diálogo, el acuerdo y el ejercicio de los Derechos
Humanos individuales y colectivos. No se trata de una abstracción,
sino de un espacio real, heterogéneo, que reúne a
una parte significativa del espectro político, sindical,
religioso, cultural y social, y que se ha mostrado especialmente
dinámico a lo largo del último año en lo que
se refiere al rechazo de la política de dispersión.
El
tercer espacio en marcha.
Las
movilizaciones populares que tuvieron lugar antes de Julio, para
reivindicar el acercamiento de los presos vascos, fueron, tal vez,
las más plurales habidas en Euskal Herria desde la transición.
En ellas confluyó todo el espectro político vasco
salvo el PP (PNV, EA, HB, IU, PSE-EE), el sindicalismo mayoritario
(ELA-LAB) y movimientos sociales y asociaciones de diversa índole
(Senideak, Gestoras Pro-Amnistía, Bakea Orain-Paz Ahora,
Gesto por la Paz y Elkarri -estos dos últimos enviaron al
respecto una carta conjunta al ministro J.Mayor Oreja- )[2].
En estas manifestaciones "pacifistas con lazos azules pasearon junto
a simpatizantes abertzales sin que se produjeran incidentes"[3].
Ante
la presión de "partidos vascos, asociaciones pacifistas y
diversos sectores de la Igesia" para que Mayor Oreja "flexibilizase
su postura", éste se vió obligado a anunciar a mediados
de Junio que "de un momento a otro se confirmará el traslado
de unos cuatro o cinco presos hacia cárceles próximas
al País Vasco"[4].
Lo
que interesa destacar de todo esto es que este tipo de actos y movilizaciones
estaban abriendo un espacio de cooperación y entendimiento,
amplio y plural, capaz de encauzar reivindicaciones de forma cívica,
pacífica y eficaz, así como de generar la distensión
necesaria para construir una alternativa de paz basada en el diálogo
y el acuerdo. El gobierno comenzaba a verse arrinconado en su postura
inmovilista y no podía cerrar ya los ojos ante tal presión
social esgrimiendo el sofisma de que acercar los presos suponía
ceder al chantaje de ETA.
Una
actitud militarista.
Pero,
¿cómo debería haber actuado ETA ante esta situación?
El
secuestro de J.A. Ortega Lara, además de ser cruel y reprobable,
permitía al Gobierno aferrarse al argumento del chantaje
y entorpecía el avance de la demanda social. ETA tenía
en sus manos la oportunidad de administrar la distensión
de forma inteligente. La liberación de Ortega Lara habría
dejado al Gobierno sin excusas para no cumplir la legalidad penitenciaria.
Tomar la iniciativa en este sentido habría demostrado sensibilidad
ante el clamor social por la liberación del secuestrado y,
por otra parte, era razonable corresponder con algún gesto
al esfuerzo que multitud de ciudadan@s, ajen@s al MLNV,estaban haciendo
al apoyar las reivindicaciones legítimas de organizaciones
como Gestoras Pro Amnitía y Senideak (familiares de presos
de ETA) participando en manifestaciones conjuntas.
La
actitud de ETA, en cambio, a juzgar por lo sucedido, parece obedecer
a una psicología militarista más que política
o siquiera estratégica. El secuestro del concejal Miguel
Ángel Blanco y su posterior ejecución tras expirar
el ultimátum constituyen una demostración de poder,
como forma de contraataque o de venganza tras la liberación
de J.A. Ortega Lara por las fuerzas de seguridad del Estado. No
puede considerarse sino como un grave error en todos los sentidos,
como un paso dado en la dirección equivocada, no menos por
su inhumanidad que por las consecuencias a que ha dado lugar.
Las
"jornadas de Julio".
El
fenómeno mediático-social (aspectos ambos indisociables)
desencadenado durante el secuestro y tras la muerte de Miguel Ángel
Blanco merecería un profundo análisis aparte. Aquí,
me limitaré a señalar que el lógico rechazo
social y la indignación generalizada ante la brutalidad del
asesinato -lo cual debería de hacer reflexionar seriamente
a ETA- constituyeron la materia a la que los medios de comunicación
de masas se ocuparon de dar forma. La explotación desmesurada
del dolor, la exaltación popular (y populista), la manera
en que se excitó los sentimientos de la gente... contribuyeron
a que se alcanzase un clima de paroxismo que amenazaba con desbordarse
en cualquier momento.
El
panorama político-ideológico generado a partir de
este caldo de cultivo nos sitúa ante ciertas cosecuencias,
a mi parecer, preocupantes:
1.-Triunfo
ideológico del Estado y el Sistema. "El Estado, que hoy más
que nunca es el Pueblo" (TV, sic), ha resultado el mayor beneficiario
de la situación, viendo reforzado su apoyo frente a la violencia
terrorista. Durante los días en que la ofensiva ideológica
alcanzó su clímax la sociedad pudo reconocerse en
la imagen que del Sistema ofrecían los mass media,
como un todo orgánico en el que el Pueblo y el Estado, con
sus fuerzas policiales, se encontraban perfectamente ensamblados.
Los medios conformadores de opinión han tomado conciencia
de su poder y conocen los mecanismos adecuados para accionar los
resortes de la psicología de masas, de tal manera que un
movimiento de rechazo (al terrorismo) se tamiza con los contenidos
ideológicos apropiados para que se convierta, al mismo tiempo,
en un movimiento de afirmación (del Sistema), en cuyo reverso
se encuentran las bases de una estrategia de aislamiento y exclusión.
2.-Avance
del autoritarismo. El ministro del Interior, que sólo una
semana antes del asesinato del concejal Miguel Ángel Blanco
se veía acorralado en su reducto inmovilista en lo que a
política penitenciaria se refiere, ha demostrado al final
"tener razón" en su postura de firmeza. Lo mejor es mano
dura, sin contemplaciones, y el programa de medidas apunta precisamente
en esa dirección. Por el momento, y aprovechando el fragor
popular, los políticos han tenido carta blanca para aprobar
la ley de videovigilancia y se anuncian reformas del Código
Penal que apuestan por las medidas represivas y la restricción
de derechos y libertades. Pero, sin duda, lo más preocupante
es que se considere el aislamiento social como una estrategia válida
para la pacificación. No sólo es condenable desde
una perspectiva democrática, por las situaciones de confrontación
civil que implica, sino que además es del todo inviable,
pues una cosa es plantearlo a nivel teórico, y desde fuera
de Euskal Herria, y otra situarse en la realidad concreta y cotidiana
de una oficina, un vecindario, una clase de instituto o un equipo
de baloncesto vascos; (si, por ejemplo, en éste último
hay jugadores que votan a HB, ¿pretenden que otro que juega como
base no pueda, bajo ningún concepto, pasarles el balón,
o algo así? ). Por otra parte se ha creado un clima ficticio
en el que parece que la pacificación de Euskal Herria se
producirá mañana mismo como por ensalmo, simplemente
yendo tod@s junt@s "a por ellos" (desafortunado eslogan, por cierto).
Una
paz justa y democrática no puede basarse en el aislamiento
o la supresión del "otro", sino en una voluntad decidida
de diálogo y acuerdo por todas las partes.
El
movimiento antimilitarista, sujeto transformador.
Pero
la pregunta que quería traer a colación, una vez esbozada
la coyuntura reciente del conflicto vasco, es cómo se puede
contribuir desde el movimiento antimilitarista a transformar esta
situación.
Deberíamos,
en primer lugar, plantearnos en qué momento se encuentra
el movimiento antimilitarista, en relación con la trayectoria
que ha seguido en los últimos años, y qué perspectivas
de desarrollo tiene ante sí.
La
insumisión ha representado el elemento dinamizador más
importante del movimiento y su principal baza en lo que a repercusión
social y mediática se refiere. Sin embargo, esta línea
puede verse truncada por los cambios que se están produciendo
en las estructuras militares a nivel estatal e internacional. La
profesionalización de los ejércitos de la OTAN se
corresponde con una preponderancia del discurso ideológico
en torno a su papel "humanitario", amparando en la práctica
las tareas pertinentes de intervencionismo militar. Este nuevo paradigma
hará innecesaria la conscripción obligatoria a corto
plazo, con lo que la objeción de conciencia y la insumisión
dejarán de existir en la forma concreta que han venido adoptando
hasta el presente.
Tal
vez nos encontramos en un buen momento para hacer un replanteamiento
sobre el significado del antimilitarismo y debatir las estrategias
que como movimiento puede acometer. El debate debería considerar,
a mi juicio, las siguientes ideas:
-El
militarismo no se reduce a "lo militar", institucionalizado en el
ejército; es también "un fenómeno social" constituido
por "un sistema de prácticas y convicciones cotidianas -autoritarismo,
verticalidad decisoria, sumisión, exaltación de la
violencia, desprecio a la debilidad, machismo, etc.-"[5].
el antimilitarismo debe, por tanto, afirmarse como movimiento de
oposición al fenómeno militarista, inscribiendo su
acción en un proyecto global de transformación social.
-Una
actitud antimilitarista no implica solamente tomar posturas negativas,
de rechazo, frente a toda forma de colaboración con el militarismo
(insumisión, objeción fiscal, etc.), sino también
positivas, afirmativas, en el sentido de que puede aportar valores
y actitudes alternativos al militarismo desde los que construir
estrategias participativas de paz.
Desde
esta perspectiva, el movimiento antimilitarista se constituye en
un movimiento social amplio que incluye no sólo a quienes
practican la desobediencia frente a instituciones militares, sino
también a tod@s l@s que desde muy diversos campos trabajan
para transformar aquellos aspectos en que el militarismo se manifiesta
como fenómeno social.
Hasta
el momento la insumisión, como lucha emblemática del
antimilitarismo, se ha fundamentado en el compromiso profundo de
personas dispuestas a resistir un peso considerable de sufrimiento
individual con la finalidad de rentabilizar políticamente
la represión y generar contradicciones al sistema. Es cierto
que la desobediencia se podrá seguir practicando desde el
interior de un ejército profesional de distintas formas,
pero es previsible que se produzca un debilitamiento de esta línea
de acción y que se cierre un ciclo marcado por la proyección
social que la conscripción obligatoria y las penas de prisión
e inhabilitación conferían a esta estrategia. Esto
no debe suponer sino un estímulo para abordar escenarios
más amplios que posibiliten dar un gran salto adelante. Por
otra parte "la agudización de contradicciones sola ya no
sirve. Los movimientos sociales deben presentar y encontrar en su
lucha y en sus objetivos el perfil positivo, constructivo y alternativo
que motive y encuentre receptividad e ilusión en la sociedad"[6].
Se trata de involucrar a todas las sensibilidades que se oponen
al militarismo como fenómeno social en un movimiento capaz
de presentar alternativas al militarismo y llevarlas a la práctica.
De este modo el movimiento antimilitarista se convierte en auténtico
sujeto activo y transformador.
Una
mentalidad militarista no tiene en realidad nada que aportar a la
solución de los conflictos, porque opera con la misma lógica
que los ha generado y alimentado. La llamada Paz de Dayton, que
supuestamente dio fin a la guerra en Bosnia-Herzegovina -rentabilizada
por los ejércitos como campaña de imagen "humanitaria"-,
es un buen ejemplo de ello. El acuerdo se firmó, a nivel
de elites, con los principales artífices del inicio de la
guerra (Milosevic y Tudjman), sin tener en cuenta los intereses
de la población civil, mientras que políticas de reconciliación,
desmilitarización de las partes enfrentadas y proyectos de
democratización de los respectivos regímenes quedaron
al margen[7]. Esta "pax"
supuso, a lo sumo, detención de la violencia bélica,
pero no solucionó los problemas de fondo relacionados con
la conflictividad étnico-religiosa y el autoritarismo político,
así que siguen estando sentadas las bases para que la guerra
pueda volver a estallar.
Frente
a este modelo, el movimiento antimilitarista debe proponer y tratar
de llevar a la práctica verdaderos procesos de paz, justos
y participativos, demostrando que existe realmente una alternativa.
Construir
un proceso de paz para Euskal Herria.
Es
en este punto en el que el conflicto vasco aparece como un desafío
a nuestra capacidad creativa. Tampoco aquí la continuidad
de las tesis militaristas (solución policial del conflicto,
prolongación de la lucha armada) garantiza hoy por hoy una
solución viable del conflicto y sus causas. De otro lado,
ésta no puede quedar exclusiva e indefinidamente hipotecada
a una negociación "desde arriba" entre ETA y el Gobierno,
cosa que, además, parece difícil que suceda por el
momento.
Un
proceso de paz verdaderamente democrático pasa por la implicación
de toda la sociedad vasca en la solución del conflicto. Para
ello, frente a la exclusión y la confrontación civil,
es necesario promover iniciativas que amplíen y fortalezcan
un tercer espacio de encuentro social, como base para la transformación
de abajo a arriba de las relaciones y estructuras que sostienen
el conflicto y sus expresiones violentas.
El
avance y la consolidación de este tercer espacio abre el
camino que posibilita el desarrollo de la mediación social,
es decir, que la propia sociedad en su conjunto pueda ejercer de
mediadora en la solución del conflicto; para lo cual, la
movilización positiva en defensa del diálogo y el
acuerdo, especialmente de los movimientos sociales, sindicatos y
asociaciones en general que articulan la sociedad civil, resulta
indispensable.
El
movimiento antimilitarista puede realizar en este sentido un aporte
muy valioso, debido, entre otras razones, a su peculiar implantación
en Euskal Herria. El fenómeno de la insumisión, particularmente,
ha alcanzado en Euskadi y Navarra un desarrollo muy notable. La
dimensión del fenómeno, su dinamismo, heterogeneidad
e independencia, así como la complicidad y consideración
positiva de que ha gozado entre la mayoría de la población
vasca, son factores que confieren a este movimiento social una potencialidad
extraordinaria como sujeto transformador del conflicto.
De
otro lado, el conflicto vasco representa para el movimiento antimilitarista
al mismo tiempo un desafío y una oportunidad para impulsar
un proyecto constructivo e ilusionador que demuestre la validez
y utilidad de las herramientas y valores no-violentos. Esto implica
verificar en la práctica:
-que
el diálogo puede constituir una verdadera alternativa a la
violencia. Como mecanismo eficaz de resolución de conflictos,
el diálogo debe ser incondicionado (las condiciones no hacen
más que postergarlo y siempre se exigen al "otro" en vez
de asumir la iniciativa) y no excluyente (¿acaso puede citarse algún
proceso de paz basado en la exclusión? Irlanda del Norte,
por el contrario, ejemplifica la eficacia de un diálogo plural
e integrador que busca soluciones en vez de buscar culpables).
-que
se pueden abrir o tratar de habilitar los canales necesarios para
que toda reivindicación pueda ser cursada de forma cívica
y pacífica, y encuentre así su expresión democrática
(remitimos, como referencia al ejemplo de las movilizaciones ciudadanas
contra la política de dispersión, analizado anteriormente).
-que
la paz no significa únicamente ausencia de violencia armada
y no puede, por tanto, reducirse a "que ETA deje de matar". Una
estrategia de paz verdaderamente justa y participativa debe también
contemplar la puesta en marcha de un proceso en virtud del cual
el pueblo vasco pueda definir democráticamente el marco político
y jurídico que reporte un consenso suficientemente amplio
como para que la paz sea estable y duradera en un contexto de integración
y reconciliación social.
Estos
planteamientos se proponen como directrices para una tarea asentada
en valores no-violentos, que deberá saber encontrar su expresión
a través de iniciativas concretas (foros locales de diálogo,
talleres participativos, elaboración de propuestas consensuadas
para presentar en ayuntamientos y parlamentos, promoción
de acuerdos entre grupos y asociaciones, o cualesquiera otros actos
que puedan contribuir a la distensión y la participación).
El
movimiento antimilitarista tiene ante sí el reto de ganar,
también en el conflicto vasco, espacios al militarismo y
puede, sin duda, contribuir desde sus valores y actitudes a alcanzar
este horizonte de paz.
David
Llorente, miembro del Taller de Elkarri de Madrid.
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[1] Investigación sociológica
dirigida por Taller de Sociología S.L., publicada por Elkarri
en febrero de 1995. [volver]
[2] El País, días 5 y 22
de Junio de 1997.[volver]
[3] El País, día 20 de
Abril de 1997.[volver]
[4] El País, día 18 de
Junio de 1997.[volver]
[5] Objeción e insumisión.
Claves ideológicas y sociales, ed. de Pedro Ibarra, Fundamentos,
Madrid, 1992, pág. 254.[volver]
[6] "Els moviments socials, un nou subjecte
transformador?", ponencia de Jonan Fernández para un seminario
práctico de la Escola d’estudis politics celebrado en Barcelona
en Junio de 1995. [volver]
[7] "Militares de Europa y asesinos de
Bosnia", Mambrú, nº 55, verano de 1996.[volver]
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