Debate
sobre okupación e identidad
texto 2
Decía
Deleuze, en un vídeo que se pasó cuando la Biblioteca
estaba en El Laboratorio, que el escritor necesita un territorio,
un espacio que le sea propio. A esa necesidad la calificaba de "animal".
A mi modo de ver, esta observación es enormemente acertada.
No ya porque la haga un pensador, espero, por tod@s admirado, sino
por lo evidente que se hace cuando un@ ha aprendido ciertas cosas.
Pero, ¿de veras se han aprendido? Nos hemos educado en la noción
de enfrentamiento, o más exactamente, en la noción
de enfrentamiento a campo abierto. No siempre con la cara al descubierto,
eso aquí sería un detalle que daría
pie a otro tipo de discusión, no poco interesante en su amplitud,
pero sí se desvía un tanto de lo que aquí nos
proponemos. La noción de enfrentamiento quiere decir, remite,
a señas de autenticidad (okupar es mejor que pagar alquiler;
no negociar es mejor que negociar; más vale morir de pie...
¡atenienses, pasadme la cicuta!-: El enemigo está localizado.
Se trataba de eso, sin duda.) Pero el asunto de la enemistad es
como el del Tarot: cualquier vaticinio de futuro se hará
realidad, pues es a partir de ese momento que nuestros actos han
quedado sobrecodificados que ocurren las cosas previstas. Todo ocurre
como si nada: no se decepciona a la maga, al mago; no se le ahorra
contraofensivas al madero, al especulador de turno, nos ahogamos
en un sinfín de dimes y diretes, todo queda como estaba:
ni siquiera nos atrevimos a decepcionarnos a nosotr@s mism@s.
Era
más fácil darse cabezazos contra una roca y, al ver
la sangre, decir, Es que no veas si está dura la roca. ¿Y
qué tiene que ver esto con el animal y el territorio? Veamos
primero el territorio.
Hoy
podemos decir, sin temor a equivocarnos, que tras un largo ciclo
de luchas y conquistas, estamos lejos, muy lejos, de tener que enfrentarnos
a los repartidores de muerte para poder hacer cosas. Que tarde o
temprano aparecen, porque es su forma de vivir, porque viven de
ello, del resentimiento y de la mala fe, nadie discutirá.
Que quedan asuntos sin resolver, muchos, y que para su comprensión
es necesaria una mirada amplia, mirada que incluye al enemigo,
de acuerdo. Pero es esa forma de mirar la que ha cambiado. Porque
el cuerpo, la corporeidad es distinta: procede de la multitud, en
sí ilocalizable, inidentificable, cú-cú. Mas
no es amorfa, sino que se articula a medida que se va sintiendo
su pregnancia. Porque si La Voluntad no puede querer ir hacia
atrás, entonces no puede querer perder el tiempo en fatigosos
enfrentamientos que a nada productivo conducen. La Voluntad es ante
todo y sobre todas las cosas alegría, alegría de tener
un espacio propio en el que desarrollar actividades que producen
más alegría, que aumentan la potencia, siendo ésta
no otra cosa que el gusto por lo que vive, llegando así,
ahora, al gusto del animal por su territorio, y no por nada se pelea
si alguien llega de afuera amenazándole su permanencia.
Y ya que casi estamos como el escritor, digamos entonces que el
escritor es exactamente lo contrario al autor. El escritor- el artista,
es decir, quien huye de la extracción de plusvalía,
o sea, el revolucionario- es hoy aquél que hace suya la experiencia
del –gusto-de-ser-atravesado-. El artista no tiene nostalgia. O
sí, pero de futuro. El revolucionario es revolucionario porque
no puede no experimentar, no puede no inventar, está impedido
para la negación, para el negacionismo, su voz no es una
voz que suene lastimera. Al artista no le falta nada: siente los
saberes colectivos como las únicas herramientas de las que
dispone para hacer obra. No sujeta cosa alguna. Aprende y aprehende
la potencia abstracta, la recoge, la da forma y, así, la
devuelve al mundo. El revolucionario no es nadie, menos acumulador:
intuye y actúa. Es decir, ningún producto artístico
funciona bajo consigna.
Pero
ojo. Intuir y actuar son dos nociones en las antípodas de
la noción de gasto. Esta se da en un campo sembrado de angustia
y desesperación, en el sentido más vulgar de estas
palabras, mientras que a las primeras les es inherente una paciencia
que hace parte de ese aprendizaje del gusto arriba mencionado: el
más solitario de los hombres que así experimente,
siempre, incluso en medio de los horrores y sufrimientos más
atroces, hallará un momento beatífico, un momento
absolutamente espinoziano.
¿Qué
es La Biblio? Guarda 4000libros. Pero ¿puede eso ser un argumento
a favor de un proyecto que se quiere revolucionario? Conozco habitaciones
con 200 libros que son, los libros y quienes allá habitan,
auténticas máquinas de guerra. La razón es
irreductible: allí no se opina, no hay diletantismo ni mero
pasar el rato. Allá se estudia, se inventa, se trabaja, todo
ello para cambiar la experiencia, llevándola, no siempre
con los resultados apetecidos, un poco más lejos.
Un
ordenador conectado a Internet puede favorecer mucho a quienes buscan
economizar fuerzas, bien sea un nómada o bien un proyecto
que necesite de espacio. Existen infinidad de libros –eso sí,
casi ninguno en castellano- ya en red. Se trata de aprender idiomas.
Sugerencia que hago aquí: crear cursos, clases de idiomas,
que es algo tan necesario como ausente en la educación de
este miserable ruedo hispano.
Pero también existen muchos textos verdaderamente interesantes
en red, textos que podemos leer en castellano, textos escritos sobre,
desde, por y para una práctica política absolutamente
desbordante para las instituciones.
¿Y
qué decir de los libros tan difíciles de hallar en
los típicos lugares públicos? Si la Biblio quiere
proyectarse en un futuro productivo debería tomar buena nota
de esto: los que escriben, los que pintan, los que tienen cosas
que decir, no siempre están visibles. Sabemos que la Biblio
sabe esto, pero no lo cuida, por la sencilla razón de que
no tiene tiempo para atrapar un proyecto que le sea propio, un proyecto
que vaya madurando y construyéndose como se construye un
pensamiento: con mucha lentitud y cuidado. Porqué no le interesa
atrapar la posibilidad es lo que hemos criticado en la primera parte
de este escrito.
Insistamos: hay proyectos en marcha. Por ejemplo, una Universidad
nómada, y los primeros pasos ya se están dando, en
próximos días con la llegada de Bologna, pensador
italiano que ha investigado, entre otras cosas, y sobre el terreno,
el movimiento del 77.
Las
cosas que en ese sentido ha hecho la Biblio me parecen mucho más
interesantes que el simple tener libros. Y me parece que si no se
pueden hacer más cosas es por la falta de recursos materiales
mínimos: agua, luz, higiene, calor, estar a gusto. Estar
con gusto.
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