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Laurent Moineau y Aris Papathéodorou

Enero 2000, Copyright ©2000 Laurent Moineau y Aris Papathéodorou
Se permite la copia literal e íntegra de este artículo siempre y cuando esta nota se preserve.
Traducción castellana: Marisa Pérez Colina y Miquel Vidal, de sinDominio.net

 


El jueves 9 de diciembre de 1999 la compañía VA Linux1 entra en bolsa en el Nasdaq, el mercado público de las nuevas tecnologías. Las acciones VA Linux, que cotizan al salir 30$ valen al final de la sesión 239,25$. Una subida récord (698% en una sola sesión) para una entrada en bolsa en los EE.UU., pero sobre todo es la primera vez que en circunstancias similares unas acciones terminan la sesión por encima de la barrera de los 200$. Más allá de la anécdota, estos hechos merecen una reflexión. En efecto, el entusiasmo repentino de los medios bursátiles por lo que no era, hasta poco antes, más que un sector marginal en la producción de software ¿es sólo un producto de la ideología americana de la new economy, la creencia en la reconquista del paraíso perdido gracias a las «nuevas tecnologías» de la comunicación y de lo inmaterial? ¿El capitalismo financiero está cediendo en esto a una simple moda pasajera con la esperanza de obtener algunos beneficios fáciles y rápidos? ¿O quizá es la señal de que el software libre --del que el sistema GNU/Linux es su locomotora-- después de haber aumentado espectacularmente contra todo pronóstico el número de usuarios se impone ahora también al conjunto de la economía-mundo? Una de las paradojas de esta situación, y no la menos importante, reside precisamente en la emergencia en el seno mismo de la economía capitalista de un nuevo modelo productivo --el del «software libre»-- que se construye por una parte en torno al rechazo de la apropiación privada de las fuentes de innovación y de la producción inmaterial y, sobre todo, por un ciclo de producción totalmente cooperativo.


Es la naturaleza y las modalidades de esta cooperación productiva, excepcional por muchos motivos, lo que nos interesa captar. En efecto, si no nos quedamos en la simple interpretación ideológica que no vería aquí más que una pura (y tradicional) contradicción entre una «alternativa no mercantil» y la potencia recuperadora del mercado, podremos observar en la emergencia del modelo productivo del software libre, en sus contradicciones y en los envites que se anudan alrededor de su devenir, no solamente elementos de interpretación del capitalismo posindustrial, sino sobre todo indicadores de los envites políticos que se dibujan bastante más allá del sector informático. Pero, para comprender lo que se está tejiendo ahora, nos parece que hace falta antes de nada recorrer una serie de procesos de constitución de saberes, de agregaciones comunitarias y de innovaciones tecno-científicas.


1   El nacimiento de Unix. Una auténtica revolución del software


La informática --nacida en la continuidad de la competición tecnológica de la II Guerra Mundial y desarrollada bajo el aguijón belicoso de la guerra fría-- no está todavía, a principio de las años setenta, más que en una etapa quasi-experimental de una tecnología punta infrecuente y costosa. Los ordenadores son principalmente supercalculadoras imponentes, de uso frágil y a veces incierto pero sobre todo prácticamente incapaces de comunicarse entre sí. Un universo particularmente fragmentado en el límite del autismo, en el que los fabricantes ofrecían cada modelo de máquina con su propia sistema, su propio software, su propio lenguaje de programación pero también en el que los propios usuarios --en cuyos círculos restringidos a los programadores-pioneros se les empieza a conocer como hackers-- preferían a menudo simplemente «producir» su propio sistema y sus propios lenguajes de programación adaptados a sus necesidades específicas...


En este contexto aparece un nuevo sistema operativo, Unix, que da radicalmente la vuelta al mundo de la informática.


Según una leyenda, el jefe de AT&T, cansado de los numerosos problemas de incompatibilidad entre los diferentes tratamiento de textos utilizados en aquel momento, habría abierto una importante línea de crédito para intentar resolver este quebradero de cabeza permanente. Ken Thompson --experto en materia de sistemas que procede de los laboratorios-- y Dennis Ritchie --el inventor del lenguaje de programación C-- se ponen manos a la obra. Rápidamente ponen en evidencia que el verdadero envite no está tanto en hacer compatibles los programas de tratamiento de textos con las diferentes arquitecturas de hardware, sino más bien en hacer que el sistema operativo mismo sea ``portable'' a los diferentes tipos de máquinas. Para ellos la evolución del hardware, que vive ya la aparición de los primeros miniordenadores, así como los auténticos progresos en materia de programación, hacen posible y necesaria la concepción de un sistema operativo completamente nuevo que contenga como cualidad intrínseca la posibilidad de la cooperación.


El proyecto Unix, iniciado en 1971, se impone en gran medida a partir de 1974, año en el que se aplica con éxito en numerosos modelos de ordenadores diferentes en los que funciona de manera casi idéntica. El sistema Unix se muestra por lo tanto como un agenciamiento de herramientas informáticas concebidas para combinarse eficazmente las unas con las otras y constituir así un «entorno informático común». Se impone rápidamente por sus cualidades nuevas: una simplificación para el usuario de la estructura lógica de programación, una concepción modular del sistema que aumenta las posibilidades de adaptación (por ejemplo, en diferentes arquitecturas de hardware). Y sobre todo, Unix es el primer sistema operativo multiusuario y multitarea que se basa en el respeto de estándares abiertos.

[continúa]