No a la Guerra
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"LA INVASIÓN"
por Kevin Revolinski

"Maestro, ha sentido alguna vez la explosión de una bomba?"

Me quedé allí parado delante de mi clase, un americano en un país extranjero, y tuve que admitir que nunca. Ironía, pensé. La pregunta de uno de mis estudiantes de ESL vino cuando pedí a la clase, como ejercicio de conversación, escoger los 3 eventos más significativos en la historia de su país, Panamá. Sin excepción fueron: la independencia de Colombia, conseguir la hegemonía sobre el Canal y la Invasión.

Los Estados Unidos lo denominaron "la causa justa". La intención era derrocar y arrestar a un simple dictador al que los Estados Unidos habian ofrecido soporte y ayudado a conseguir y mantener el poder en los inicios de su régimen. El resultado final fue quizás que los Estados Unidos corrigieron un error que se mantuvo gracias a su duración represiva y violenta. El 20 de diciembre de 1989 las fuerzas estadounidenses invadieron, después de un bombardeo a primera hora de la mañana sobre la misma capital. El 3 de enero Manuel Noriega fue arrestado, juzgado y sentenciado a prisión. "La justa causa" había conseguido su objetivo.

Hay muy poca gente en Panamá que tendría algo bueno que decir sobre Noriega, no existe el menor deseo de que vuelva. Pero no nos equivoquemos, el incidente no es celebrado como La Liberación ni como el Retorno de la Democracia, sino que permanece, en letras capitales, como LA INVASIÓN. Y cada 20 de diciembre está señalado como un día para el recuerdo por los muchos panameños que perdieron sus vidas y sus hogares tan "justamente".

Mientras contemplo las noticias sobre Irak ( ya que Afganistán ha sido olvidado rápidamente ), me doy cuenta de que muchos iraquíes no derramarían una sola lágrima al ver a Saddam Hussein desposeido de poder. Pienso que lo que muchos americanos no alcanzan a entender es que una invasión no es nunca más que la violación de la tierra de uno por una fuerza militar extranjera y agresiva. ¿Acaso el fin, de repente, justifica los medios? ¿Qué le explicaremos a nuestros hijos?

Como alguien que nunca ha sentido explotar una bomba ni ha visto soldados extranjeros tomar control de su ciudad natal, me siento forzado a imaginar estas cosas. ¿Cual habría sido mi reacción si inmediatamente después del 11 de septiembre fuerzas militares chinas hubiesen acondonado la ciudad de Nueva York y levantado una linea de seguridad alrededor para garantizar la estabilidad de uno de sus socios comerciales más importantes? ¿O si después de las últimas elecciones presidenciales, habiendo éstas venido acompañadas por el escándolo y sido cuestionadas, una fuerza internacional pacificadora se hubiese dejado caer por la justa causa de preservar la democracia?

No tengo dudas de que nuestra respuesta habria sido de indignación y violencia. Pero solo puedo imaginar. Aquí en Panamá puedo preguntar.

"Maestro, es bueno que Noriega ya no esté aquí. Pero la forma en que lo sacaron no es buena".

¿Puedo argumentar contra esto? La esposa de mi amigo recuerda cómo se escondía detrás del muro de cemento de su casa cuando la tierra rugía removiendo polvo y escombros desde los tejados. Ella pudo ver horrorizada cómo soldados americanos rodeaban una cima en donde se encontraba un edificio de la policía nacional. Hubo violentas explosiones y ella y su familia se abrazaron unos a otros sin lugar en donde esconderse. Cuando volvió a mirar por la ventana el edificio había sido destruido.

Otro amigo me habla de casas ardiendo, pánico en las calles, una población civil tomada entre un ataque sorpresa a medianoche y una incierta fuerza nacional ocupada en un ataque urbano. Mis alumnos me hablan de panameños sacando paracaidistas americanos ahogados fuera de la bahía, salvando vidas de personas que habían venido a rescatarlos.

La abuela de un alumno dice que el bombardeo empezó a las 3 a.m. y duró hasta las 6 a.m.. "Maestro, un trueno no es tan ruidoso. Las bombas son más ruidosas que ninguna otra cosa."

Muchos de los testigos con los que he hablado son de San Miguelito o de Chorrillo, barriadas que en muchas partes son tan pobres que la gente, aquí en la capital, todavía usan baños públicos externos y tienen los suelos sucios. Estas eran las barriadas más próximas a los puntos estratégicos. "¿Cuántos murieron?" Pregunto.
- "5000, maestro."
- "Más de 1000."
- "3000."

Muchos más de los declarados por el ejército americano. Y como las organizaciones humanitarias y judiciales no siempre coinciden en el número exacto, el número es invariablemente mucho mayor de un Manuel Noriega, quien vive, como se sabe, en una celda con agua corriente y con el suelo limpio. La mayoría de aquellas personas eran civiles. El número no es preciso porque muchas de las víctimas eran desconocidas incluso cuando estaban vivas. Eran gente pobre, tercer mundo pobre, no destinatarios de ayuda pública ni pueblo de clase baja que aún puede disfrutar de una versión obsoleta del Nintendo. No hay nombres en las calles ni números en las viviendas en muchas partes de estas barriadas. Las direcciones todavía se dan como "dos casas más allá de la tienda de la esquina, justo después de la lavandería..." Al calor tropical, se tomó cuidado de los cuerpos rápidamente, muchos fueron tirados en fosas comunes, dicen. Pero el número, grande o pequeño no es la cuestión. Las percepciones de las personas, sean estas basadas en lo que se dice o en datos científicos, determinan su sentir sobre la Invasión.
Una vez más, como nunca nadie tomó mi ciudad natal por la fuerza militar, necesito imaginármelo, o preguntar a alguien que lo haya vivido.

Me imagino al FBI llamando a gritos a componentes de la mafia en la ciudad de Nueva York, tal como hicieron cuando fueron a por John Gotti. ¿Si hubiésemos removido un suburbio para encontrar a Timothy McVeigh, todos estaríamos de acuerdo en que se habría hecho justicia? ¿Sería diferente si el suburbio fuese en su lugar un barrio pobre de chabolas? Recuerdo el uso aterrador que McVeigh hacía del término eufemístico "daño colateral". Hacía referencia a la gente inocente a la que asesinó cruelmente, hombres, mujeres y niños con nombres propios, familias, amigos, sueños, risas y lágrimas. Aprendió ese frío término de su gobierno y lo aplicó exactamente de la misma forma. Y aquí estamos de nuevo al borde de un ataque sobre Baghdad, todavía etiquetando como accesorios a seres humanos inocentes.

La abuela de mi alumno recuerda que aquella noche llevó a su enfermo y envejecido suegro al hospital. El ruido masivo de una "causa justa" había afectado completamente y de mala manera al anciano. En la calle, un grupo de hombres tensos, totalmente equipados para la guerra, le apuntaron con largas armas automáticas, hombres que hablaban una lengua que ella no entendía, le bloquearon el paso en la oscuridad estruendosa. Indagaron qué es lo que estaba haciendo allí, y entonces la acompañaron, a ella y a su suegro, al hospital en un vehículo Hummer. Las bombas al explotar aparentemente dejan algunas secuelas psicológicas; tres días más tarde su suegro fallecía. Otros sucumbieron a causa de insuficiencia coronaria al comienzo de la Invasión. Recuerdo haber leido sobre casos semejantes del 11 de Septiembre.

Hacemos bromas sobre la palabra "gringo", pero aquí en Ciudad de Panamá frecuentemente suena igual que "negro" o de la manera en que muchos texanos blancos que he conocido dejaban salir la palabra "mexicano". Los panameños juegan al béisbol, compran productos americanos, y aún reciben algunos de los beneficios de la presencia americana durante los años del Canal. Una encuesta por la radio panameña reveló que la mayoría de los panameños desearían que los norteamericanos retornasen para traer de nuevo el dinero que solían gastarse. Sin embargo, recientemente, cuando las fuerzas americanas volaron en misiones de ayuda humanitaria para los pobres y damnificados panameños a lo largo de la frontera con Colombia, la gente salió a las calles y a los debates de TV murmurando si estos extranjeros eran deseados o no. Gringo vuelve a casa.

Ahora que los relaciones públicas del ejército americano están preparando otra invasión, deberían de tomar esto en consideración. No se trata de nuestros vecinos que juegan al beisbol y rezan a Jesús y compran gorras yanquis. Nuestra imagen para la gente de Oriente Medio -aún entre los favorecidos por nuestra adición al petróleo- es la de un macarra opresivo y decadente. Ésta será su tierra en la que nosotros derramaremos su sangre. No nos cansemos preguntando "¿qué haría Jesús?" porque si nadie hubiese estado haciendo esto, no estaríamos ahora nosotros aquí al borde de una guerra. Pero por lo menos pregúntate a ti mismo, ¿qué haría yo si el enemigo viniese a mi tierra, la envenenase con misiles de uranio empobrecido, matase a mis amigos, familiares o vecinos, sólo para capturar a un hombre y, en esencia, establecer el gobierno de una marioneta extranjera en la capital de mi país?

Cualquier clase de "causa justa" desde nuestro punto de vista, será considerada como "Invasión" por el de ellos, quienes no tendrán las fuerzas para contraatacar con uniformes y armamento de alta tecnología. Y posiblemente cualquier venganza que pudieran conseguir sería pequeña y colateral para nuestra causa. Pero nosotros seremos los agresores, y aún si ello significa jugar sucio, cualquier persona con un mínimo de dignidad y respeto por su patria y su familia, se levantará por su propia "causa justa". La invasión enciende los fuegos del odio y de la indignación, realmente los mayores de todos los recursos de la guerra. No deberíamos olvidar nunca cuánto puede hacer una persona llevada por el odio y nada más que una simple cuchilla. ¿Les daremos también la "justificación" de la propia defensa?


Kevin Revolinski
krev@hotmail.com
Panama City, Panama


El autor es licenciado en Inglés e Historia por la Universidad de St. Norbert (1990), y licenciado en Docencia por la Universidad de Edgewood (1997). Ha enseñado inglés en varios países, entre ellos Turquía y Panamá. Sus artículos han aparecido en diferentes publicaciones como el Diario del Estado de Wisconsin, Language, Student Traveler y Transition Abroad. Actualmente vive en Ciudad de Panamá, Panamá.