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        y maremoto http://sindominio.net/biblioweb/telematica/maremoto.html Wu Ming 1
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        © Wu Ming 2002Se permite la libre reproducción de este texto por cualquier medio 
        siempre y cuando su circulación sea sin ánimo de lucro y 
        esta nota se mantenga
 Actualmente existe un amplio movimiento de protesta y transformación 
        social en gran parte del planeta. Tiene potencialidades constituyentes 
        desmesuradas, pero aún no es completamente consciente de ello. 
        Aunque su origen es antiguo, se ha manifestado sólo recientemente, 
        apareciendo en varias ocasiones bajo los reflectores mediáticos 
        y, sin embargo, trabajando día a día lejos de ellos. Está 
        formado por multitudes y por singularidades, por retículas capilares 
        en el territorio. Cabalga las más recientes innovaciones tecnológicas. 
        Le quedan pequeñas las definiciones acuñadas por sus adversarios. 
        Pronto será imparable y la represión nada podrá contra 
        él.
 Es lo que el poder económico llama «piratería».
 Es el movimiento real que suprime el actual estado de las cosas.
 Desde que no hace más de tres siglos se impuso la creencia 
        en la propiedad intelectual, los movimientos underground y «alternativos» 
        y las vanguardias más radicales la han criticado en nombre del 
        «plagio» creativo, de la estética del cut-up y del 
        sampling, de la filosofía do it yourself. De más 
        moderno a más antiguo se va del hip-hop al punk al proto-surrealista 
        Lautréamont («El plagio es necesario. El progreso lo implica. 
        Toma la frase de un autor, se sirve de sus expresiones, cancela una idea 
        falsa, la sustituye con la idea justa»). Actualmente esta vanguardia 
        es de masas.
 Durante decenas de milenios la civilización humana ha prescindido 
        del copyright, del mismo modo que ha prescindido de otros falsos axiomas 
        parecidos, como la «centralidad del mercado» o el «crecimiento 
        ilimitado». Si hubiera existido la propiedad intelectual, la humanidad 
        no habría conocido la epopeya de Gilgamesh, el Mahabharata y el 
        Ramayana, la Ilíada y la Odisea, el Popol 
        Vuh, la Biblia y el Corán, las leyendas del Graal y del 
        ciclo artúrico, el Orlando Enamorado y el Orlando Furioso, 
        Gargantúa y Pantagruel, todos ellos felices productos de 
        un amplio proceso de conmixtión y combinación, reescritura 
        y transformación, es decir, de «plagio», unido a una 
        libre difusión y a exhibiciones en directo (sin la interferencia 
        de los inspectores SIAE).
 Hasta hace poco, las empalizadas de las enclosures culturales imponían 
        una visión limitada, luego llegó Internet. Ahora la dinamita 
        de los bits por segundo vuela esos recintos y podemos emprender aventuradas 
        excursiones en selvas de signos y claros iluminados por la luna. Cada 
        noche y cada día millones de personas, solas o en colectividad, 
        rodean/violan/rechazan el copyright. Lo hacen apropiándose de las 
        tecnologías digitales de compresión (MP3, Mpeg etc.), distribución 
        (redes telemáticas) y reproducción de datos (masterizadores, 
        escáner). Tecnologías que suprimen la distinción 
        entre «original» y «copia». Usan redes telemáticas 
        peer-to-peer (descentradas, «de igual a igual») para compartir 
        los datos de sus propios discos duros. Rodean con astucia cualquier obstáculo 
        técnico o legislativo. Sorprenden en contrapié a las multinacionales 
        del entertainment erosionando sus (hasta ahora) excesivos beneficios. 
        Como es natural, causan graves dificultades a los entes que administran 
        los llamados «derechos de autor» (Bernardo Iovene demostró 
        cómo los administran en su investigación para la transmisión 
        Rai Report del 4 de octubre de 2001, cuyo texto está disponible 
        en la dirección 
        http://www.report.rai.it/2liv.asp?s=82.
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