Las
taquillas, pasen y vean
historia de una trabajadora de una ETT
"...
lo que suscita nuestro interés científico no son las
contradicciones que oponen a patrones y trabajadores, sino los procesos
autónomos de constitución de subjetividad alternativa,
de organización independiente de los trabajadores."
M. Lazzarato y A. Negri
La
primera entrevista para este trabajo fue en las oficinas de Manpower,
y consistió en intentar convencernos de las maravillas
del Cirque du soleil. Durante 15 minutos nos enseñaron
el programa y las fotos del espectáculo de este año.
Una empleada de la oficina pasaba las hojas delante de nuestras
caras, nos sonreía y nos miraba como si esperara una reacción
nuestra. Después de un violento (para nosotras) silencio,
nos vimos obligadas a decir: "qué pasada". En los
cinco minutos que quedaban de entrevista nos preguntó ¿por
qué queréis trabajar para el Cirque du soleil?
Intuimos que decir: "mire, necesitamos pelas y queremos saber
si hay trabajo, en qué consistiría, horarios y cuánto
pagan" era muy atrevido. Así que espontáneamente
las dos dijimos: "queremos conocer el circo desde dentro".
La entrevistadora sonrió comprensiva. Luego nos preguntó
qué sabíamos hacer y nos prometió que nos llamaría.
Maite (es su nombre) ha dejado ahora (llevamos un mes trabajando)
Manpower, y entre pasillos nos ha dicho que estaba harta
de ellos, que ha tenido que comerse muchos marrones del contrato
del Circo del sol con esta ETT. Entre ellos, por ejemplo, supongo
que sería prometernos una prima de 500 pts. por día
trabajado, que nos darían al final del contrato si todo salía
bien. Digo que es un marrón tener que decírnoslo porque
ahora sabemos que el año pasado se lo dieron a todo el mundo.
Haber llegado tarde o faltado a trabajar, al menos dos días,
aunque fuera justificado, fue la excusa para ahorrárselo.
Maite sabía esto y más cuando nos hizo la entrevista.
¡Me pregunto si hasta el mayor accionista de Manpower también
es precario en este sentido!
No
te contrata quien será "tu jefe", sino alguien
como tú, trabajadora precaria que tiene que venderte el puesto.
Aunque ambas sepamos que es tan mierda como otros, que te das cuenta
y que aún así no ves más salida que pillarlo.
No estoy, ni por asomo, quitando responsabilidad a Maite. Pero quizás,
si yo estuviera junto a mis compañeras del SdC (Sindicato
de Clandestinas), me estancaría en el pozo sin fondo de hacerme
la siguiente pregunta: ¿Dónde está la diferencia
entre vender puestos de trabajo cutres y entradas carísimas
que hablan de un mundo de emociones para el hombre del final del
milenio que no sabe qué hacer con su dinero? Hay diferentes
grados de desfachatez, y no es lo mismo estar en una situación
de buscar curro que buscar entradas para el circo del sol, pero
sí hay un abismo de conexiones entre quienes realizan esas
ventas. En fin, no se trata de buscar si Maite es la víctima
o la enemiga de una clase obrera.
Bien,
yo estoy entre las elegidas para formar parte del Cirque du soleil.
¿Cómo podría arreglármelas para sentirme
parte de este negocio que tiene previsto facturar, este año,
325 millones de dólares?
Firmamos
así un contrato indeterminado y salario aún más
incierto. Nos dijeron que trabajaríamos 30 horas a la semana
y cobraríamos 642 pts. netas por hora trabajada. Trabajamos
unas veinte horas semanales, y cada vez menos. El horario se nos
comunica los lunes para el resto de la semana y, evidentemente,
diseñado según sus necesidades. "Hora trabajada"
lo es aquella que han decidido que lo sea. No nos pagan ni los descansos
(obligatorios en las horas de menos trabajo) ni los días
que según el horario debemos estar disponibles por si nos
llaman. Aparte nos llaman el día antes para decirnos "mañana
no vengas", o en medio de tu jornada te dicen "tú
ahora te vas a casa".
Está
claro: por fin has encontrado trabajo, a quién le importa
saber por cuánto tiempo, con qué horario, y mucho
menos cuánto te vas a sacar. ¿Por qué? Porque
es "un trabajo", no cualquier cosa. Tu trabajo, ¡has
sido elegida para entrar a formar parte del CdS! (llamar así
al circo viene a ser un ritual de iniciación, que viene a
significar que eres uno de ellos). Entrar en el comedor, desayunar
con los artistas (si te ha dado tiempo de prepararte la tartera)
y ver el espectáculo gratis. Puedes ir a las fiestas que
se organizan todos los domingos en distintos locales de Madrid.
Tu jefa mayor te saca 6 años o es más joven que tú,
te gasta bromas y le gusta tu pelo. Se ponen en marcha fantasías
disparatadas y contradictorias: sensación de vivir, zampo
y yo, y el espíritu joven y voluntarioso de las Olimpiadas
del 92 en Barcelona. Todas colaborando de buen rollo en algo útil,
interesante y progre.
Pero
esta fantasía donde la relación entre cómo
se consigue el dinero y para lo que sirve se ignora, desaparece,
resulta de mal gusto (como en la mayoría de las teleseries
familiares), no parte en ningún momento de nosotras. Es desde
este esquema desde el que nos comunican las cosas, gestionan el
trabajo, responden a nuestras preguntas. Poner de manifiesto que
no nos identificamos con él, pues nos pasamos las horas haciendo
cuentas y cagándonos en el circo, por ejemplo, tiene sus
riesgos. Hace una semana, Laura, en un momento en el que no había
llamadas, preguntó si podía salir a fumarse un cigarrillo.
Matisse, el responsable del circo en taquillas sonrió y dijo
muy amablemente: "sí, pero ya no vuelvas por hoy".
Por
fin te sientas al teléfono, que es como se realizan la mayoría
de la venta de entradas. Se te exige ser amable para vender
lo más posible al precio más alto. Si te pillan de
charla con un "cliente" tienes que colgarle. Esto es muy
normal, sobre todo por la mañana. Hay gente que llama desde
su curro, lo cual significa teléfono gratis y está
abierta a extenderse en casi cualquier tema que le propongas. Pero
la exigencia de ser amable supone comentar que personalmente el
espectáculo merece la pena (para algo nos han invitado a
verlo gratis). "¡Sonríe!, es muy importante que
el cliente tenga una buena imagen del circo, y la taquilla es normalmente
el primer contacto que el cliente tiene con el circo". Participa
en el juegecito humillante de que hablas con un ser privilegiado
al que preparas para un espectáculo para privilegiados. Aguantar
rollos del cliente de turno que compra una entrada de 15000 pts.
haciendo como que es lo más normal del mundo. No cobramos
eso ni en una semana de dejarnos la espalda, la vista y la simpatía
natural de relaciones públicas.
Natural,
porque en estas condiciones, es el terreno de comunicación
donde te encuentras moviéndote. Así es la venta, ponerte
en comunicación, hacer valoraciones, decidir estrategias,
ver qué te piden, qué quieren, hacer cálculos,
maximizar, adaptarse al lenguaje de quien llama y arrastrar al tuyo
en ese momento, incitar, hacer apetecible... "Señorita,
por favor, les quedan a ustedes entradas?". ¿Dónde
he aprendido yo a hacer todo esto? Antes de que tú cojas
el teléfono, "el público" ya ha sido también
preparado y seleccionado para participar en la puesta en escena.
Reportajes en la televisión y en el país dominical,
entrevistas a los creadores del circo del sol o el precio de las
entradas.
Por
supuesto, actores y actrices de este circo (las que tenemos los
grandes papeles) tenemos nuestras lagunas para representar el papel.
Por muy entretenido que pueda llegar a ser jugar a las señoritas
telefonistas, incluso la más ducha se aburre. Y hasta ahora
se nos deja mucha confianza. Supervisores y controladores se pasean
por taquillas pero que sepamos, nunca nos han llamado haciéndose
pasar por clientes para controlarnos las conversaciones. De manera
que mucha gente no coge todas las llamadas, o dice que se han acabado
las entradas. Pero si lo coges no puedes escapar. Los clientes van
a pagar con su dinero, y te preguntan qué tal es el asiento,
te cuenta que es para celebrar su cumpleaños, que va a invitar
a su novio al que no le gusta el circo porque le han dicho que este
es algo más... Si el jefe no está cerca puedes decir
que no es para tanto, que para ti no merece la pena, que no es tu
circo, que no es verdad que se vayan el 5 de diciembre, que se irán
el 9 de enero prorrogando poco a poco y de esta manera vender más
entradas. Puedes discutir con la gente que llama (también
podrías ser borde y tratarles aún peor... No es lo
que más apetece).
A
todo esto hay que añadir una serie de estrategias de venta
que estamos obligadas a seguir. Obligadas quiere decir que mientras
hablas con el cliente puede que tengas al supervisor al lado; que
así nos explicaron que se realiza nuestro trabajo, que tenemos
esas instrucciones pegadas en un corcho junto a la pantalla del
ordenador. Por ejemplo, si te piden 2 entradas, das por sentado
que quieren las mejores, "el cliente ya te dirá si es
demasiado caro". Si te preguntan los precios, empiezas por
el más alto y terminas por "el más barato".
De la escalofriante cifra de 7900 que cuestan el 85% de las entradas,
a la más "asequible" de 3900 en la última
fila del último rincón. Cuando llaman tienes que decir
"cirque du soleil, buenos días" y hacer el ridículo
con nuestra normalmente inexperta pronunciación en francés.
Todo este marketing que tú realizas no se reconoce, con lo
cual tampoco se te paga.
Además
de simpatía, juventud, disponibilidad, versatilidad... un
requisito es el inglés. Es el idioma del circo y como nos
comunicamos con los jefes. La mayoría nos maldefendemos en
este idioma, lo que da lugar a un montón de bromas y situaciones
de lo más divertidas para nosotras. Nuestros superiores nos
tratan como si fuéramos tontas o unos burros españoles
del sur de Europa. En su trato con nosotras no tienen en cuenta
que aquí un buen nivel de inglés no se consigue en
la enseñanza pública. Y que esto tiene que ver con
que nos paguen menos que cuando montan el circo y contratan en Alemania,
Holanda o Francia.
Así
pasan las horas en taburetes rotos que no regulan la altura, sin
reposapiés y sin respaldo. El contrato advierte de los riesgos
profesionales: dolores postulares y cervicales; cansancio visual.
Desde luego no se puede decir que pongan de su parte para hacerlo
más llevadero. La pantalla de delante de nuestras narices
donde tenemos que leer y fijar la vista constantemente no tiene
protectores. Una compañera nos enseña y allí
practicamos como posesas ejercicios para relajar el cuello y la
espalda. Además algunas colocamos carpetas delante de las
pantallas. Cuando no se pispan apagamos los monitores. Esto está
prohibido porque no es bueno para los ordenadores, que son muy caros.
Hay
muchas cosas que ponen difícil que ni siquiera nos planteemos
ponernos de acuerdo, buscar fuerza en nuestras compañeras
y compañeros para plantearnos mínimas reivindicaciones
colectivas. Esta empresa "nómada" sabe aprovecharse
de cambiar de empleadas cada dos meses. En cada sitio al que llegan
encuentran gente que necesita el dinero y que apenas les da tiempo
a conocerse. Cuando por fin alquien o algunas han planteado algo
te salen con "hablar con Manpower" dice el circo, "hablar
con el circo", dice Manpower, el viejo truco de lavarse las
manos y del poli bueno y el poli malo.
El
contrato es por obra y hemos firmado que ellos deciden cuándo
se termina la obra. A partir del primer día pueden empezar
a sobrar taquilleras. Hoy te pueden decir legalmente que mañana
no vuelvas más, o que la semana siguiente vas a trabajar
5 horas, mientras te prometen que la siguiente trabajarás
más y luego no cumplirlo. Aquí flexibilidad laboral
se identifica con disponibilidad total sin ninguna garantía
de cobrar algo por ello. Pero sirve también y sobre todo
como arma de chantaje. En estas condiciones, no caer simpática,
que está directamente relacionado con tu docilidad, te puede
costar el curro que por fin habías pillado. A parte de que
esta sucesión de despidos supone una criba en la que se trata
de durar el mayor tiempo posible, todas queremos llegar al final,
ser las últimas de quienes prescindan.
De
hecho, en las taquillas está ocurriendo algo de la más
humillante. Uno de los jefes invita a un juego, subido en los escalones
piensa un número, señala con el dedo a la gente para
que de una en una intentemos adivinarlo. De pronto dice: "Has
acertado, enhorabuena ¡pasas el aspirador!", y comienza
a reírse. La agraciada no se ríe, pero contesta: no
me importa, total me aburre estar al teléfono. El resto nos
ponemos a discutir tranquilamente sobre acceder a hacer esto todos
los días. Los argumentos son: a estas alturas a nadie se
nos caen los anillos por pasar el aspirador, pero si está
tan gracioso que lo pase él, o ¿dónde estaba
esto en el contrato?, o ¿por qué no pagas por ello?.
Ingenua y estratégicamente nos agarramos a que lo que nos
hace estar allí es una relación laboral basada en
un contrato, no este colegueo inexplicable: de buen rollo paso el
aspirador, somos un equipo, cada una un poquito de su parte... y
la pasta, sobre todo la pasta! Te la doy pa ti. Yo, como otras,
no había hablado antes con esta chica, y para la mayoría
estaba claro que no teníamos que pasar el aspirador. Mientras
nos poníamos el abrigo, Rosa se hizo la remolona, y una vez
que salimos comenzó a pasar el aspirador. Quizá pensó:
sí listos, pero la que tiene que dar la cara soy yo. Quizá
pensó: no me cuesta nada, evitamos malos rollos y verdaderamente
esto está hecho una mierda. Durante todo este tiempo, el
payaso de la función, Matisse, paseaba tranquilamente entre
nosotras sonriendo como si con él no fuera la historia. No
sólo sabe algo de castellano, sino que además, en
esta oficina móvil de 10 m de largo por dos de ancho quien
no se entera es porque no quiere.
Este
conflicto para mí es un ejemplo de situaciones que se mueven
en un terreno más cercano a la cooperación donde aparecen
valores y actitudes hacia el bien común (no es parte de tu
trabajo pero mola que trabajemos a gusto en un lugar más
limpio), más que en el de alguien que a cambio de una retribución
se compromete a realizar un servicio por cuenta ajena y subordinado
a la organización de la otra parte contratante (según
el estatuto de los trabajadores).
En
las taquillas, la plantilla la formamos 42 personas, 26 chicas y
16 chicos. Para trabajar nos reparten en turnos, más o menos
de 10. La gente se empezó a enfadar mucho con eso de que
nos mandaran a casa de repente o nos llamaran el día antes
para decir que no viniéramos. Esto lo comentábamos
en voz alta, como tantas otras cosas, junto a Anna y Matisse, responsables
del circo, y Luisa, Rosa y Joaquín, supervisoras contratadas
como nosotras por Manpower, que hacen las veces de traductoras
entre otras miles de cosas y que cobran treinta pts. más
la hora que el resto. Quizá intuyeron que entre tanta broma
y queja esto nos unía más que otras cosas. El caso
es que, sin organizarnos de ninguna manera, y sin presentar abiertamente
ninguna queja, esto ya no ocurre. Nuestros horarios semanales cada
vez prevén menos horas, y aún así ha habido
situaciones en las que durante horas 8 personas hemos estado tocándonos
las narices y no han mandado a nadie a casa.
Antes
de haber terminado este escrito he sido despedida. Una mañana
(error fatal) llegué a trabajar 10 minutos antes de mi hora.
Estaba esperando fuera de las taquillas al resto de la gente cuando
Anna me dijo: "Me puedes hacer un favor?", "¿el
qué?", contesté con toda la naturalidad que pude.
"Pasar el aspirador" "No. Si no es parte de mi trabajo
preferiría no hacerlo".
Entonces
se descubrió el pastel, pues yo estaba realmente tranquila
y a ella empezó a cambiársele la cara. Primero me
dijo que no me lo pedía, que me lo decía: pasa el
aspirador. Yo cada vez me sentía más dispuesta a pasarlo,
siempre y cuando estuviera segura de que fuera parte de mi trabajo.
Entonces, ella me dijo unas palabras que no olvidaré nunca:
"tu trabajo es hacer todo lo que yo necesite que tú
hagas". No pude reprimirme, se me dibujó una ancha sonrisa
en la cara, que traté de que fuera de cortesía y de
buena disposición. ¿Cómo me las había
arreglado, sin proponérmelo, para hacerla decir aquello?
Yo sólo tenía dos objetivos: 1) no pasar el aspirador
(porque yo ya sé, y todas sabemos, que no es por lo que me
pagan), y 2) tratar de salvar la situación con toda la poca
rabia y savoir faire posible; intentar pasar desapercibida.
Pero
fue ella quien no pudo soportarlo, ¿tan acostumbrada está
a que sus deseos sean órdenes? ¿A que adivinemos en
sus miradas, sus recomendaciones, sus favores, sus deditos señalando
el teclado, el mandato inexcusable?
En
fin, para salir de aquel atolladero le sugerí amablemente
que para evitar situaciones como ésta, que al fin y al cabo
suponían una pérdida de tiempo, y para poder cumplir
mejor mi trabajo, me explicara de una vez por todas las tareas en
las que consistía. Traté de poner la voz, la cara
y los gestos apropiados, y para lo difícil que es no me salió
tan mal. Pasaron los 10 minutos, llegaron mis compañeras
y me dijo: ¿ves? Ya no da tiempo, por tu culpa hoy vamos
a morder el polvo.
Yo
conté esto a todo el mundo aquella mañana, al día
siguiente a la hora de salir, cuando Matisse preguntó quién
pasaba la aspiradora, nadie respondió, y Rosa, la supervisora,
le dijo que entendiera que para lo que nos pagan a nadie le apetece
pasar la aspiradora a las 11 de la noche. Mi episodio era un momento
más de algo que sentíamos casi todas.
Dos
días después, antes de ir a trabajar, me llamaron
de Manpower, me dijeron que ya habían comenzado a
reducir plantilla y que ya habían terminado conmigo. Les
pedí un papel por escrito donde constara si era despido o
fin de contrato o lo que fuera. Me preguntaban que para qué
lo necesitaba, que confiara en ellos que no se acababa todo en el
circo del sol que podían ofrecerme otras cosas, que buscarían
algo para mí. Me presenté en el circo a la hora en
la que tenía que empezar a trabajar (pedí a una amiga
y a un amigo que me acompañaran), y se lo conté a
mis compañeras y compañeros. La reacción fue
dura con el circo y Manpower y de una gran resignación.
"Está claro, tienen un morro impresionante" "Yo
ya me he buscado otro curro" "Desde luego..." cosas
para mí nada reconfortantes. Dije que no me iba hasta que
no me lo dieran por escrito, y accedieron con fecha de hace una
semana. Me puse más seria todavía, aunque el responsable
intentaba quitarle toda la importancia, como si a él le diera
igual y fuera una revanchina mía. Por fin me lo dieron con
la fecha correcta. Una responsable me confirmó que Anna dijo
que no quería verme más. No tenía nada que
ver con que yo cada vez estuviera vendiendo menos entradas o leyera
el periódico en mis horas de trabajo. He hecho algo peor
sin proponérmelo. He roto el pacto de silencio de quién
manda aquí.
Con
una amiga hemos escrito una carta para los periódicos y voy
a entregársela al resto de taquilleras y taquilleros. Me
parece lo mínimo que podemos hacer con esto, pues pensar
en que la gente que sigue trabajando haga algo de protesta es inimaginable
por ahora, que ya está todo el mundo advertido y apenas queda
trabajo parar todas.
Madrid,
principios de diciembre de 1999.
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