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LINDEZAS
DE LOS LEGIONARIOS DE CRISTO (YUNQUE)
“Fui violado y sufrí todo tipo de abusos y humillaciones
durante toda una semana. Por las noches, cuando mis compañeros
dormían, me despertaban y los sacerdotes me volvían a sodomizar.
Uno noche me llevaron a las duchas, donde estaba otro niño. Nos
obligaron a besarnos, a practicar el acto sexual entre nosotros, nos hicieron
fotos y, después, nos violaron a los dos”. El abusado se
llama Ricardo. Tenía entonces, en la Semana Santa de 1991, 12 años.
Vivía y vive en Segovia. Los abusadores, el padre Guzmán
y otros sacerdotes Legionarios de Cristo, superiores del Centro Vocacional
(seminario menor) que la Legión tiene en Ontaneda (Cantabria).
En su permanente campaña de captación de vocaciones, a Ricardo
lo invitaron los Legionarios a pasar en Ontaneda una Semana Santa que
se convirtió en un auténtico calvario, que le marcaría
para siempre. Todavía hoy, a los 26 años, sufre depresiones
y cree que su vida no tiene sentido. Le robaron la inocencia. “Seré
libre el día en que no tenga que volver a escuchar mi llanto interior,
un llanto ahogado, sin lágrimas. El llanto de un niño”,
dice.
Hay otro muchos niños como Ricardo, abusados por los curas de la
Legión. Decenas de casos. Algunos los cuenta José Martínez
de Velasco, corresponsal religioso de la Agencia EFE, en su libro “Los
documentos secretos de los Legionarios de Cristo” (Ediciones B).
Casos que se han repetido en Dublín o en Moncada. Abusos constantes,
palizas y aberraciones cometidas por los curas de la Legión de
Cristo con niños de entre 11 y 15 años de sus seminarios.
Y con total impunidad. “El camino de regreso de Ontaneda a mi ciudad
tuve que hacerlo con uno de mis violadores al lado. Durante todo el trayecto
se encargó de recordarme la humillación que sufriría
si contaba algo, me convenció de que la gente no me creería
y que en el fondo ellos eran inmunes, nadie podía tocarlos. Un
tormento que duró cerca de seis horas de viaje, haciendo que me
sintiese culpable por el mero hecho de haber sido violado. La mente de
un niño asustado es muy fácil de manipular”, explica
Ricardo.
Martínez de Velasco documenta éste y otros casos de abusos
sexuales con testimonios de los propios abusados y de algunos sacerdotes
legionarios. Porque no todos eran pederastas ni cómplices. El Padre
Patricio, un cura legionario nacido en Chile y que vive en España,
denunció a algunos de sus compañeros abusadores de Ontaneda
ante el fundador de la institución, el sacerdote mexicano Marcial
Maciel. Pero no recibió respuesta alguna. Asqueado, dejó
la Legión, pero no el sacerdocio.
Y es que el propio Maciel, “fundador, dueño y señor
de la Legión”, arrastra una historia truculenta “de
pederastia y consumo de drogas, especialmente la morfina, en un preparado
conocido como Dolatín”, según cuenta el autor del
libro. Más aún, el ex legionario Alejandro Espinosa, autor
del prólogo, asegura que Maciel “no cree en Dios, sufre una
tremenda frustración por la represión que por sus tendencias
homosexuales padeció durante su infancia en México, donde
entonces la homosexualidad se consideraba un terrible pecado y una afrenta
social, y fundó los Legionarios de Cristo para montarse su harén
particular y llevar una vida a todo lujo”.
De hecho, desde finales de los 80, Espinosa y otros ocho sacerdotes legionarios,
que convivieron con Maciel desde los inicios de la fundación de
la Legión, denuncian los abusos cometidos por el fundador a la
Santa Sede. Pero el Vaticano también dio la callada por respuesta.
En 1997, los denunciantes publican los hechos en la prensa y envían
al Papa una carta, detallándole todas las denuncias. Pero tampoco
recibieron respuesta alguna.
Entonces, los sacerdotes legionarios incoaron un proceso canónico
en Roma contra el padre Maciel ante la Congregación para la Doctrina
de la Fe. Era el año 1999. Nada más recibir el caso, el
guardián de la ortodoxia vaticana, cardenal Joseph Ratzinfger,
afirmaba que “no se puede procesar a un amigo tan cercano al Papa
como Marcial Maciel”. Consiguientemente, el juicio quedó
congelado. Y así sigue, para desesperación de los denunciantes.
“Lo más grave del caso es la absoluta impunidad en la que
se mueve Maciel, que cuenta con sólidos apoyos políticos
y empresariales en todo el mundo y, por supuesto, en la Curia, al más
alto nivel”, explica Martínez de Velasco. El autor está
absolutamente convencido de que La Legión de Cristo es “una
secta intraeclesial con comportamientos mafiosos”. Por ejemplo,
en su lujosa casa de Roma, Marcial Maciel recibe a cuerpo de rey a numerosos
cardenales y obispos de todo el mundo, pero allí les espía
con cámaras ocultas y los legionarios que los acompañan
redactan informes para el fundador. Dos de los espiados fueron el arzobispo
de Toledo, Antonio Cañizares, y el hasta ahora obispo de Tarazona
recientemente nombrado auxiliar de Toledo, Carmelo Borobia. Del primero
dicen, entre otras cosas: “Se percibe rápido por el trato
que nos tiene mucho afecto”.
Para probar sus denuncias, Martínez de Velasco no sólo aporta
estos informes confidenciales sino también toda una serie de documentos
(incluidas las Constituciones, mantenidas hasta ahora en secreto) que
retratan el funcionamiento interno de la organización creada por
este “Mesías fraudulento”
Como toda secta, la Legión cuenta con un líder carismático
al que se le rinde culto. Como dice el autor, “el fundador es el
centro de todo, el dueño de todo, principio y fin de todas las
cosas”. Por ejemplo, se graba en vídeo y en casete todo lo
que dice “Nuestro Padre”, como llaman a Maciel en la Legión.
Es obligatorio para todos los miembros leer las miles de cartas que ha
escrito o le han escritos sus secretarios. “Nuestro Padre nos ha
mandado un regalo, una película, una fiesta, esta comida, una manguera...Todo
es porque Maciel lo dice”, se explica en el libro.
Ante las tremendas acusaciones del libro, los Legionarios dan la callada
por respuesta. Crónica se puso en contacto con Rafael Pardo, portavoz
de la orden en España. “No queremos entrar en el tema. No
tenemos ningún comentario que hacer”, dijo.
Martínez de Velasco prueba, además, que la Legión
de Cristo funciona como una secta. Con unas Constituciones que, según
el autor, “atentan contra los Derechos Humanos, contra la Constitución
española, por ejemplo, y contra el propio Derecho Canónico”.
Con dos pilares fundamentales: el secretismo y la santa obediencia. El
secretismo, que ellos llaman “discreción”, está
recogido en las Constituciones y forma el cuarto voto (además de
los tres clásicos de pobreza, castidad y obediencia) que juran
los legionarios. Consiste en “no criticar a ningún superior,
haga lo que haga”.
Y comenta el autor: “Bajo este juramento contraído con Dios,
la Legión ha ido escondiendo a lo largo de los años los
casos de abusos sexuales a menores, el sistema represivo en el que viven,
el aislamiento de la familia y la imposibilidad de comunicarse libremente”.
Las legionarios “siempre van de dos en dos (vigilándose el
uno al otro), incluso cuando salen al exterior. Además, por norma,
al volver a casa, cada legionario debe entregar un informe al superior
sobre todo lo que ha hecho o dicho”.
Secretismo y obediencia ciega. Porque, como dice uno de sus lemas, “quien
obedece nunca se equivoca”. De esta forma, concluye el autor, “se
genera una dependencia absoluta de los superiores y la anulación
total de la voluntad y de cualquier capacidad crítica de los alumnos”.
Los legionarios rompen totalmente con el mundo exterior. Sólo pueden
escribir una vez al mes a los padres. Las cartas se entregan abiertas
para ser supervisadas. Los superiores escuchan las pocas llamadas telefónicas
que dejan hacer a los chavales y hasta los e-mails tienen que pasar antes
una censura previa.
Desde el momento en que entran en sus seminarios, los chavales tienen
que amoldarse al “estilo legionario”: No pueden llevar vaqueros
y tienen que entregar a los superiores todos sus recuerdos y objetos personales.
Hasta su reloj de pulsera. “El modo de pensar, de sentir, de querer.
De estar de pie o sentado, el modo de acostarse y levantarse, la forma
de relacionarse con los demás, incluidos padres, hermanos y otros
parientes. Con los amigos sólo hay que hablar para despertarles
la vocación o, como máximo, si pueden ser potenciales bienhechores”,
explica el libro.
“Hasta en la captación o, sobre todo en la captación
funcionan como una secta”, dice Martínez de Velasco. Reclutan
a niños de 11 o 12 años, que, desde el momento que entran
no tienen ni privacidad ni física ni psicológica. Por ejemplo,
“los superiores entran en las habitaciones de los chicos sin llamar
y las registran cuando quieren. Manipulan sus conciencias, los separan
de sus familias, los programan y crean un ejército de autómatas.
Y es muy difícil salir”.
¿El objetivo final? Conseguir vocaciones, para influir cada vez
más en una Iglesia con sequía vocacional, y dinero para
engrasar sus múltiples contactos. Y para mayor gloria de su fundador,
Marcial Maciel, cuyas “dos obsesiones, en esta etapa final de su
vida, son conseguir el birrete cardenalicio y la santidad” dice
el autor.
El DNI de la Legión de Cristo
Marcial Maciel Degollado, nacido el 10 de marzo de 1920 en Cotija (Michoacán,
México) funda los Legionarios de Cristo el 3 de enero de 1941 en
Ciudad de México. El nombre de su movimiento le fue sugerido Pío
XII: “La Legión debe ser fuerte, como un ejército
dispuesto en orden de batalla”, le dijo el Papa a Maciel.
El objetivo de los Legionarios, según Martínez de Velasco,
es “formar a líderes políticos y empresariales siguiendo
la máxima educativa que sintetiza el ideario de sus elitistas colegios
y universidades, donde se educa a lo más granado de la sociedad
latinoamericana y española, en los que vuelcan su conservador mensaje
católico, más de Trento que del Vaticano II, y que aseguran
en el futuro excelentes contactos políticos y empresariales. Con
los cardenales y obispos hacen otro tanto: financian sus actividades pastorales
y les invitan a pasar días de descanso en la lujosa residencia
que los Legionarios poseen frente a la isla de Capri”.
Según los datos de la propia Legión de Cristo, en estos
momentos, hay 400.000 legionarios en todo el mundo, de los cuales 40.000
residen en España. Entre su “círculo” de miembros,
allegados o simpatizantes, Martínez de Velasco cita al arzobispo
de Toledo, monseñor Cañizares, o al de Valencia, Agustín
García Gasco; Alicia Koplowitz, la acomodada familia Oriol (cuatro
de sus miembros son sacerdotes legionarios), Ana Botella, esposa del expresidente
del Gobierno José María Aznar, y los que fueran ministros
de Justica e Interior, José María Michavila y Angel Acebes.
Con todos estos apoyos, la Legión de Cristo es uno de los nuevos
movimientos neoconservadores que más crece. Pero también
tiene lo que ellos llaman sus “enemigos intraeclesiales”:
el Opus Dei y la Compañía de Jesús. Según
Martínez de Velasco, “del Opus lo copiaron todo, hasta su
organización, pero ahora están enfrentados con la Obra porque
luchan por el mismo mercado. A los jesuitas siempre les han acusado de
difundir calumnias contra el fundador, Marcial Maciel”.
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