Siempre me gustó más ir al cine que estudiar. Hay por ahí una peli en la que un alumno sale precipitadamente de un aula dejando sobre la mesa un magnetofón. La acción está localizada en una prestigiosa universidad americana. El objetivo se va abriendo poco a poco y vemos que sobre todas las demás mesas se encuentran idénticos magnetofones y encima de la mesa del profesor hay un cassette gigante que dicta la clase. El aula, claro, está completamente vacía.
En Alphaville una voz que Godard quiso que fuera la de la Roland Barthes, pero que Barthes no prestó, lee un texto fragmentado que discute formalmente el estatuto del consciente o el inconsciente colectivo del que tanto se habla oponiendo a ello el relato de una conciencia de la acción, si lo pensamos como cine, o la conciencia de una ideología social, una cultura o un marco de actividad general de todos los seres, si lo percibimos como relato.
En Annie Hall, Woody Allen pidió en la realidad y en la película a Barthes que desautorizara al plasta de profesor de la universidad de Columbia que se encuentra junto a él en la cola del cine. Barthes de nuevo tampoco quiso participar en la película ajena ni siquiera para desautorizar a quien dice que dice que ha dicho. Quizás a Barthes no le importase que el mercaderintermediario, en este caso representado por un docto de Columbia, parasitara el sentido de lo escrito con el único propósito de ligarse una chica. Supongo que a Barthes tampoco le importaba que alguien forjara una interpretación de una teoría sin ni siquiera haberla leído, y que los supuestos transmisores de esta teoría la utilizaran, manipularan y parasitaran con el único fin de obtener poder a través del reconocimiento acerca de su "actividad" y del rédito de ser detentadores del depósito de un supuesto saber, que en el mejor de los casos sería un saber otro, no el saber de Barthes, en este caso.
Sin embargo del participante en un libro colectivo del que tomo el subtítulo de este texto, el aula sin muros, y el forjador de una teoría un poquito esquemática, sí accedió a decir aquello que Barthes no dijo: McLuhan se acerca al profesor de Columbia y le dice simple y llanamente que no tiene ni idea de lo que él dice, que jamás le ha escuchado ni le ha leído ni una sola de sus palabras, y que le parece una vergüenza que enseñe eso a sus alumnos de la universidad de Columbia. La escena, sin embargo, se sucede ante la sordera de la compañeras de Allen y el profesor. El mercader queda desautorizado in situ por el verdadero autor, pero el resto de la gente sigue sorda y ciega en la cola del espectáculo esperando la película. Allen, eso sí, le da las gracias a McLuhan y el mercader tiene que callarse y dejarles un poquito en paz mientras esperan.
Cada vez que veo esa escena de Annie Hall recuerdo a Barthes, no queriendo formar parte del sketch, pase lo que pase. Seguramente a esas mismas horas en que se rodaba la escena estaba dando un seminario en la Ecole Normal de París, el centro intelectual más importante del mundo y de libre y gratuito acceso para tod@s.
Y sin embargo me hubiera gustado tantas veces pedirle a McLuhan que volviera a salir a cantarle las cuarenta al listo del docto .Y además me encanta ver el cine de Woody Allen, a veces tanto como leer a Barthes.