En junio de 2000, cuando la Biblio estaba en suspenso porque nos habían desalojado tres meses atrás,  recibimos la propuesta de cesión de un local donde montar la biblioteca. Hasta ese momento, una de las características esenciales de La Biblio residía en el hecho de okupar, con lo que el tema suscitó un interesante debate sobre la okupación, el compromiso, la autenticidad, la identidad y otras idas de olla, del que hemos rescatado estos cuatro textos.
Al final, de todos modos, la propuesta no siguió adelante por problemas técnicos.

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Debate sobre okupación e identidad
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Decía Deleuze, en un vídeo que se pasó cuando la Biblioteca estaba en El Laboratorio, que el escritor necesita un territorio, un espacio que le sea propio. A esa necesidad la calificaba de "animal". A mi modo de ver, esta observación es enormemente acertada. No ya porque la haga un pensador, espero, por tod@s admirado, sino por lo evidente que se hace cuando un@ ha aprendido ciertas cosas. Pero, ¿de veras se han aprendido? Nos hemos educado en la noción de enfrentamiento, o más exactamente, en la noción de enfrentamiento a campo abierto. No siempre con la cara al descubierto, eso aquí sería un detalle que daría pie a otro tipo de discusión, no poco interesante en su amplitud, pero sí se desvía un tanto de lo que aquí nos proponemos. La noción de enfrentamiento quiere decir, remite, a señas de autenticidad (okupar es mejor que pagar alquiler; no negociar es mejor que negociar; más vale morir de pie... ¡atenienses, pasadme la cicuta!-: El enemigo está localizado. Se trataba de eso, sin duda.) Pero el asunto de la enemistad es como el del Tarot: cualquier vaticinio de futuro se hará realidad, pues es a partir de ese momento que nuestros actos han quedado sobrecodificados que ocurren las cosas previstas. Todo ocurre como si nada: no se decepciona a la maga, al mago; no se le ahorra contraofensivas al madero, al especulador de turno, nos ahogamos en un sinfín de dimes y diretes, todo queda como estaba: ni siquiera nos atrevimos a decepcionarnos a nosotr@s mism@s.

Era más fácil darse cabezazos contra una roca y, al ver la sangre, decir, Es que no veas si está dura la roca. ¿Y qué tiene que ver esto con el animal y el territorio? Veamos primero el territorio.

Hoy podemos decir, sin temor a equivocarnos, que tras un largo ciclo de luchas y conquistas, estamos lejos, muy lejos, de tener que enfrentarnos a los repartidores de muerte para poder hacer cosas. Que tarde o temprano aparecen, porque es su forma de vivir, porque viven de ello, del resentimiento y de la mala fe, nadie discutirá. Que quedan asuntos sin resolver, muchos, y que para su comprensión es necesaria una mirada amplia, mirada que incluye al enemigo, de acuerdo. Pero es esa forma de mirar la que ha cambiado. Porque el cuerpo, la corporeidad es distinta: procede de la multitud, en sí ilocalizable, inidentificable, cú-cú. Mas no es amorfa, sino que se articula a medida que se va sintiendo su pregnancia. Porque si La Voluntad no puede querer ir hacia atrás, entonces no puede querer perder el tiempo en fatigosos enfrentamientos que a nada productivo conducen. La Voluntad es ante todo y sobre todas las cosas alegría, alegría de tener un espacio propio en el que desarrollar actividades que producen más alegría, que aumentan la potencia, siendo ésta no otra cosa que el gusto por lo que vive, llegando así, ahora, al gusto del animal por su territorio, y no por nada se pelea si alguien llega de afuera amenazándole su permanencia.

Y ya que casi estamos como el escritor, digamos entonces que el escritor es exactamente lo contrario al autor. El escritor- el artista, es decir, quien huye de la extracción de plusvalía, o sea, el revolucionario- es hoy aquél que hace suya la experiencia del –gusto-de-ser-atravesado-. El artista no tiene nostalgia. O sí, pero de futuro. El revolucionario es revolucionario porque no puede no experimentar, no puede no inventar, está impedido para la negación, para el negacionismo, su voz no es una voz que suene lastimera. Al artista no le falta nada: siente los saberes colectivos como las únicas herramientas de las que dispone para hacer obra. No sujeta cosa alguna. Aprende y aprehende la potencia abstracta, la recoge, la da forma y, así, la devuelve al mundo. El revolucionario no es nadie, menos acumulador: intuye y actúa. Es decir, ningún producto artístico funciona bajo consigna.

Pero ojo. Intuir y actuar son dos nociones en las antípodas de la noción de gasto. Esta se da en un campo sembrado de angustia y desesperación, en el sentido más vulgar de estas palabras, mientras que a las primeras les es inherente una paciencia que hace parte de ese aprendizaje del gusto arriba mencionado: el más solitario de los hombres que así experimente, siempre, incluso en medio de los horrores y sufrimientos más atroces, hallará un momento beatífico, un momento absolutamente espinoziano.

 

¿Qué es La Biblio? Guarda 4000libros. Pero ¿puede eso ser un argumento a favor de un proyecto que se quiere revolucionario? Conozco habitaciones con 200 libros que son, los libros y quienes allá habitan, auténticas máquinas de guerra. La razón es irreductible: allí no se opina, no hay diletantismo ni mero pasar el rato. Allá se estudia, se inventa, se trabaja, todo ello para cambiar la experiencia, llevándola, no siempre con los resultados apetecidos, un poco más lejos.

Un ordenador conectado a Internet puede favorecer mucho a quienes buscan economizar fuerzas, bien sea un nómada o bien un proyecto que necesite de espacio. Existen infinidad de libros –eso sí, casi ninguno en castellano- ya en red. Se trata de aprender idiomas. Sugerencia que hago aquí: crear cursos, clases de idiomas, que es algo tan necesario como ausente en la educación de este miserable ruedo hispano.

Pero también existen muchos textos verdaderamente interesantes en red, textos que podemos leer en castellano, textos escritos sobre, desde, por y para una práctica política absolutamente desbordante para las instituciones.

¿Y qué decir de los libros tan difíciles de hallar en los típicos lugares públicos? Si la Biblio quiere proyectarse en un futuro productivo debería tomar buena nota de esto: los que escriben, los que pintan, los que tienen cosas que decir, no siempre están visibles. Sabemos que la Biblio sabe esto, pero no lo cuida, por la sencilla razón de que no tiene tiempo para atrapar un proyecto que le sea propio, un proyecto que vaya madurando y construyéndose como se construye un pensamiento: con mucha lentitud y cuidado. Porqué no le interesa atrapar la posibilidad es lo que hemos criticado en la primera parte de este escrito.

Insistamos: hay proyectos en marcha. Por ejemplo, una Universidad nómada, y los primeros pasos ya se están dando, en próximos días con la llegada de Bologna, pensador italiano que ha investigado, entre otras cosas, y sobre el terreno, el movimiento del 77.

Las cosas que en ese sentido ha hecho la Biblio me parecen mucho más interesantes que el simple tener libros. Y me parece que si no se pueden hacer más cosas es por la falta de recursos materiales mínimos: agua, luz, higiene, calor, estar a gusto. Estar con gusto.

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